Colas, largas filas, hileras de gente, no van en procesión, pero van desfilando por los pasillos abiertos con barreras de hierro, tras las cuales está la canallesca prensa, un puñado de jubilados, algunos paseantes, coros de pago vociferando, es la actualidad más viva y palpitante en los medios de comunicación social. Los protagonistas de estos desfiles son políticos que un día fueron alfombrados a su paso, aplaudidos en sus mítines, agasajados con imposiciones medalleras, nombrados hijos predilectos de la localidad, rotulados en una lápida como mecenas de un polideportivo, colegio, piscina o parador de turismo. Ahora desfilan hacia los tribunales de justicia como imputados, encausados, investigados, detenidos o soltados a las pocas horas. Los desfiles son televisados en directo, porque el periodismo se hace en vivo, con cámaras cansinas como moscas, con micrófonos inalámbricos, con expertos cogidos a lazo, con tertulianos en el plató que conocen a los desfilantes y saben hasta el puente dental que se pusieron hace poco. El pueblo asiste a estos desfiles con fruición, como los romanos llenaban los circos donde las fieras se comían cristianos como cervatillos inermes, y gritaban cuando la sangre corría por la arena, y los leones se relamían del buen desayuno humano preparado por unas autoridades sapientes que el público desea victimas, cuantas más mejor, pan y circo cuanto más grande mejor. Esas autoridades no recuerdan que hace veinte años pusieron la misma película en iguales pantallas, ahora más digitales, con sonido estereofónico de home cinema, recién salido de la fábrica televisiva más avanzada del mundo. Los actores eran otros, pero a diario, a la hora de comer, veíamos los mismos desfiles hacia los juzgados de guardia con iguales tramoyas y coros desafiantes. ¿Qué pasó de aquellas personas encausadas, sentadas en el banquillo, condenadas en una minoría insignificante, aunque sus cargos eran importantes? Nada de nada. Todos, salvo los que se fueron a criar malvas desde su cama, pasean por las calles de España, escriben libros, salen de doctrinarios en las tertulias, no devolvieron ni un chavo del dinero distraído o situado en islas del tesoro escondido, y todo sigue igual. Estos desfiles tienen unos nombres inmorales: corrupción al por mayor, fango pestilente, zahúrda cochinera, gallinero impúdico, cloaca máxima. Cuando lleguen las elecciones, dice el pueblo, se van a enterar éstos pajarracos. Los que salen nuevos son primos hermanos pero nunca tontos. Hacen el teatro del primer robo de votos sucedido en el parlamento andaluz y los limpia fondos no funcionan. ¿Quién pisa el cable?. Tomás de la Torre Lendínez
Desfilantes
| 18 abril, 2015
La masa olvida,don Tomás,igual te eleva al cielo como te estrella en la piedra. El cristianismo nos acerca profundamente a las tentaciones de Jesús en el desierto y su respuesta clara.
Un abrazo,pater.
Hay muchos Alibabas con sus cuarenta y más ladrones, esconden sus rapiñas en los Sésamos y ellos solo conocen la frase para disfrutar de él. La prensa cacarea y asusta al personal, indignándolo; el río se revuelve y salen los oportunos pescadores para hacer el agosto. Luego todos contentos, cada uno disfrutando de lo conseguido y los peces buscándose la vida como pueden e intentando que no los pesquen y no se lo coma otro pez más grande.