El hecho histórico de los cinco siglos de la espantada de Lutero contra la única y verdadera Iglesia Católica, está produciendo un filoluteranismo en discursos, artículos y deseos que son para salir corriendo. Hace un siglo este acontecimiento histórico pasó muy inadvertido, ya que Europa estaba matándose en la primera guerra mundial, aunque en países de América tuvo gran eco.
Hoy, en mitad del buenismo reinante, los fervores filoluteranos son descarados, azucarados y tan evidentes, que parece que pronto se producirá la subida del exfraile agustino a los altares del laicismo sincretista y panteísta en los cuales nos desean colocar con el sistema del supositorio.
Ecumenismo tal cual salió del Vaticano II, pase. Pero pasarse de esa raya es jugar con fuego en unos tiempos tan espinosos como son los actuales, donde el subjetivismo ocasionalista ha llevado a la comunidad cristiana a ser un avispero donde quien más fuerte pica a otro es más «buenista».
Padre Claudio: gracias por su comentario que coloca ña reflexión teológica en su exacto punto actual.
¡Hermanos «antibergoglianos»: por amor a JESÚS y s su Iglesia, haced un esfuerzo humilde ante el Señor pidiendo la gracia de ver la posibilidad de estar equivocados en una posición posiblemente inmovilista, contraria a la naturaleza de «expresión inacabada» de la doctrina evangélica, ya que ésta se desarrolla siempre para responder al hombre del momento… aunque cueste un poco asimilarla…
Que se vayan los bergoglianos con los luteranos, que eso son, y nos dejen en santa paz a los que queremos seguir siendo católicos, sin concesiones al luteranismo, que rebajan la fe a opinión.
Les pido muy respetuosamente a todos, soy ya anciano y por eso me permito hacerlo, no tiremos la primera piedra. Hay que distinguir muy claramente el Lutero original del Luteranismo actual y de los actuales Luteranos, lean a sus teólogos actuales por favor y por favor lean al mismo Lutero y se van a encontrar con una sorpresa. Esto no significa ni mucho menos poner en pide de igualdad a quienes por su propia naturaleza no lo están.
La doctrina enseña en Lumen Gentium el Concilio confirmó la doctrina de que la Iglesia es necesaria para la salvación porque Cristo, hecho presente para nosotros en Su Cuerpo, que es la Iglesia, es el único Mediador y único camino de salvación. La Iglesia es el «sacramento universal de salvación». Toda salvación viene por la Iglesia de Cristo, fuera de esta gracia no hay esperanza de vida eterna. Esta verdad debe entenderse en conjunto con lo siguiente: Refiriéndose a los cristianos no católicos, el Decreto sobre el Ecumenismo enseñó que ellos también llevan a cabo muchas acciones sagradas de nuestra religión cristiana. Estas acciones pueden verdaderamente engendrar una vida de gracia y pueden proveer acceso a la comunidad de salvación. Aunque tienen defectos, estas comunidades no carecen de significado e importancia en el misterio de salvación ya que el Espíritu de Cristo las utiliza como medio de salvación. Pero estos medios de salvación derivan su eficacia de la misma plenitud de gracia y verdad confiados a la Iglesia Católica. San Juan Pablo II en La Unicidad y Universalidad Salvífica de Cristo y de la Iglesia: En conexión con la unicidad de la mediación salvífica de Cristo se encuentra la unicidad de la Iglesia por Él fundada. En efecto, el Señor Jesús constituyó su Iglesia como realidad salvífica: como su Cuerpo, mediante el cual Él mismo obra en la historia de la salvación. Así como existe un solo Cristo, existe un solo Cuerpo: «una sola Iglesia católica y apostólica» (cf. Símbolo de la fe, DS 48). El Concilio Vaticano II dice al respecto: «El santo Concilio enseña, apoyándose en la Sagrada Escritura y la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación» (Lumen gentium, 14).
Es verdad que los no cristianos -lo ha recordado el Concilio Vaticano II- pueden «conseguir» la vida eterna «bajo el influjo de la gracia», si «buscan a Dios con corazón sincero» (Lumen gentium, 16). Pero en su búsqueda sincera de la verdad de Dios, ellos de hecho están «ordenados» a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia (ver allí mismo). Se encuentran, por tanto, en una situación deficitaria, si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Así se entiende que, siguiendo el mandato del Señor (ver Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia «anuncia, y tiene la obligación de anunciar incesantemente a Cristo que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).