Cine San Lorenzo

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Así era el cine de verano San Lorenzo. La celosía monjil está a la derecha de la fotografía.

Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29

Tiene nuestro diario una galería de fotos de los cines de verano. De ayer y hoy. El pasado lo representa el viejo corralón del conocido cine San Lorenzo. El actual es el remozado cientos de veces conocido como el Auditorio, apoyado en el solar que un día ocupó el monasterio de los monjes capuchinos, con cuyas piedras se levantó la vieja plaza de toros, derribada para construir la actual abierta al público en el año 1962.

La fotografía del cine veraniego San Lorenzo, tomando el nombre del singular Arco de San Lorenzo, salvado gracias a gestiones de muchos jaeneros de postín, ocupado hoy por una asociación cultural, me lleva a la niñez cuando, acompañado por mis padres, sobre escalones de cemento pasaba las fieras noches de calor viendo películas taquilleras de aquellos tiempos.

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Contemplando la fotografía recuerdo, sobre todo, cómo en el lateral derecho entre el cine y la clínica privada del doctor Ángel Salas Navarrete, existía una celosía de madera tras las cual, en la oscuridad nocturna, se atisbaban unas sombras, unas voces dulces y juveniles, pertenecientes a las monjas sanitarias que llevaban el quehacer hospitalario del centro médico atendiendo a los pacientes que por allí pasaban camino de su vuelta a la salud del alma y del cuerpo, o recibían el último suspiro al lado de las manos blancas de unas monjas susurrantes de oraciones por el eterno descanso del finado.

Siempre me pregunté por la vida de aquella comunidad monjil, que lo mismo abrían la puerta de la cochera del doctor Salas para meter un pedazo de cochazo color champán, que clavaban jeringazos y sueros a los enfermos ingresados en aquel inmenso caserón.

Cuando ingresé en el seminario tuve la oportunidad de entrar en aquella deliciosa y limpia clínica. Fui acompañando a un sacerdote que hacía las veces de capellán particular del recinto sanitario. Pude saber que las monjas dormían de día, trabajaban de noche con los enfermos, y, por lo tanto, el ruido del cine veraniego a toda cebolla, no les molestaba, si acaso a los enfermos, pero siempre hasta las doce la noche.

De vez en cuando, la propiedad del cine San Lorenzo, quitaba la película y contrataba la compañía de un grupo de cante flamenco, con su cuerpo de baile correspondiente. Entonces el jaleo era ensordecedor, el equipo de sonido era muy precario y los cantaores tenían que dejarse las cuerdas vocales colgadas de los cables de las luces que los iluminaban.

Las monjas narraban aquellas memorables cantiñas flamencas en el escenario, como la expresión de la cultura del pueblo andaluz que reza y canta a la vez. En el final de la actuación dedicaban alguna soleá o seguidilla a los enfermos de la clínica anexa, aunque alguna vez el vino peleón que corría de mano en mano hizo saltar al cantaor por peteneras.

Llegó la televisión, se generalizó por las calles del viejo Jaén, las gentes tenían sus propias diversiones en el interior de sus casas, el cine San Lorenzo comenzó a perder clientela, hasta que un buen día cerró. Lo mismo ocurrió a la clínica del doctor Salas, cuando le llegó la jubilación. La comunidad de monjas se repartió por diversos lugares de España.

Y llegó el peor enemigo de aquel Jaén provinciano, la piqueta demoledora de las nuevas construcciones, el corralón del cine y el caserón de la clínica vinieron a ser un horrendo bloque de viviendas, que hoy sigue medio en pie. Aquellas postales veraniegas se fueron para siempre.

Tomás de la Torre Lendínez

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