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LA OPCIÓN BENEDICTINA

Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana
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Rod Dreher, Encuentro, Madrid 2018, 306 páginas

1. Premisa de partida: Occidente ha caído

No debe confundirse la esperanza, virtud teologal, con el optimismo naturalista, hijo de la modernidad y la ilustración[1]. Optimismo y pesimismo no son más que categorías psicológicas y por lo tanto subjetivas y extremadamente volubles[2]. Para encontrar el camino a la esperanza, primero hemos de ser dolorosamente honestos acerca de las malas noticias[3]. Estos no son tiempos normales porque la norma humana es Jesucristo y hoy la presencia del Verbo encarnado ha sido disuelta del horizonte humano como en ninguna otra época pasada[4]. No se observa el colapso claramente porque está oculto por la riqueza de Occidente, sin embargo, los pilares fundamentales de la civilización occidental se están desmoronando, ninguno más severamente que la Iglesia Católica[5].

Se impone como un dato innegable, empíricamente demostrado, el reconocimiento de que todo Occidente ha caído ya en manos de los nuevos bárbaros que ya no son los hunos ni los vándalos[6]. Aunque la invasión silenciosa de inmigrantes islámicos que recibe Europa está produciendo unos cambios demográficos y culturales que hacen pensar en un futuro alarmante a pesar de que la población autóctona se niegue ingenua y sistemáticamente a reconocer el peligro creciente[7]. Los nuevos bárbaros son los paganos materialistas y hedonistas, por consiguiente, los católicos están siendo acosados y perseguidos férreamente para que se asimilen al nuevo poder. El autor, Rod Dreher, periodista y analista norteamericano converso al catolicismo que abandonó para aterrizar posteriormente en la Iglesia ortodoxa insiste en la idea de que los cristianos deben organizarse y crear comunidades contraculturales[8].

Debido a una persecución encubierta que no dejará de ir en aumento, los católicos van camino de convertirse en una minoría exótica y rarita. Y a esas minorías extrañas se las utiliza como chivo expiatorio ante cualquier problema social, como lo fueron durante los siglos XVI-XVIII los católicos en la Inglaterra anglicana o los judíos en muchas sociedades[9]. Si intentan asemejarse al mundo para dejar de ser considerados como extraños, ya no serán discípulos de Jesucristo, se convertirán también ellos en bárbaros paganos[10].

Es la tesis que en 1981 apuntara el gran filósofo y sociólogo inglés Macintyre: «Hay ciertos paralelos entre nuestra propia época en Europa y el imperio romano en decadencia hacia la Edad Oscura. Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el imperium y decidieron dejar de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese imperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad, dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban. Debemos concluir que hemos alcanzado ese punto crítico».

«Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza. Sin embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan años gobernándonos. Y nuestra falta de conciencia constituye parte de nuestra difícil situación. Estamos esperando a otro San Benito»[11].

Occidente se encuentra inmerso en su peor crisis espiritual y cultural desde el colapso y la caída de Roma[12]. El periodo histórico que culminó en el hundimiento del Imperio romano de Occidente el año 476, tiene coincidencias sustanciales con nuestra época contemporánea[13]. Las causas decisivas que lo llevaron a su defunción pueden resumirse básicamente en cuatro[14]:

a) Corrupción moral general, especialmente en la clase dirigente, unida a la corrupción política causada principalmente por el enorme crecimiento económico[15]. Esta corrupción era la consecuencia del escepticismo religioso que conllevaba el divorcio entre la fe religiosa y la moralidad[16]. No obstante, a pesar de que el pueblo romano poseyera una profunda religiosidad natural se encontraba envuelto en una creciente falta de moralidad privada y pública[17].

b) Crisis demográfica creciente, consecuencia de la anterior y producida por el aumento del número de esclavos en el Imperio unida a la extensión de la mentalidad hedonista[18]. Lo cual obligaba a reclutar cada vez a más bárbaros, para el servicio miliar en las legiones con el fin de salvaguardar las fronteras del Imperio al dejar de haber romanos que desearan alistarse en el ejército ampliando, de este modo el derecho de ciudadanía romana[19].

c) Las invasiones o migraciones masivas de los pueblos bárbaros debido a su gran crecimiento demográfico, aunque poseyeran un nivel cultural y económico extremadamente inferior al del culto y enriquecido pueblo romano[20].

d) Conflictos internos diversos como revueltas populares y guerras civiles de intensidad variada que producían divisiones e inestabilidad social[21].

Bajo la hegemonía de los nuevos bárbaros, las comunidades cristianas tendrán que decidir a qué dedican sus escasas fuerzas para relacionarse con el mundo, o dicho de otro modo, como pagan su dyizia[22]. Es decir, el impuesto humillante que los cristianos, llamados «mozárabes», pagaban a los moros invasores para que éstos les permitiesen vivir en sus antiguos domicilios y tierras anteriores a la invasión mahometana[23] ¿Cuál será el tributo que los católicos han de pagar a los nuevos señores postmodernos? Es decir, a la izquierda política, cultural y mediática hegemónica, además de a la derecha cobarde y acomplejada que la justifica y sigue caninamente. Y cómo se reorganizarán para, algún día, quizá en siglos futuros, reconducir el mundo, o mejor dicho lo que quede de él, mediante la vida y el mensaje transformador de Jesucristo

Los católicos que viven en el mundo han de observar el ejemplo de los antiguos monjes benedictinos a fin de llevar una vida más disciplinada espiritualmente, vivida no a la intemperie del mundo sino al resguardo de una comunidad, en medio del colapso moral y religioso de nuestro tiempo. Eso no significa, en absoluto, que los fieles deban fingir que son monjes porque viven en el mundo mientras que lo propio y característico de la vida monástica es precisamente su apartamiento, su huida del mundo[24]. Lo que si es cierto, es que si los fieles han de vivir como auténticos discípulos de Cristo en medio de este mundo, cada vez más crecientemente hostil, su vida ha de hacerse cada vez más monástica, es decir más exiliada de su tiempo.

De este modo, la Opción benedictina consiste en la elección que debe tomarse para ser más radicalmente contraculturales en la fe y poner la búsqueda de Dios en primer lugar, de manera concreta. Para dejar de defender este «Imperio» agonizante, un puñado de ruinas humeantes de lo que antaño fuera la Cristiandad, es decir la época en la que la doctrina y vida que emana del Evangelio más y mejor impregnó todas las realidades humanas[25]. Aunque los cristianos, en todos los tiempos, han tenido que luchar para ser fieles a Jesucristo, lo que hace que nuestra época sea diferente es que la antigua civilización cristiana ahora es poscristiana. Una cosa es el paganismo y otra muy distinta la apostasía[26].

2. Principales peligros de la crisis actual

a) La oposición y persecución del Estado y de otros aparatos de poder, tales como los medios de comunicación y las instituciones educativas[27].

b) El individualismo radical y el consumismo de nuestra sociedad, así como nuestra obsesión con la tecnología, hace que sea muy difícil entender qué es realmente el cristianismo y qué requiere de nosotros[28].

c) Las propias instituciones religiosas (parroquias y colegios) donde no se transmite la verdad católica de forma integral sino sucedáneos descafeinados, deformados[29]. Los fieles y también los sacerdotes deben asumir la responsabilidad personal de educarse, de formarse permanentemente a sí mismos y a sus hijos buscando los elementos adecuados a la situación de cada uno.

Y es aquí precisamente donde muchos que no se han parado a leer esta obra, sino solamente algún que otro titular o un artículo fruto de una impresión rápida y superficial, no han captado la seriedad de los fundamentos históricos y teológicos en los que se basa el diagnóstico y la propuesta de Rod Dreher. La Opción Benedictina no consiste en una huida, un esconderse cobardemente en las catacumbas, sino en prepararse para combatir a este mundo encontrándonos correctamente equipados. Es un principio metafísico que nadie puede dar lo que no posee y así se contempla que muchos fieles, adoctrinados por clérigos y religiosas «aggiornados», son tan débiles en su fe que piensan que la vocación cristiana se materializa en poco más que comportarse amablemente (ser buenas personas) ser feliz y ayudar a los pobres[30]. Lo cual conduce a una rendición parcial o total ante el paradigma anticristiano de la modernidad[31].

Para ir al mundo como portadores de Jesucristo, los católicos han de distanciarse del mundo, sus criterios y modo de vida, dedicar tiempo generosamente a la oración, leer las Sagradas Escrituras y acudir a catequesis u otros medios de formación que profundicen su conocimiento y compromiso con la fe.

3. La crisis actual similar a una bomba de racimo

La civilización occidental actual es tan rica materialmente como pobre espiritualmente, lo cual ha conducido a una profunda crisis de identidad de Occidente que es en realidad una combinación de varias crisis[32]:

a) Es una crisis de sentido. En Occidente, se ha llegado a un extremo donde la mayoría de las personas ya no piensan que el sentido de la vida exista en absoluto, ni que pueda encontrarse[33]. El mundo de hoy puede explicarse mediante una transacción simple: las personas han intercambiado el sentido de la vida trascendente por el disfrute del tener inmanente, mundano. Es decir, el consumismo y el disfrute del placer. Por consiguiente, para obtener el derecho de hacer lo que deseemos con nuestro cuerpo y con la naturaleza, renunciamos a la idea de que existe un significado y por lo tanto un conocimiento objetivo de la realidad[34]. La consecuencia es que somos libres de hacer lo que queramos, pero el coste de esa libertad es el nihilismo: nada de lo que existe tiene sentido en sí mismo[35].

b) Es una crisis del concepto de verdad[36]. Se ha perdido la capacidad de determinar qué es verdadero o falso. Ya no es posible estar de acuerdo en un lenguaje común, en una narrativa que nos permita razonar juntos, esta es una de las razones por las que no podemos resolver nuestros conflictos[37]. Y esta situación se produce en la misma Iglesia, como la reciente profesión de fe del cardenal Müller acaba de demostrar[38].

c) Es una crisis de fragmentación. En nuestro tiempo, las personas han perdido el sentido de unidad y propósito, ya no se percibe que se forma parte de una comunidad más amplia. El individualismo radical es la nueva normalidad, los antiguos vínculos de familia y comunidad se han disuelto en su mayoría[39].

d) Es una crisis de identidad y por lo tanto de Tradición pues sin Tradición no hay identidad[40]. Las sociedades occidentales se han separado de Dios, de su pasado, de la familia, de sus lugares y de las fuentes tradicionales del Ser. De ahí que la población no sepa (ni siquiera se lo plantea) quién es, de dónde viene ni a dónde va. Hoy, en nombre de la libertad, se niega la biología humana como hombre y mujer[41].

Todas estas crisis son manifestaciones de la modernidad líquida[42]. La condición moderna es aquella en la que todo cambia tan rápidamente (devenir) que resulta imposible encontrar estabilidad en el ser (la Tradición). El que prospera en la modernidad líquida es el que no tiene relaciones ni compromisos. El hombre moderno no es un peregrino, es decir, un hombre que realiza un viaje significativo con otros hacia un determinado destino, sino un turista que viaja a donde quiera que lo lleven sus caprichos consumistas.

La Regla de San Benito es una forma de vida que ofrece todo lo que el hombre moderno rechaza, pues capacita a las comunidades que la viven para descubrir el sentido, la verdad, la comunidad, la integridad y la identidad[43]. La Regla es una fuente de vida y esperanza para un mundo oscuro y confuso, precisamente porque San Benito la escribió a partir de su propia experiencia del colapso de la civilización romana[44]. Como joven cristiano, huyó de la ciudad de Roma, se marchó a vivir y a rezar a una cueva en Subiaco, y finalmente la abandono para fundar monasterios y escribir su regla[45]. Cuando murió en el año 547, sólo había unos pocos monasterios benedictinos, pero a lo largo de los siguientes siglos, el movimiento no detuvo su crecimiento. Y así los historiadores reconocen la labor de los monjes benedictinos por sentar las bases para el nacimiento de la civilización en Occidente[46].

San Benito buscaba una manera de servir a Dios en comunidad, en medio de un mundo donde todas las certezas y todas las estructuras morales estaban colapsadas[47]. Los primeros monjes benedictinos no buscaban salvar la civilización, ellos solo querían dar prioridad a la búsqueda de Dios y ordenar todo lo demás a partir de eso[48]. Para encontrar a Dios, establecieron una forma de vida que consagraba todo a su servicio. La oración, el trabajo, el estudio, la adoración, la comida, la convivencia, todo estaba ordenado por la regla, para mantener a los miembros de la comunidad siempre en una peregrinación interior (conversión constante) hacia las cumbres de la unión con Dios[49].

Los frutos de esa conversión se extendieron por toda Europa occidental durante los siguientes siglos[50]. Los monjes no solo permanecieron en sus monasterios, sino que se convirtieron en una bendición para todos aquellos a su alrededor. Así lo apunta Hilarie Belloc: «La gran orden benedictina formó un telar de clavijas vivientes sobre el cual se extendió la vida moral europea»[51]. Sobre todo, les enseñaron a orar, pero también les enseñaron cómo cultivar, cómo construir bienes útiles, y cómo llevar a cabo todo tipo de tareas que la gente había olvidado tras el hundimiento de Roma[52]. En las bibliotecas del monasterio, los monjes conservaron la memoria cultural de la civilización grecorromana[53].

Los fieles, a diferencia de los monjes, están llamados a vivir en el mundo[54]. No obstante, si quieren vivir el compromiso cristiano en el mundo, deben dedicar mucho más tiempo y esfuerzo, distanciados del mundo, en oración, estudio, ayuno y otras prácticas para enraizar la fe en lo más profundo de su corazón y su mente. La espiritualidad debe hacerse más disciplinada, más monástica, ha de basarse en la profunda sabiduría y experiencia de siglos de la Iglesia que ofrece a todos la salida del laberinto en el que el ser humano, con la deletérea postmodernidad, se ha perdido[55].

Debido a que su vocación implica vivir en el mundo, la consecratio mundi, siempre deben ofrecer al mundo el Evangelio eterno, tanto de palabra como de obra[56]. En este sentido se encuentran dos textos fundamentales y complementarios a esta obra que colaborarán a su asimilación, por una parte, su inspiración intelectual se encuentra en La restauración de la cultura cristiana[57]. Mientras que, por otra parte, la novela El despertar de la señorita Prim, es un retrato con un alto grado de aproximación para elaborar una idea ajustada acerca de qué tipo de vida sería aquella vivida de acuerdo a la Opción Benedictina[58]. La Tradición que la misma Iglesia ha postergado en su frívola apertura al mundo obrada en el Vaticano II, es la única hoja de ruta que sacará a Occidente de la oscuridad[59].

Es una realidad innegable que cada vez crece más el número de sacerdotes y fieles que se sienten atraídos por la Tradición de la Iglesia. Están insatisfechos del catolicismo minimalista que es común hoy día y quieren algo más verdadero y sólido que las modas de pensamiento adoptadas desde 1965 en la Iglesia, pues «el diálogo con el mundo había sido una rendición al enemigo»[60]. Cada vez más cristianos se están dando cuenta de la gravedad de esta crisis de nuestra civilización, de la «autodemolición» de la Iglesia y están buscando esperanza en medio de una corriente interminable y arrolladora de noticias catastróficas[61].

El cardenal Ratzinger ya afirmaba en los años ochenta que en los próximos años la Iglesia perdería una enorme cantidad de fieles, además de su riqueza y su influencia social. La Iglesia se reduciría a un pequeño número de verdaderos creyentes, que no antepondrían nada al amor de Cristo, y que vivirían de manera diferente porque verían más profundamente[62]. Estos verdaderos creyentes serán una luz en la oscuridad, y las semillas de la verdadera renovación. Si un católico no está totalmente comprometido con Jesucristo, entonces es casi seguro que él -o al menos sus hijos- terminen siendo engullidos por la posmodernidad atea[63]. No hay punto medio, defender la fe católica es la única manera de que sus hijos, y los hijos de sus hijos, puedan recibir las tradiciones como señales que iluminan el camino de la peregrinación a Cristo, a través del ocaso del Occidente nihilista.

Si los católicos eligen a Dios por encima de todo lo demás, podrán sobrevivir en esta civilización poscristiana, si no ponen a Dios lo primero, se perderá todo lo que realmente importa. Los elementos que el ser humano anhela son antropológicos, es decir, se encuentran inscritos en la naturaleza humana: el sentido religioso de la existencia (Dios), la pertenencia al primer cuerpo social básico donde venimos al mundo (la familia) y el sentido identitario del arraigo en un pueblo y su cultura (la patria)[64]. Por el contrario, a estos conceptos antropológicos se oponen los conceptos ideológicos que la combinación de la hegemonía de la izquierda y el economicismo de la derecha han impuesto en la sociedad: progreso, democracia, género, solidaridad, calidad de vida, etc[65].

La verdad, el sentido de la vida, la cultura, la identidad y la comunidad, se encuentran en Cristo y en la verdadera comunidad cristiana: la Iglesia Católica[66]. Así, el libro de Dreher nos pone ante la tesitura de tener el coraje de dar la espalda al mundo, como lo hizo San Benito, y buscar a Cristo donde se le puede encontrar en estos tiempos calamitosos o en su defecto, claudicar. Las transformaciones sociales cada vez son más rápidas y hemos de decidirnos pronto[67].

4. Los monasterios medievales o islotes cristianos entre bárbaros

Es imprescindible crear pequeñas comunidades cristianas fuertes siguiendo el modelo de los monasterios que creó San Benito[68]. Las parroquias, las familias católicas, los movimientos, deben ser tan firmes y militantes en su vida cotidiana, como lo fueron aquellos monasterios. Quien entienda la fe como algo que se practica un rato solo el domingo, terminará por ser asimilado por el mundo y sus hijos acabarán por convertirse en bárbaros paganos. Para conservar la fe de sus hijos tendrán que buscar un colegio católico de verdad, una parroquia católica (la comodidad: «lo más cercano», deja de ser un criterio aceptable) y familias católicas con las que compartir la vivencia de la fe. No se trata de buscar a los «puros y perfectos», pero sí de estar con los que quieren crecer en la exigencia de la vida en Cristo, es decir, santa[69].

Hay de crear comunidades vivas y reales donde la gente priorice la fe, se conozca y apoye de verdad, se vean, compartan lazos de identidad y amistad a fin de que se ayuden durante las crisis matrimoniales y familiares. Claro que sabrán que los paganos ya no se atreven a casarse, claro que rompen sus relaciones de pareja, claro que educan a sus cada vez más escasos niños en hogares sin padre o con una sucesión de parejas que no dejan de entrar y salir. Pero han de ver en su entorno que la alternativa católica es real y se puede vivir.

5. Crear entornos protectores: la resistencia católica contrarrevolucionaria

Si el criminal comunista Ernesto Che Guevara decía: «Necesitamos uno, dos, cien Vietnams»[70]. Otro tanto pueden decir actualmente los católicos españoles: «necesitamos una, dos, cien Covadongas»[71]. Es decir, espacios de resistencia que vivan de forma alternativa y no se dobleguen ante la cultura bárbara que ha conquistado Occidente. Al igual que en el siglo III, el cristianismo vuelve a ser una minoría ante una mayoría pagana, pero hoy con un martirio menos cruel, un martirio moral[72].

Hay que responder a esta nueva tiranía creando «Covadongas», es decir pequeños reinos rebeldes, espacios que algún día lleven a reconquistar una sociedad católica fuerte[73]. Hay que multiplicar las voces críticas en los medios de comunicación y la sociedad, pueden ser asociaciones, autores, colegios, etc. Es absolutamente prioritario defender y reconstruir la familia, lo que significa formar y proteger a los hijos de las agresiones del mundo hostil a Dios. Se ha de reforzar la familia, creando ambientes no contaminados por la peste postmoderna, pues quien se quede a la intemperie perecerá. La cultura actual es demasiado tóxica, demasiado hostil. Antes todavía era posible dejar que los niños crecieran en medio de la cultura neopagana circundante, ahora, sin embargo, no, pues se trata de una cultura extremadamente dañina y hay que protegerlos hasta que maduren lo suficiente.

6. Política y libertad de expresión

Ha de abandonarse decididamente la superstición antropocéntrica y pelagiana de que algún partido o político pueda «arreglar la situación». No obstante, los católicos no pueden permitirse desertar del espacio público y más en concreto del político a pesar de los mensajes contradictorios («votar en conciencia») que reciben de la jerarquía debido a la influencia de los esquemas mentales liberales de Maritain que poseen[74]. Son los patrones que han aprendido y configurado su pensamiento durante los últimos 50 años.

Otro tema clave que propone Dreher, imprescindible, es que los católicos no pueden dejar que se les amordace legalmente, han de poder expresar sus ideas, y poder vivirlas. El mal llamado «matrimonio» homosexual, el aborto, el divorcio, el feminismo y la ideología de género han demostrado que antiguos aliados de los cristianos en el mundo político, es decir la derecha liberal, sin Dios y genuflexa ante los paradigmas culturales de la izquierda, están dispuestos a reducir e incluso eliminar la libertad religiosa, incluso hasta la académica, con tal de consagrar la ideología LGTBI como intocable, para blindarla contra toda crítica, y todo debate social, científico o de ideas. No quieren permitir debate alguno y lo impedirán con amenazas desaforadas, querellas o gritos indignados[75].

7. Crear una polis paralela para dar lo que el mundo no da: la Tradición

Hay que enseñar a los niños lo que no les enseñan en el colegio o que se lo enseñan mal, lo cual incluye enseñar la verdad integral sobre el amor, la familia, la felicidad, el sexo y también sobre los sentimientos como el perdón, es decir, toda la cosmovisión espiritual propia del catolicismo[76]. Además de toda la tradición de los grandes héroes, ejemplos e historias edificantes del pasado, que el poder bárbaro posmoderno oculta y denigra[77]. De todas las instituciones, la que los cristianos deberían priorizar hoy es la comunidad, la «pequeña aldea cristiana», que no vive según el modelo bárbaro, sino según el modelo benedictino, aunque sea en la gran ciudad. Se refiere, en primer lugar, al hogar entendido como un «monasterio doméstico» con su correspondiente jerarquía y conciencia de ser contracultural.

8. La importancia de la verdadera sexualidad

El debate sobre el sexo va a ser clave, quien no defienda la visión cristiana bíblica y tradicional sobre la sexualidad, la castidad, la familia y la vida, se convertirá enseguida, él o ulteriormente sus hijos, en un pagano más. Lo queramos o no, toda la cultura contemporánea gira en torno al sexo y está rompiendo en pedazos la Iglesia[78].

Salvo honrosas excepciones, la mayor parte del episcopado y el clero han abandonado a las familias y los jóvenes hace décadas pues no predica ni enseña sobre esta cuestión. Baste como botón de muestra la actuación de la jerarquía y los religiosos en España con motivo de la oposición de la sectaria asignatura Educación para la Ciudadanía[79]. La predicación y enseñanza acerca de la visión sexual católica es prácticamente inexistente[80]. El silencio del púlpito, de los ministros de la Iglesia y de los profesores de religión transmite el mensaje de que el sexo no tiene más importancia y de que la Iglesia no tiene nada que aportar[81]. Así, la comprensión posmoderna del ejercicio de la sexualidad como simple diversión se ha asentado sin la menor réplica[82].

El libro finaliza con una advertencia: los cristianos no pueden permitirse el lujo de perder miserablemente el tiempo y desgastarse estérilmente en batallas que se perdieron hace mucho tiempo. La enseñanza de la estrategia militar clásica muestra la necesidad de replegarse al caer determinados frentes, a fin de mantener unas pocas posiciones estratégicamente claves en orden a reagruparse y disponerse para entablar de nuevo el combate[83].

Estamos ante un libro de lectura ágil, de carácter periodístico, que combina la investigación sociológica, el testimonio propio y la experiencia de quien ha explorado el presente cambio social. Se trata de un texto que mueve a la acción y no a la pasividad, aunque se centra mucho en la experiencia norteamericana, parece perfectamente aplicable al resto de Europa. Es una propuesta destinada a una élite cultural y que expresa bien el espíritu benedictino. Sin estar de acuerdo en los métodos concretos que propugna, el texto merece la pena leerse debido al diagnóstico sumamente interesante y reflexiones que realiza.

 

[1] Cf. Alberto Catureli, La filosofía, Madrid 1966, 424 y 452; CEC 2090-2092.

[2] Cf. Wenceslao Vidal, Madurez psicológica y espiritual, Madrid 2016, 197; Orlandis, Pensamientos y ocurrencias, Barcelona 2000, 143; José Mª Iraburu, De Cristo o del mundo, Pamplona 2001,193.

[3] Alfredo Sáenz, El Apocalipsis según Leonardo Castellani, Pamplona 2005, 43.

[4] Cf. Gaudium et Spes, n. 22.

[5] Cf. Piliph Trower, Confusión y verdad. Raíces históricas de la crisis de la Iglesia en el siglo XX, Madrid 2010, 727.

[6] Cf. Vicente Álvarez Palenzuela, Historia universal de la Edad Media, Barcelona 2013, 10-19.

[7] Cf. Jorge Soley Climent, Cristiandad, n. 1051, 45.

[8] Según el autor, este cambio fue debido al mayor cultivo y reconocimiento de los ortodoxos por su Tradición, especialmente la litúrgica. Dato que debería hacer pensar a muchos clérigos idólatras de la ruptura del Vaticano II y acérrimos enemigos de la liturgia romana tradicional.

[9] Cf. Mª Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, Madrid 2016, 364; Robert Gellately, No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso, Barcelona 2005, 171; Ian Kershaw, Hitler, los alemanes y la solución final, Madrid 2009, 201; Luis Suarez, La expulsión de los judíos. Un problema europeo, Barcelona 2012, 81; Sven Felix Kellerhoff, Mi lucha. La historia del libro que marcó el siglo XX, Barcelona 2016, 77; Gotz Aly, ¿Por qué los judíos, por qué los alemanes?, Barcelona 2015, 235.

[10] Cf. José Mª Iraburu, Evangelio y utopía, Pamplona 1998, 123.

[11] Alasdair Macintyre, Tras la virtud, Madrid 2017, 322.

[12] Cf. Manuel Ballesteros-Juan Luis Alborg, Historia universal. Hasta el siglo XIII, Madrid 1967, 326; Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio romano. El ocaso de Occidente, Madrid 2011, 501.

[13] Cf. Arnold Toynbee, Estudio de la historia. Compendio, vols. V-VIII, Madrid 1971, 284.

[14] Cf. Salvador Claramunt (dir.) Historia de la Edad Media, Barcelona 2014, 16.

[15] Cf. Pedro Ángel Fernández Vega, Corrupta Roma, Madrid 2015, 11; Francisco Lillo Redonet, El esplendor de Roma, Barcelona 2018, 97.

[16] Cf. José Antonio Marina-Javier Rambaud, Biografía de la humanidad, Barcelona 2018, 191.

[17] Cf. Mary Beard, El triunfo romano. Una historia de Roma a través de la celebración de sus victorias, Barcelona 2016, 293; Juan Luis Posadas, La caída de Roma, Barcelona 2018, 73.

[18] Cf. Guillermo Fraile-Teófilo Urdánoz, Historia de la Filosofía, Madrid 2005, vol. I, 220-222; Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Madrid 2016, 99.

[19] Cf. Stephen Dando-Collins, Legiones de Roma. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas, Madrid 2012, 627; Yann Le Bohec, Breve historia de la Roma antigua, Madrid 2013, 81.

[20] Cf. José Orlandis, Historia del Reino visigodo español, Madrid 2011, 19; José Javier Esparza, Visigodos, Visigodos. La verdadera historia de la primera España, Madrid 2018, 43; Daniel Gómez Aragonés, Bárbaros en Hispania. Suevos, vándalos y alanos en la lucha contra Roma, Madrid 2018, 30.

[21] Cf. Theodor Mommsen, Historia de Roma. Fundación de la monarquía militar, Madrid 2003, vol. IV, 332; Indro Montanelli, Historia de Roma, Barcelona 2013, 241; Mary Beard, SPQR. Una historia del la antigua Roma, Barcelona 2016, 442.

[22] A cambio de este impuesto también los musulmanes toleraban el culto cristiano, aunque su práctica pública se encontraba terminantemente prohibida. Cf. Luis Suarez, Historia de España antigua y media, Madrid 1976, 139.

[23] Cf. Vicente Ángel Álvarez Palenzuela (Coord.), Historia de España de la Edad Media, Barcelona 2011, 174.

[24] Cf. Alejandro Masoliver, Historia del monacato cristiano. Desde los orígenes hasta San Benito, vol. I, Madrid 1994, 111; Andrés Molina Prieto, Vocabulario Monástico esencial, Madrid 2005, 158.

[25] Cf. León XIII, Inmortale Dei, 1885, n. 28; Alfredo Sáenz, La Cristiandad. una realidad histórica, Pamplona 2005, 12-14.

[26] CEC n. 2577, 675, 2089, 817.

[27] Cf. Alasdair MacIntyre, Dios, filosofía, universidades. Historia selectiva de la tradición filosófica católica, Granada 2012, 271; Ricardo Moreno Castillo, La conspiración de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza, Madrid 2016, 45.

[28] Cf. Josep Miró Ardévol, La sociedad desvinculada. Fundamentos de la crisis y necesidad de un nuevo comienzo, Barcelona 2014, 95.

[29] Cf. José Mª Iraburu, Mala doctrina, Pamplona 2011, 40-41.

[30] Cf. Armando Bandera, La vocación cristiana en la Iglesia, Madrid 1988, 77-83

[31] Cf. Remí Brague, El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, Madrid 2016, 268.

[32] Cf. Giovanni Reale, Raíces culturales y espirituales de Europa, Barcelona 2005, 133.

[33] Cf. Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Barcelona 2011, 121; En el principio era el sentido. Reflexiones en torno al ser humano, Barcelona 2016, 21; El hombre en busca del sentido último. El análisis existencial y la conciencia espiritual del ser humano, Barcelona 2016, 71.

[34] Cf. Francisco Canals Vidal, Sobre la esencia del conocimiento, Barcelona 1987, 367; Cornelio Fabro, Percepción y pensamiento, Pamplona 1978, 343; Janne Haaland Matlary, Derechos humanos depredados. Hacia una dictadura del relativismo, Madrid 2006, 51.

[35] Cf. José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Madrid 1988, vol. III, 2365; Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, Barcelona 2000, 383; Frederick Copleston, Historia de la Filosofía, vol. III, Barcelona 2011, 300; Giovanni Reale-Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico, vol. III, 390; Historia de la Filosofía, Barcelona 2010, vol. III, tomo 2, 15; Roger Verneaux, Historia de la Filosofía contemporánea, Barcelona 1997, 56; José Ramón Ayllón-Marcial Izquierdo-Carlos Díaz, Historia de la Filosofía, Barcelona 2012, 324.

[36] Cf. Alejandro Llano, Metafísica y lenguaje, Pamplona 1884, 94; Tomás Alvira-Luis Clavell-Tomás Melendo, Metafísica, Pamplona 2001, 173; Metafísica, Eudaldo Forment, Madrid 2009, 280.

[37] Cf. Alfonso López Quintás, Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Madrid 1979, 139; El secuestro del lenguaje. Tácticas de manipulación del hombre, Madrid 1987, 191.

[38] Cf. José Mª Iraburu, Reforma o apostasía, Pamplona 2011, 47-48.

[39] Cf. Mercedes Palet, La familia educadora del ser humano, Barcelona 2000, 92; La educación de las virtudes en la familia, Barcelona 2007, 21.

[40] Cf. Rafael Gambra, Tradición o mimetismo, Madrid 1976, 19.

[41] Cf. Gabriele Kuby, La Revolución sexual global. La destrucción de la libertad en nombre de la libertad, Madrid 2017, 91.

[42] Cf. Paul Johnson, Tiempos modernos, Madrid 2011, 217; Augusto del Noce, Modernidad. Interpretación transpolítica de la historia contemporánea, Madrid 2017, 69.

[43] Cf. Adalbert de Vogué, La Regla de San Benito. Comentario doctrinal y espiritual, Zamora 1985, 310; I. Denis Huerre, Comentario espiritual sobre la regla de San Benito, Zamora 1987, 40; Regla de San Benito con las constituciones de la Congregación de Solesmes, Silos 1990, 21.

[44] Cf. Santiago Cantera Montenegro, Descubriendo a San Benito, el hombre de Dios. meditaciones y reflexiones sobre el Libro II de los Diálogos de San Gregorio Magno, Zamora 2006, 121.

[45] Cf. Fray Justo Pérez de Urbel, Año cristiano, Madrid 1945, vol. I, 533; Louis de Whol, Ciudadelas de Dios, Madrid 2015, 110.

[46] Cf. Pío Moa, Europa. Una introducción a su historia, Madrid, 2016, 113.

[47] Cf. Jean Marie Burucoa, El camino benedictino, Pamplona 1981, 65; Mauro Elizondo, La vida benedictina en el contexto de la vida cristiana, Zamora 1990, 89.

[48] Cf. García M. Colombás, San Benito. Su vida y su regla, Madrid 1954, 102; Luis Mª de Lojendio, La oración benedictina, Zamora 1983, 63.

[49] Cf. Columba Marmión, Jesucristo ideal del monje, Barcelona 1956, 183; Agustin Roberts, Hacia Cristo. Introducción a la profesión monástica, Zamora 1994, 37.

[50] Cf. José Orlandis, Europa y sus raíces cristianas, Madrid 2004, 115.

[51] Hilarie Belloc, Europa y la fe, Madrid 2008, 174.

[52] Cf. Thomas Woods, Cómo Iglesia construyó la civilización occidental, Madrid 2010, 45; Llorca-Villoslada, Historia de la Iglesia. Edad Antigua, Madrid 2005, vol. I, 615.

[53] Cf. Giovanni Maria Vian. La biblioteca de Dios. Historia de los textos cristianos, Madrid 2006, 203.

[54] Cf. Augusto Pascual, El compromiso cristiano del monje, Zamora 1993, 41.

[55] Cf. Pierre Chaunu, El pronóstico futuro. Crisis de nuestro tiempo. La memoria y lo sagrado, Barcelona 1982, 302.

[56] Cf. Marie-Dominique Philippe, Las tres sabidurías, Madrid 2013, 346.

[57] John Senior, La restauración de la cultura cristiana, Madrid 2018.

[58] Natalia Sanmartín Fenollera, El despertar de la señorita Prim, Barcelona 2013.

[59] Cf. Petit, Escritos filosóficos, en Obras Completas, Barcelona 2011, t. II, vol. II, 552; Fernando Arêas Rifan, Tradición y Magisterio vivo de la Iglesia, Pamplona 2012, 44.

[60] Roberto De Mattei, Vaticano II. Una historia nunca escrita, Madrid 2018, 488; Romano Amerio. Iota unum. Estudio sobre las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, Madrid 2003, 79.

[61] Cf. Pablo VI, Discurso al seminario lombardo, Roma, 7-12-1968.

[62] Cf. Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Madrid 1985, 125.

[63] CEC 2123-2126.

[64] Cf. Marcial Solana, El tradicionalismo español y la ciencia hispana, Madrid 1951, 79; Frederick D. Wilhelmsem, Así pensamos. Un ideario para la Comunión Tradicionalista, Madrid 2011, 41.

[65] Cf. Dalmacio Negro, Historia de las formas de Estado. Una introducción, Madrid 2010, 364.

[66] Cf. Eduardo Vadillo Romero, El misterio de la Iglesia. Introducción a una eclesiología de la participación, Toledo 2019, 402.

[67] Cf. Pío Moa, La democracia ahogada, Barcelona 2009, 256.

[68] Cf. Luis Suárez, Raíces cristianas de Europa, Madrid 1986, 33.

[69] Cf. Antonio Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, Madrid 1955, 188; Ser o no ser santo… Ésta es la cuestión, Madrid 2000, 12.

[70] Cf. Stéphane Courtois (ed.), El libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión; Barcelona 2010, 835; Fernando Díaz Villanueva, Historia criminal del comunismo, Madrid 2013; Vida y mentira de Ernesto Che Guevara, Madrid 2017, 117; 239; Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, Madrid 2018, 569; Jano García, El siglo del socialismo criminal, Madrid 2018, vol. II, 110.

[71] Cf. José Javier Esparza, La aventura del Reino de Asturias, Madrid 2009, 23; José Ignacio Gracia Noriega, Don Pelayo. El rey de las montañas, Madrid 2018, 58.

[72] Cf. Daniel Ruiz Bueno, Actas de los mártires; Madrid 1951, 67; Paul Allard, Diez lecciones obre el martirio, 28, Pamplona 2000; José Mª Iraburu, El martirio de Cristo y de los cristianos, Pamplona 2010, 93.

[73] Cf. Juan Manuel de Prada, La nueva tiranía. El sentido común frente al Mátrix progre, Madrid 2009, 19.

[74] Debido a la distinción entre individuo y persona considerada en su aplicación político-religiosa. Cf. Lepoldo Eulogio Palacios, El mito de la nueva Cristiandad, Madrid 1951, 117.

[75] Cf. Pío Moa, Falacias de la izquierda, silencios de la derecha. Claves para entender el deterioro de la política española actual, Madrid 2008, 147; José Mª Iraburu, Pudor y castidad, Pamplona 2015, 97.

[76] Cf. André Leonard, La moral sexual explicada a los jóvenes, Madrid 2006, 9; Miguel Gotzon Santamaría, Saber amar con el cuerpo, Madrid 2008, 11; José Ignacio Munilla-Begoña Ruiz Pereda, Sexo con alma y cuerpo, Madrid 2015, 72.

[77] Cf. José Javier Esparza-Antohy Esolen, Guía políticamente incorrecta de la civilización occidental, Madrid 2009, 127.

[78] Cf. Dalmacio Negro, El mito del hombre nuevo, Madrid, 2009, 360.

[79] Cf. Jesús Trillo Figueroa, Una tentación totalitaria. Educación para la Ciudadanía, Pamplona 2008, 163.

[80] Cf. José Mª Iraburu, Infidelidades en la Iglesia, Pamplona 2005, 77-78.

[81] Cf. Álvaro Calderón, Prometeo. La religión del hombre. Ensayo de una hermenéutica del concilio Vaticano II, Madrid 2011, 317.

[82] Cf. Jordan Peterson, 12 Reglas para vivir. Un antídoto al caos, Barcelona 2018, 269.

[83] Cf. Carl Von Clausewitz, De la guerra, Madrid 2005, 420; El arte de la guerra, Madrid 2011, 63.

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