Drones

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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29 El regalo navideño más comprado en los almacenes del ramo son los drones, esos aparatillos que vuelan sobre las cabezas humanas grabando imágenes, emitiendo sonidos percibidos y chivando todo lo que la altura de los ojos naturales no pueden ver. Disponer de un dron grande requiere unos datos en la oficina correspondiente y un carnet profesional para conducirlo y usarlo en lugares privados o públicos. Mientras, los drones de juguete están entrando en las casas de los niños, siendo los padres los que más juegan con el aparatito. Los drones de juego son para matar el tiempo libre, para acercarse a conocer la suciedad situada sobre las lámparas del salón familiar, para enfrentarse con otros drones a modo de guerra aérea y para soportar la resistencia de los cristales de las ventanas caseras. Quien dispone de este aparatillo camuflado en un inocente juego se siente un superhombre. Cuando el Señor, en la fiesta de la Ascensión a los cielos, por su propio poder y virtud, se separaba de sus discípulos bendiciéndolos, los ángeles dijeron a éstos: “Galileos, qué hacéis mirando al cielo, dedicaros a evangelizar a toda persona de buena voluntad hasta el último confín de la tierra”. Los apóstoles entendieron el mensaje y rápidamente pusieron en marcha la Iglesia a partir de la fiesta de Pentecostés, con Pedro al frente de la misma, tal como lo había marcado el Maestro. He pasado una tarde en casa de unos amigos, cuyo hijo mayor con el dinero de su trabajo se ha comprado un pequeño dron disfrazado de un verde dinosaurio. Es un pasatiempo que atontolina viendo las volteretas que el cacharrillo da por la habitación, evitando golpear las arañas que iluminan la estancia. Sin embargo, reflexionando sobre las funciones aplicadas a los drones, a pesar de los aspectos positivos que tiene, aparecen otros menos favorables. Por ejemplo, ¿tenemos la intimidad de nuestras casas asegurada, cuando estos chivatos graban imágenes y sonidos pegados a los cristales de balcones y ventanas?, o ¿vamos tranquilos deambulando por la calle sin que te caiga un bichejo de estos encima de la cabeza, porque su conductor pierda el poder sobre el mando correspondiente?. Los católicos deberíamos ser drones figurados que volando por encima de las rencillas familiares o laborales voláramos y en la cercanía física aportaríamos los valores cristianos y navideños de estas fechas tan claves, que es cuando más peleas hogareñas se registran por motivos diversos, y más tristes están los depresivos solitarios en sus propias dolencia psíquicas. Siguiendo en esa figuración literaria, si fuéramos drones estaríamos por encima de todos los dimes y diretes que en las cenas de Navidad y fin de año, salen a relucir entre los miembros de las casas de papá o mamá, cuando se juntas cuñadas, primos, o sobrinos que no se ven a lo largo del año. Incluso, si los católicos fuéramos drones podríamos estar más cerca de la estrella que condujo a los Reyes Magos hasta el portalico de Belén, donde llegaron a adorar al Hijo de Dios y le ofrecieron oro, incienso y mirra, como regalos llevados desde un corazón libre y ansioso de encontrar la única razón de sus vidas como estudiosos del universo. La estrella que condujo a los Magos hasta el Niño Jesús, seguramente, fue el anticipo de los actuales drones, inventos humanos que bien conducidos tienen más aspectos positivos que negativos como nos muestran los medios informativos al contar la actualidad. Tomás de la Torre Lendínez

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