Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29 Siete son los días que falta para la Semana Santa. Son pocos para algunos y muchos para otros. El mundo cofrade se afana en que todo esté preparado sin faltar un alfiler para sujetar la toca de la Virgen Dolorosa. El campo de la hostelería en general está frotándose las manos pues entran en unas fechas claves para alcanzar unos ingresos económicos esenciales para sacarlos del marasmo y la incertidumbre de una crisis tan larga como la hilera de una de boda de hormigas. Filas de nazarenos, alumbrados con velas; mantillas portadas por mujeres jaeneras; soldados romanos con plumeros nuevos; reducción del itinerario oficial a la vieja Carrera de Bernabé Soriano, donde la tribuna lucirá un color cardenalicio más propiamente eclesial; nueva cofradía saldrá desde el viejo Ejido de Santa Isabel; bandas de cornetas y tambores atronarán con sus composiciones los rincones y esquinas de las calles; la banda municipal de música ha extraído de los antiguos arcones cofradieros composiciones de tiempos idos; y las imágenes sagradas saldrán de sus templos cargados de años y experiencia, o de las construcciones de los tiempos actuales. En Semana Santa Jaén es la misma ciudad, pero adquiere un aire diferente, un olor diverso, unas gentes forasteras vueltas a sus ancestros, unos despistados turistas perdidos entre el mundo variopinto de las hermandades, unos colores competidores con la sencillez del morado del pendón de la ciudad. Jaén es ciudad de Semana Santa. Grupos humanos huyen del fárrago de los días santos. Están los que se recogen en sus chalecitos cercanos a la ciudad, desde donde subirán, por lo menos, a ver la procesión de su barrio, o a contemplar la sagrada imagen de Jesús de los Descalzos en la amanecida del Viernes Santo. Otros irán más lejos hasta las orillas marítimas de la costa andaluza donde disponen de un apartamento como segunda vivienda. Los más pudientes y libres de cargos y cargas han programado un crucero por el mar, un itinerario por países europeos, o han tomado el avión hasta tierras ignotas allende los mares. Los menos, y cada vez, más mayores se quedan para acudir a los actos de la liturgia eclesial en los templos, sobre todo durante el Triduo Sacro, donde conmemoramos la Cena, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo de entre los muertos al tercer día según había anunciado. En esta participación es donde mejor se encuentra el alma de los fieles espiritualmente hablando, entre el silencio, la lectura de la Palabra de Dios, la Eucaristía adorando al mismo Hijo de Dios, la contemplación de la Cruz salvadora y en el fuego y el agua de la noche de la Vigilia Pascual, cuando reafirmamos nuestro compromiso bautismal y renacemos a la Luz de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. La Semana Santa en el interior de los templos es la mejor, con diferencia. Tomás de la Torre Lendínez
A siete días
| 22 marzo, 2015
La Semana Santa es Semana de Pasión,Gloria y Resurrección,que lleva,en su acerbo popular la manifestación procesional que muchos viven intensamente y no es malo;pero esa semana ha de venir de la Cuaresma penitencial y de reflexión para llegar al Misterio pasional y al vencer a la muerte por Cristo que es nuestra Vida,tal como usted dice,don Tomás. Un abrazo.
Estoy totalmente de acuerdo con la última frase, la verdadera Semana Santa se vive en el interior de los templos, animo a ello desde este espacio, es diferente la vivencia. Esto no nos impide de poder disfrutar del desfile imaginero y de las tradiciones que tanto calado tiene en estas fechas y que nos legaron nuestros mayores. La playa puede esperar.