El Valle de los Caídos llevaba unos pocos años quieto. Ninguno de los aventureros de la política recién llegado había dicho nada. Los monjes benedictinos hacen tandas de Ejercicios Espirituales en los tiempos litúrgicos fuertes, ofrecen ciclos de conferencias sobre el amplio abanico del concepto de Europa a partir del patrón San Benito de Nursia, la Misa y la Escolanía sirven el culto público desde el interior de la Basílica, y sigue siendo el monumento más visitado por turistas y curiosos de toda España. Parece que esa paz monástica la desea convertir alguna mente luminosa militante en la izquierda radical en una paz del gulag, de los cementerios siberianos soviéticos, donde se mantenga un nombre absolutamente incompatible con el pensamiento marxista: la paz. Si existe un término conceptual incompatible con la filosofía marxista es la paz, porque desde la estructura de la dialéctica materialista de la historia siempre estaremos en permanente movimiento de luchas de clases, de perpetua herramienta de lucha, para que la superestructura tenga un pleno dominio sobre la estructura de la sociedad una y única, donde la libertad individual no existe sino la que desee conceder la nomenklatura del partido único. Esa vertiginosa concepción marxista supone que nunca el buen comunista está en paz con nadie ni consigo mismo, porque entonces se aburguesa, se acomoda y al tener todas las necesidades cubiertas no piensa en esa lucha continua contra la sociedad, sino que se vuelve un capitalista y, por lo tanto, en opresor de los débiles famélicos que son legión en la tierra que pisamos. Para evitar este cambiazo, se debe volver a la lucha de clases y por lo tanto a la violencia, tan lejos del concepto filosófico de paz, que según la concepción cristiana es toda ausencia de violencia. Seguramente, la mente ofertante de cambiar el nombre al Valle de los Caídos por «Valle de la paz», o no conoce la filosofía marxista, o es una comunista de salón y de talón bancario, bien sostenido por una fuerte y amplia propiedad privada valorada altamente en millones de dineros capitalistas.
Para asegurar su justificación de cambio de nombre, afirma que nadie desea dinamitar aquel gran monumento a la Paz y la Reconciliación de todos los españoles, tal como lo concibieron y lo hicieron sus creadores. Se le ha escapado el gran deseo que muchos alumnos de la escuela de un iluminado zascandil, en cuya mente se coció y calentó el potaje de cerrar al culto la Basílica del monasterio en el año 2009, mantienen en sus pobres cabezas: ver volar aquel monumento para dejarlo como los fanáticos islamistas han abandonado la ciudad de Palmira: en piedra sobre piedra. Si algún día algún maníaco, que haberlos haylos, volara aquel gran monumento, solamente entonces, se le llamaría Valle de la paz, de las piedras rotas al modo soviético, de los muertos violados en su sueño esperando la segunda venida de Cristo. Dios no permita esto. Y que yo no tenga que presenciarlo. La Paz es la Cruz salvadora que se alza abrazando a toda persona de buena voluntad. Tomás de la Torre Lendínez
La Cruz es la Paz en el Valle de los Caídos

| 31 marzo, 2016