Deseo expresar mi hondo dolor por la muerte de un gran humanista: don Antonio Mingote. Solamente pude hablar una vez con él. Fue en Madrid en una reunión de sacerdotes aficionados a los medios de comunicación. Nos dirigió una charla muy amena sobre el humor en la transmisión de los valores cristianos.
En aquella ocasión, la única, pude estrecharle la mano a un genio de la fantasía dibujada, de la vida pintada y de la sociedad anotada en sus viñetas, verdaderos tomos del pensamiento humanista y de valores cristianos.
En el saludo le felicité por sus largos años de servicio dentro de ABC y por haber sido elegido miembro de la Real Academia de la Lengua. Era el primer periodista dibujante que ingresada en la casa de los inmortales de la literatura. Me dijo: “Ojalá nunca le falte valor para escribir claro. Lleva, usted, un protector en la cabeza para que nunca se le vayan las ideas. Procure mantenerlo”. Las risas que intercambiamos fueron cordiales y llenas de esa humanidad propia de las viñetas de Mingote.
Desde niño había mantenido una relación viva con el excelente dibujante desaparecido. En el diario ABC y en el Ya aprendí a leer. En ambos descubrí el periodismo dibujado por maestros. Mingote me gustaba más.
Conforme fui creciendo, la revista La Codorniz, aquel semanario humorístico para los lectores más audaces e inteligentes, me hizo un empedernido lector de las tiras cómicas de los grandes maestros de la viñetas, siempre pasadas por la censura, y por la cárcel de papel a donde iban a parar los sancionados en la oficina siniestra. Todo dentro del mismo semanario.
Siempre admiré en Mingote cómo nunca faltó, en su libertad de expresión, el buen gusto y el respeto a las instituciones y a las personas. Tenía una libertad expresiva situada en unos límites tan personales y respetuosos que nunca ofendió a nadie con su viveza intuitiva, su rasgo irónico y su sentencia moralizante.
Desde esta perspectiva, Mingote gozó ser el humorista más formado intelectualmente de los que he conocido. Sus viñetas ocupando toda la portada del diario ABC eran una editorial en toda regla, a veces solamente los monos pintados y debajo: Sin palabras.
Recuerdo, a la hora de su muerte, en plena Semana Santa, cómo en la España de los setenta ya observó el cambio de la sociedad en estas fechas. Sacó en ABC una tira donde estaba un señor en bañador, en una playa, junto a su señora, tomando el sol. En la siguiente viñeta el mismo hombre salía de la caseta de cambiarse, completamente vestido de nazareno con su cirio encendido en la mano camino de su procesión. Estaba demostrando que los españoles tenían una nueva visión de cómo vivir los días de Semana Santa: dando culto al cuerpo en la playa y dando culto a una imagen preferida en una procesión. España caminaba hacia un cambio social fuerte.
Ahora, como apunta, el diario La Gaceta de hoy, en la tira cómica de la contraportada, Mingote ha llegado al cielo, y con una carpeta de dibujo en la mano se pregunta: ¿Ahora que pinto yo aquí?. La viñeta está firmada por Quero.
Desde el cielo el maestro Mingote tiene que enviar a su periódico la crónica dibujada de la Casa del Padre, donde supongo que la sonrisa será una parte de la visión de Dios por toda la eternidad. Una sonrisa nacida de un alma sencilla como la del gran dibujante, que en paz descanse.
Tomás de la Torre Lendínez