Cuando dos personas hablan sobre limpieza en su casa, dando lecciones de higiene total y pureza legal, y una se sube al estrado profesoral para animar a su interlocutora a serlo igual, está demostrado que esa persona tan limpia no es en su fuero interno tan perfecta como se presenta.
La vida está llena de ejemplos de este tipo, porque la limpieza total solamente la tiene Dios, la impecabilidad absoluta es exclusivamente divina.
Los seres humanos que nos reconocemos pecadores, no nos importa admitir que no somos perfectos, y que en nuestra casa existe basura física que tiramos, y arrugas morales que reconocemos ante el confesor en el sacramento de la Penitencia.
Eso sí, a diario, luchamos por barrer la propia mugre física y moral que se acumula en nuestro alrededor y dentro de uno mismo. Este ejercicio se llama ascesis espiritual, camino que han andado todos los santos.
Solamente un buenista consumado es el que ve la corrupción de los otros, no la barre, sino que la cuenta a los vecinos.