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LA GUERRA DE DON MANUEL

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Manuel Guerra Gómez, Homo Legens, Madrid 2018, 265 páginas

  1. El gran servicio a la Iglesia de un sabio hombre de Dios

Bien lo apunta el profesor Alberto Bárcena en el prólogo de la obra cuando reconoce la gran labor realizada por el sacerdote Manuel Guerra después de tantos años dedicados a la investigación de las sectas, especialmente a la más peligrosa de todas: la masonería[1]. Tras el fallecimiento del gran catedrático de historia Ricardo de la Cierva, Manuel Guerra ha quedado como el mayor sabio español en la materia continuando con la labor de divulgación del fenómeno mundial de las sectas con decenas de artículos y libros en su haber. La presente obra parece, a simple vista, un libro-entrevista más, sin embargo, sus páginas albergan unos conocimientos enormemente interesantes en todos los sentidos y que hacen reflexionar seriamente al lector. En ellas se revela el autor como:

a) Un sacerdote profundamente enamorado de Jesucristo que desgrana breves pero certeros episodios de su vida y vocación que transversalmente aportan frescura y vivacidad al texto.

b) Un hombre de una cultura fuera de lo común que, como buen Doctor en Filología Clásica domina a la perfección el significado etimológico de los conceptos que utiliza y que además, como Doctor en Teología Patrística, muestra un conocimiento erudito de la Iglesia antigua fruto de largos años de estudio, investigación y docencia. De este modo se disfruta intelectualmente de sus palabras porque transmiten la solidez de los documentos y seguridad de la sabiduría.

Aparte de sus numerosos artículos y libros especializados en filología, teología e historia, Manuel Guerra como escritor ha recorrido tres grandes etapas en los últimos cuarenta años de su vida:

a) Comenzó por especializarse en el estudio de las distintas religiones, de la que son fruto sus primeras obras de divulgación[2].

b) Posteriormente pasó a dedicarse a las sectas y el movimiento New Age, fruto de lo cual es su imponente Diccionario Enciclopédico, de enorme rigor científico y único en el mundo hispanohablante[3].

c) Finalmente, sus últimas publicaciones se dedican a la masonería y su proyección política en la ideología de género y el Nuevo Orden Mundial[4].

Manuel Guerra tiene el mérito de haber rescatado la masonería como una cuestión de primer orden y actualidad cuando había sido despreciada y condenada al ostracismo por muchos clérigos como absurdas teorías conspiranoicas o ridiculizada por los historiadores marxistas como un elemento absurdo de la mitología franquista que en reiteradas ocasiones se refería a la «confabulación judeo-masónica». No sin motivo la masonería siempre le profesó un hondo odio a Franco que es visto como su principal «bestia negra», en primer lugar, debido a la derrota histórica que propinó a la secta durante la guerra de 1936-1939 destruyendo la aplicación de sus postulados que la Segunda República, controlada por ella, estaba realizando. En segundo lugar, con la Ley de represión del comunismo y la masonería con todo lo que implicaba y que consiguió tener a raya a la secta durante la práctica totalidad de su régimen[5].

  1. El nacimiento de la secta

La masonería surge en la históricamente anticatólica Inglaterra en el ambiente de la ilustración, heredera del deísmo filosófico inglés, hijo a su vez del protestantismo en su vertiente anglicana[6]. Ha tenido un papel de primer orden en la difusión universal de la ideología ilustrada que es esencialmente anticatólica y por extensión antiespañola. Aunque se le ha pretendido orígenes muy antiguos, su estructura material o técnica proviene de la Edad Media, de las asociaciones gremiales de constructores de grandes obras, en especial de las catedrales[7]. En Inglaterra evoluciona al comienzo del siglo XVIII hacia una nueva concepción que transforma la antigua «masonería operativa» en «masonería especulativa», ya no compuesta por obreros y técnicos de la construcción sino sobre todo por intelectuales y hombres provenientes de profesiones liberales, ajenos al antiguo contexto de fe y piedad del mundo gremial de la baja Edad Media[8].

La nueva masonería mantiene los ritos y símbolos de las antiguas asociaciones de picapedreros, albañiles y arquitectos con sus respectivos grados y jerarquías, transmisión secreta de su ciencia, juramentos de ingreso en la confraternidad, mutuas ayudas entre los asociados, tribunales propios para juzgar sobre litigios entre compañeros, lugares de trabajo y de toma de decisiones (logias) bajo la autoridad siempre de un maestro[9].

Las investigaciones de los estudiosos coinciden en que sobre la base de aquella extendida y arraigada tradición asociativa surge la nueva masonería especulativa, que adquiere en Inglaterra a partir del segundo decenio del siglo XVIII su moderna fisonomía naturalista, gnóstica y secularizante[10]. En 1717, en la festividad de San Juan Bautista, se constituye en Londres, por fusión de las cuatro logias allí existentes, la Gran Logia de Inglaterra, con un definido carácter ideológico y la expresa misión de crear nuevas logias para difundir por todo el mundo civilizado el ocultismo de sus ritos y principios éticos[11].

La Gran Logia de Inglaterra se regirá por las llamadas Constituciones de Anderson, un protestante presbiteriano que fue uno de sus principales redactores, editadas por primera vez en 1793, y luego norma para otras muchas logias[12]. Su artículo fundamental dice así:

«Todo masón está obligado, en virtud de su título, a obedecer la ley moral; y si comprende bien el Arte, no será jamás un estúpido ateo ni un irreligioso libertino. En los tiempos pasados los masones estaban obligados en cada país a profesar la religión de su patria o nación cualquiera que ésta fuera; en el presente, nos ha parecido más a propósito el no obligar más que a aquella religión en la que todos los hombres están de acuerdo, dejando a cada uno su opinión particular. Esta consiste en ser hombres de honor y probidad, cualquiera que sea la denominación y creencias con que puedan ser distinguidos. De donde se sigue que la masonería es el Centro de Unión y el medio de conciliar una verdadera amistad entre personas que sin ella permanecerían en una perpetua distancia»[13].

Esta declaración de principios responde al indiferentismo religioso extendido entre amplios sectores de las élites sociales como una de las consecuencias ideológicas devenidas de la guerra de los treinta años[14]. Su filosofía inspiradora fue ante todo la de Locke en su Ensayo sobre el gobierno civil, que fija como sostén del edificio social la libertad de pensamiento, no la verdad[15]. Aquí tienen su base todas las idolatrías actuales pues cuando el cielo se vacía de Dios la tierra se llena de ídolos.

Bajo la complicación de sus grados, jerarquías y simbolismos, se da una ideología netamente naturalista y anticristiana basada en los tópicos irracionales de la ilustración[16]. Entre sus ideales filantrópicos es preeminente el de la supresión o superación de toda religión positiva (revelada) para en su lugar instaurar un humanitarismo o religión natural, secularizante de la vida entera, sin dogmas de ninguna clase en la cual todos los hombres pudieran ponerse de acuerdo[17].

Tales ideales naturalistas y humanitarios se difundieron rápidamente por Europa y América, y han tenido desde entonces un notable influjo en importantes acontecimientos políticos[18]. Fueron ampliamente acogidos por las aristocracias y ambientes ilustrados del siglo XVIII, con frecuencia por mera frivolidad más que por convicción. Es un hecho demostrado que la pertenencia a la masonería durante esa época daba tono en la alta sociedad elegante y despreocupada. Por otra parte, es un hecho que la masonería ha tenido gran relevancia como directora del liberalismo político occidental, en especial de liberalismo más empeñado en la secularización de las naciones de fuerte y antiguo arraigo cristiano[19].

  1. Antaño los Papas hablaban sobre la masonería

Como decíamos, la primera logia masónica con secretismo se creó en Inglaterra a principios en 1717, surgida a partir de las ideas deístas que inundaron los espíritus intelectuales de aquel país. Desde el primer momento la Iglesia denunció sus doctrinas y su espíritu anticristiano, como dice León XIII, en su encíclica Humanum genus, consagrada por completo a tratar sobre esta secta:

«El papa Clemente XII en 1738, fue el primero en indicar el peligro, pocos años después Benedicto XIV confirmó y renovó la constitución del anterior pontífice. Pío VII siguió las huellas de ambos. Y León XII, incluyendo en su constitución apostólica Quo graviora toda la legislación dada en esta materia por los Papas anteriores, la ratificó y confirmó para siempre. Pío VIII, Gregorio XVI y reiteradamente Pío IX hablaron en el mismo sentido[20]».

Posteriormente el mismo León XIII publicó la encíclica Praeclara gradulationis (1894) en la que atribuye a la masonería universal la ambición de lograr el control político de cada uno de los Estados, a fin de destruir el orden social cristiano. También los Papas posteriores volvieron a condenar la masonería, pero después de la encíclica Humanum genus en la que queda clarísimamente patente su lucha contra la Iglesia, los Papas se han confirmado en la doctrina, pero no les ha hecho falta volver a repetirla. Especialmente desde el siglo XIX la Iglesia siempre ha denunciado a la masonería porque es el gran enemigo del Reino de Dios.

Hace ya años que en todos los países occidentales han aprobando leyes, inspiradas por la masonería, pero la importancia de las leyes aprobadas por el Parlamento español, especialmente desde los gobiernos del presidente Zapatero y con la complicidad del Partido Popular, parece superar lo hecho hasta ahora[21]. En la España de hoy, con estas leyes tan «satánicas» vemos como se llevan a cabo todas las teorías masónicas que van destruyendo la sociedad, influyendo en la política, en la moral pública y privada, en la familia, y sobre todo siendo la causa del indiferentismo religioso actual[22]. Para ello iremos mostrando los contenidos principales que enseña la encíclica Humanum genus, que de forma muy clara expone la voluntad y los principios de la masonería y su actuación en la sociedad, especialmente en la occidental.

  1. Ingredientes de la masonería: naturalismo y racionalismo

El Papa empieza la encíclica hablando de cómo el mundo, que por envidia del demonio se apartó de Dios, está dividido en dos campos, el Reino de Cristo y el reino de Satanás, y como «los que favorecen el campo peor parecen conspirar a una y pelear con más vehemencia lo hacen bajo la guía y con el auxilio de la masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por todas partes[23]». El Papa denuncia el secretismo de muchas de sus actuaciones y dice que, «es ley fundamental de tales sociedades el diligente y cuidadoso ocultamiento de estas cosas no solo ante los extraños, sino incluso ante muchos de sus mismos adeptos (…). Los iniciados tienen que prometer, más aún, de ordinario tienen que jurar solemnemente, no descubrir nunca ni en modo alguno a sus compañeros, sus signos y sus doctrinas[24]».

El secretismo y la obediencia ciega a los superiores, con un vínculo fortísimo que cualquier alteración del mismo puede llevarle a la muerte, hacen que la razón y la misma verdad evidencien la contradicción de la masonería con la moral natural[25]. Pero el último y principal de los intentos masónicos es, según la encíclica de León XIII, «la destrucción radical de todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo y la creación, a su arbitrio, de todo un orden nuevo con fundamentos y leyes tomados de la entraña misma del naturalismo[26]».

«El principio fundamental de los que profesan el naturalismo es que la naturaleza humana y la razón natural del hombre han de ser en todo maestras y soberanas absolutas (…). No aceptan verdad alguna que no pueda ser alcanzada por la razón humana (…) y rechazan todo maestro a quien haya que creer obligatoriamente por la autoridad de su oficio. Hace mucho tiempo que se trabaja tenazmente para anular todo posible influjo del Magisterio y de la autoridad de la Iglesia en el Estado»[27]. Y con este fin han conseguido en todos los países la separación total de la Iglesia y el Estado, hasta el punto de que la misma Iglesia también se decante por esta posición desde 1965 después de los acalorados debates acerca de la cuestión de la libertad religiosa. Debates donde el episcopado español se distinguió por la defensa de la doctrina tradicional católica[28].

Pero esto no acaba ahí: «Aunque faltasen otras pruebas, lo dicho está probado suficientemente por el testimonio de los mismos jefes sectarios, muchos de los cuales, en diversas ocasiones y últimamente en una reciente memoria, han declarado como objetivo verdadero de la masonería el intento capital de vejar todo lo posible al catolicismo con una enemistad implacable, sin descansar hasta ver deshechas todas las instituciones establecidas por los Papas en la esfera religiosa. Y si los afiliados a la masonería no están obligados a abjurar expresamente de la fe católica, esta táctica está tan lejos de oponerse a los intentos masónicos, que más bien sirve a sus propósitos. En primer lugar, porque es el camino para engañar fácilmente a los sencillos y a los incautos y de multiplicar sus adeptos y en segundo lugar porque al abrir los brazos a todos los procedentes de cualquier credo religioso, logran de hecho, la propagación del gran error de los tiempos actuales: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos[29]».

«Ya sea por la flaqueza de la naturaleza humana, ya sea por el justo juicio de Dios, que castiga el pecado de la soberbia naturalista (…) esos hombres pierden toda su certeza y fijeza incluso en las verdades conocidas por la sola luz natural de la razón, como son la existencia de Dios y la espiritualidad e inmortalidad del alma humana (…). Destruido o debilitado este principio fundamental (de la existencia de Dios), se sigue lógicamente la inestabilidad de las verdades conocidas por la razón natural: la creación libre de todas las cosas por Dios, la Providencia divina sobre el mundo, la inmortalidad del alma, la vida eterna que ha de suceder a la presente vida temporal. Perdidas estas verdades, que son como el principio del orden natural, trascendentales para el conocimiento y la práctica de la vida, fácilmente aparece el giro que ha de tomar la moral pública y la privada[30]».

La única moral que reconoce la secta masónica es la moral cívica, independiente y libre; es decir laica, una moral que excluya toda idea religiosa. Pero una moral de este tipo es una moral sin la firmeza de fundamentos y por consiguiente sometida a la movilidad que producen las pasiones, ya sea de los hombres, ya de los colectivos, pues la naturaleza humana quedó manchada con la caída del primer pecado y por ello está más inclinada al vicio que a la virtud (concupiscencia)[31].

  1. Los tentáculos masónicos en la política y el Estado

La masonería procura resucitar la moral del paganismo negando la revelación cristiana y destruyendo los principios básicos de la moral natural y del derecho natural[32]. Este es el mal esencial de la masonería: una ética sin moral. Porque el vínculo unitivo de la sociedad es Dios, y a Dios debe rendir culto toda sociedad política. El origen de la autoridad es también Dios, por eso la obediencia política es un deber[33]. Denuncia León XIII, en su encíclica:

«En esta materia los naturalistas afirman que todos los hombres son jurídicamente iguales y de la misma condición en todos los aspectos de la vida. Que todos son libres por naturaleza. Que nadie tiene el derecho de mandar a otro y que pretender que los hombres obedezcan a una autoridad que no procede de ellos mismos es hacerles violencia (…). La fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está en la multitud o en el gobierno del Estado, configurado, desde luego, según los principios del derecho nuevo. Es necesario, además, que el Estado sea ateo[34]».

Es cierto que los hombres son iguales en origen, naturaleza y fin último, pero son desiguales en su capacidad física, intelectual y moral. De hecho, la masonería ha colaborado siempre en la revolución fomentada primero por el socialismo y posteriormente por el comunismo. Adulando a los poderes políticos y a los pueblos, la masonería procura excluir a la Iglesia del Estado para someter el Estado a su propia autoridad. La Iglesia, en cambio, no pretende dominar el Estado, sino que ordena dar a este lo que le es debido. Puede decirse que la masonería es más peligrosa para el Estado que para la Iglesia, pues la Iglesia es una sociedad que nadie podrá destruir, mientras que el Estado, sacado de su cauce natural, que es el ordenamiento de la sociedad humana, llegará a permitir el odio y la muerte entre las naciones y las mismas personas, como ya estamos viendo en nuestra sociedad, con tantas guerras entre países y tantos crímenes entre ciudadanos[35].

  1. Objetivos de la masonería: destruir la familia y controlar la educación

Por lo que toca a la familia, el naturalismo considera el matrimonio como creación del Estado, y la educación religiosa predeterminada como un atentado contra la naturaleza[36]. En España, con relación a la familia, desde que en 1979 se aprobó la ley del divorcio, no ha habido ninguna tregua, hasta llegar al aborto como derecho, incluso para menores, a la aprobación de la antinatural legalización de las parejas del mismo sexo y la adopción de niños por dichas personas[37]. La Iglesia considera el matrimonio una «alianza», es decir un pacto entre personas, y, la alianza de amor conyugal no es un simple contrato mercantil entre socios sino un intercambio de amor fiel entre personas[38]. Siendo dicha unión una ley divina y natural, no hay ley positiva que la pueda anular; pero el naturalismo con falsas razones ha llegado a cambiar la ley[39]. La encíclica denuncia los principios que defiende la masonería sobre la familia:

«Por lo que toca a la sociedad doméstica toda la doctrina de los naturalistas se reduce a los siguientes capítulos: el matrimonio pertenece a la categoría jurídica de los contratos. Puede rescindirse legalmente a voluntad de los contrayentes. La autoridad civil tiene poder sobre el vínculo matrimonial»[40].

Con relación a la educación, la masonería procura para el Estado el monopolio de la educación. Por esto desde el siglo XIX ha intentado quitar a la Iglesia las escuelas, porque hasta entonces solo la Iglesia enseñaba, en muchos casos gratuitamente, y desde entonces ha perseguido a las grandes familias religiosas consagradas a la educación de la juventud. Casos históricos pueden observarse en la desamortización de los bienes eclesiásticos realizada por el masón Mendizábal en 1836[41]. Aún más, así se consagra en el artículo 26 de la sectaria Constitución de la Segunda República en 1931[42]. La encíclica lo denuncia:

«En la educación de los hijos no hay que enseñarles cosa alguna como cierta y determinada en materia de religión; que cada uno en la adolescencia escoja la que quiera (…). La masonería tiene puesta la mirada, con total unión de voluntades en el monopolio de la educación de los jóvenes. Piensan que pueden modelar a su capricho esta edad tierna y flexible y dirigirla hacia donde ellos quieren y que éste es el medio más eficaz para formar en la sociedad una generación de ciudadanos como ellos imaginan. Por esto en materia de educación y enseñanza no permiten la menor intervención y vigilancia de los ministros de la Iglesia, y en varios lugares han conseguido que toda la educación de los jóvenes esté en manos de los laicos y que al formar los corazones infantiles nada se oiga de los grandes y sagrados deberes que unen al hombre con Dios»[43].

  1. Masonería, satanismo y Nuevo Orden Mundial (NOM)

Las relaciones de la secta con el luciferismo, una vertiente del satanismo, se encuentran extensamente documentadas[44]. Para la masonería Lucifer es el portador de la luz (el conocimiento, gnosis en griego) arrebatada a los dioses al igual que hiciera Prometeo[45]. Por consiguiente, puede hablarse de la masonería como religión luciferina en lo teórico y práctico como además lo muestran sus rituales[46]. «Sostienen que Lucifer infundió una luz de inteligencia al hombre tras rebelarse contra el Dios sanguinario el Antiguo Testamento (Yahvé) que pretendía tener a los hombres aprisionados en su Edén como unos animales más»[47].  Dicho conocimiento no consiste más que en la ideología masónica que ha de ser implantada en el mundo por bien de la humanidad, lo cual conlleva la disolución de la moral natural y revelada transmitida por la Iglesia[48]. Dicha disolución conlleva necesariamente la transformación de la Iglesia en una institución al servicio del Nuevo Orden mundial dirigido por él y encarnado actualmente en la ONU y la Unión Europea[49]. Instituciones que tienen como prioridad en su agenda la promoción del aborto y de la ideología de género[50]. En este punto tampoco ha de pasarse por alto la estrecha relación, sino identificación casi completa, entre las distintas logias y obediencias masónicas con el Club Bildenberg, es decir la oligarquía financiera o plutocracia que toma las decisiones geopolíticas más importantes y trascendentes a nivel mundial convirtiéndose así en una criptocracia o gobierno encubierto[51].

Así lo han testimoniado también en publicaciones recientes antiguos miembros de gran cultura masónica que consiguieron abandonar la secta después de su conversión[52]. La masonería desde sus inicios se ha esforzado por minar todo lo conseguido por el cristianismo en dos mil años de civilización, especialmente por el catolicismo, ya que ésta es una religión estructurada jerárquicamente y unificada en torno a las enseñanzas bíblicas y la Tradición.

Tienen razón el cardenal Ratzinger cuando observa: «La cultura atea del Occidente moderno vive gracias a la liberación del terror de los demonios que le trajo el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo se apagara, a pesar de toda su sabiduría y toda su tecnología el mundo volvería a caer en el terror y en la desesperación. Y ya pueden verse signos del retorno de las fuerzas oscuras al tiempo que rebrotan en el mundo secularizado los cultos satánicos. De hecho, parece como si una oleada de locura, desenfreno criminal, sexual, etc., vinculado directamente o no con el diablo, golpeara el corazón de los países de cultura occidental ahítos de bienestar, porque “no sólo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), respuesta de Jesucristo a Satanás en su primera tentación»[53]. Así el satanismo persigue «la satisfacción de todos los instintos sexuales, criminales, del libertinaje, de la liberación de los Mandamientos de Dios y de la Iglesia, que, según ellos, impiden el disfrute pleno del máximo placer posible a cada instante»[54]. Como bien dijo el poeta francés Baudelaire: «La astucia más hábil del diablo es la de convencernos de su no existencia»[55].

  1. La Iglesia, maestra segura de la verdad revelada por Dios

Los postulados fundantes de la masonería y del naturalismo «discrepan tanto y tan claramente de la razón, que no hay mayor depravación ideológica. Quieren destruir la religión y la Iglesia, fundada y perpetuada por el mismo Dios»[56]. «De semejante manera, el segundo propósito de los masones, destruir los principios fundamentales del derecho y de la moral y prestar ayuda a los que, imitando a los animales, querrían que fuese lícito todo lo agradable, equivale empujar al género humano ignominiosa y vergonzantemente a la muerte»[57].

«La despreocupación pública total de la religión y el desprecio de Dios, como si no existiese, en la constitución y administración del Estado, constituyen un atrevimiento inaudito aún para los mismos paganos, en cuyo corazón y en cuyo entendimiento estuvo tan gravada no tan solo la creencia de los dioses, sino la necesidad de un culto público, que consideraban más fácil encontrar una ciudad en el aire que un Estado sin Dios»[58].

«Los perturbadores errores que hemos enumerado bastan por sí solos para provocar en los Estados temores muy serios. Porque suprimido el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, despreciada la autoridad de los gobernantes, permitida y legitimada la fiebre de las revoluciones, desatada la licencia de las pasiones populares, sin otro freno que la pena, forzosamente han de seguir cambios y trastornos universales. La masonería que favorece en gran escala los intentos de estas asociaciones (socialistas y comunistas) y coincide con ellas en los principios fundamentales de su doctrina no puede proclamarse ajena a los propósitos de aquellas. Y si de hecho no llegan de modo más inmediato y en todas partes a los mayores extremos, no ha de atribuirse esta falta a sus doctrinas ni a su voluntad, sino a la eficaz virtud de la inextinguible religión divina y al sector sano de la humanidad que, rechazando la servidumbre de las sociedades clandestinas, resiste con energía los locos intentos de estas»[59].

Parece claro que, tal como viene a decir el Romano Pontífice en la encíclica y todos los siguientes Papas han confirmado; una sociedad sin Dios es una sociedad contra el hombre y ya vemos sus consecuencias en España y en toda la sociedad occidental[60]. Ni la democracia moderna, ni el multiculturalismo, ni el ecologismo, ni el Estado de bienestar, ninguna de estas falaces teorías es capaz de traer la paz que busca también, a su manera, la ciudad terrena[61].

  1. La Iglesia dejaba de considerar a la masonería como el enemigo

La infiltración masónica en la Iglesia, especialmente en las altas esferas vaticanas, es un dato incuestionable que llevaría muchas páginas analizar adecuadamente por lo que lo pospondremos para otra ocasión[62]. Sin embargo, basta con apuntar que el modernismo fue quien propició que el principal enemigo histórico del catolicismo pudiera introducirse hasta la cúpula de la Iglesia Romana[63]. Durante el pontificado de Pablo VI, que mantuvo una actitud ingenua hacia la masonería, se notaba un cambio considerable hacia ella iniciado a raíz del Vaticano II y que coincidía, no sin relación de causa-efecto, con la revolucionaria visión que en la Iglesia se improvisaba acerca del judaísmo[64]. En la misma aula conciliar ya se había solicitado que la condena a la masonería fuera eliminada[65].

Estos son los principales motivos por los que pudo llegarse a esta nueva actitud:

  1. a) La consiga ajena a la Tradición bimilenaria de la Iglesia impartida por Juan XXIII en el discurso de inauguración del Vaticano II: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad renovando condenas»[66]. Y que se resume en el lema: «prohibido prohibir», abriéndose así una brecha entre doctrina y pastoral, teoría y praxis que llega hasta nosotros cada vez más acentuada[67]. Además, este anuncio del principio de la misericordia contrapuesto al de severidad, ignora el hecho de que en la mente de la Iglesia la condena del error es también una obra de misericordia[68].
  2. b) La ideología del diálogo a toda costa privada de su fin que es la conversión del interlocutor, iniciada por Juan XXIII y que Pablo VI desarrolló en el documento programático de su pontificado, la encíclica Ecclesiam Suam además de en la errática política de acercamiento al bloque comunista, más conocida como la «Ostpolitik» vaticana[69].
  3. c) El inicuo pacto entre el Vaticano y la Unión Soviética para que el concilio se negase a renovar la condena al comunismo en el concilio que tanto favoreció al comunismo y al socialismo y les abrió las puertas de la Iglesia («Teología de la liberación», «Cristianos por el socialismo») condujo también a un acercamiento hacia la masonería[70]. Como sabiamente apunta el profesor Manuel Guerra «Jesucristo no quiso dialogar con todos. Jesucristo dialogó sobre todo con su madre que es rechazada por los masones»[71].

En la España del general Franco, «a causa del profundo cambio experimentado por la Iglesia en el concilio Vaticano II, le ley española contra la masonería tuvo que ser derogada y la masonería dejó de ser delito, aunque esta última no modificó su actitud y siguió viendo en Franco a su mortal enemigo – “el gran inquisidor” como le llamaban- sosteniendo y estimulando a cuantos le combatían»[72].

Por consiguiente, se establecieron conversaciones oficiales entre la Iglesia Católica y la secta que durarían seis años. La encargada del diálogo con las grandes logias reunidas fue la Conferencia Episcopal Alemana[73]. Ya en 1974 el cardenal Franjo Seper, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, admitía que algunas obediencias masónicas «no maquinaban contra la Iglesia» por lo que la excomunión no alcanzaría a sus miembros. Interpretación peregrina que nada tenía que ver con el canon 2335 del Código de Derecho Canónico de 1917 entonces vigente. No obstante, al poco tiempo de acceder Juan Pablo II al solio pontificio, consciente del peligro decide aclarar la situación con carácter de urgencia a fin de reiterar la continua doctrina de los Papas interrumpida por Juan XXIII y Pablo VI[74].

Como en ocasiones era habitual en el Papa polaco, sus decisiones dejaron desconcertados a muchos católicos que de manera inconcebible veían como, por un lado, eliminaba del nuevo Código de Derecho Canónico, en el canon 1374, la pena de excomunión solemne y sin paliativos «contra la masonería», presente en el anterior promulgado por Benedicto XV en 1917, canon 2335[75]. Aunque permanecía vigente la pena de excomunión, pero con una fórmula mitigada y genérica para: «El inscrito en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa». La masonería había conseguido una enorme victoria al hacer desaparecer su nombre del Derecho Canónico unido a una sanción grave[76]. Mientras, por otro lado, el día anterior de la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico, el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación del mismo Papa, hacía púbica una «Declaración sobre las asociaciones masónicas».

El documento comienza reconociendo que a pesar de que «se ha solicitado que se altere el dictamen de la Iglesia sobre la masonería», se afirmaba que «se mantenía el juicio negativo de la Iglesia respecto a las asociaciones masónicas, ya que sus principios han sido siempre inconciliables con la doctrina de la Iglesia y por lo mismo la adscripción a las mismas permanece prohibida. Los fieles que pertenecen a las asociaciones masónicas están en estado de pecado grave y no pueden acceder a la sagrada comunión». Concluía, acertadamente, con una norma de unidad disciplinaria: «No les compete a las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique la derogación de cuanto ha sido establecido arriba»[77].

Al concluir la lectura de este libro, que de ningún modo se hace pesada o árida, el lector siente la necesidad de reiniciarla de nuevo o al menos de releer los capítulos que más conocimientos le han aportado para continuar su asimilación. Al mismo tiempo que la interconexión de los diferentes temas resulta muy propicia para la elaboración de una visión de conjunto sumamente iluminadora.

[1] Cf. Manuel Guerra Gómez, La guerra de Don Manuel, Madrid 2019, 19.

[2] Cf. Manuel Guerra Gómez, Historia de las religiones, Pamplona 1980, 3 vols. Sintetizada posteriormente en Historia de las religiones, Madrid 2010. Como obra de divulgación de las anteriores, ¿Por qué hay tantas religiones? El cristianismo y la verdad de otras creencias, Madrid 2017.

[3] Cf. Manuel Guerra Gómez, Los nuevos movimientos religiosos, Pamplona 1993. Posteriormente desarrollada en Diccionario enciclopédico de las sectas, Madrid 1998. Como obra de divulgación de las anteriores, Las sectas y su invasión al mundo hispano; una guía, Pamplona 2003.

[4] Cf. Manuel Guerra, El árbol masónico. Trastienda y escaparate del Nuevo Orden Mundial, Madrid 2017.

[5] Cf. Ricardo de la Cierva, Franco. La historia, Toledo 2000, 553. Sobre los motivos religiosos, patrióticos, militares y familiares de las convicciones antimasónicas de Franco, cf. Manuel Guerra, Masonería, religión y política, Madrid 2012, 225-233.

[6] El deísmo afirma la existencia de un dios impersonal y excluye que se haya dado a conocer a los hombres por medio de la revelación divina. Cf. Ferrater-Mora, Diccionario de Filosofía, Madrid 1990, vol. I, 734; Fraile-Urdánoz, Historia de la Filosofía, Madrid 2000, 786; Reale-Antiseri, Historia de la Filosofía. Del humanismo a Kant, vol. 2.2, Barcelona 2010, 226; Frederick Copleston, Historia de la Filosofía. De la escolástica al empirismo, Barcelona 2011, vol. II, 126.

[7] Cf. César Vidal, Los masones. La sociedad secreta más influyente de la historia, Madrid 2007, 31.

[8] Cf. Ricardo de la Cierva, El triple secreto de la masonería, Toledo 1994, 64.

[9] Cf. Vicente Alejandro Guillamón, Los masones en el gobierno de España, Madrid 2009, 21.

[10] Cf. Ricardo de la Cierva, La palabra perdida. El triple secreto, Toledo 1994, 66.

[11] Cf. César Vidal, La masonería. Un Estado dentro del Estado, Barcelona 2010, 15.

[12] Cf. Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Toledo 2002, 62.

[13] Cf. José Ferrer Benimelli, La masonería española en el siglo XVIII, Madrid 1974, 29.

[14] Cf. Peter H. Wilson, La guerra de los treinta años. Una tragedia europea, Madrid 2018, vol. I, 11.

[15] Cf. Reale-Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico. Del humanismo a Kant, Barcelona 2010, vol. II, 444; José R. Ayllon-Marcial Izquierdo-Carlos Díaz, Historia de la Filosofía, Barcelona 2012, 202.

[16] Cf. Carlos Valverde, Génesis, estructura y crisis de la modernidad, Madrid 1996, 189; Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Madrid 2016, 213.

[17] Cf. Ángel Luis González, (ed.), Diccionario de Filosofía, Pamplona 2010, 291.

[18] Cf. Manuel Guerra Gómez, Masonería, religión y política, Madrid 2012, 219.

[19] Cf. Francisco Canals Vidal, ¿Por qué descristianiza el liberalismo?, en Obras Completas, vol. 10, Barcelona 2015, 396.

[20] León XIII, Humanum genus, 20-4-1884, n. 4.

[21] Cf. Ricardo de la Cierva, ZP, tres años de gobierno masónico, Toledo 207, 176.

[22] Cf. Alberto Bárcena, Iglesia y masonería. Las dos ciudades, Madrid 2016, 196.

[23] León XIII, Humanum genus, n. 1.

[24] Ibíd., 7.

[25] Cf. René Simon. Moral. Curso de filosofía tomista, Barcelona 1998, 229.

[26] León XIII, Humanum genus, n. 8.

[27] Ibíd., 8.

[28] Cf. Roberto De Mattei, Vaticano II. Una historia nunca escrita, Madrid 2018, 383.

[29] León XIII, Humanum genus, n. 10.

[30] Ibíd., 11 y 12.

[31] Cf. Antonio Millán Puelles, Fundamentos de Filosofía, Madrid 2001, 609.

[32] Cf. Victorino Rodríguez, Temas clave de humanismo cristiano, Madrid 1984, 275.

[33] Cf. Rm 13, 1.

[34] León XIII, Humanum genus, n. 15.

[35] Cf. Gerardo Manresa Presas, La masonería en política, en Cristiandad, n. 893, 2005.

[36] Cf. Pío XI, Divini ilius Magistri, n. 9-10.

[37] Cf. Pío Moa, La democracia ahogada. Ensayos sobre la España de hoy, Barcelona 2009, 153; La transición de cristal. Franquismo y democracia, Madrid 2010, 237; Javier Barraycoa, La Constitución incumplida, Madrid 2018, 191.

[38] CEC 1466-1467; S. Th., Suplementum, 41, 1-2; Victorino Rodríguez, Temas clave de humanismo cristiano, Madrid 1984, 207.

[39] Cf. Pío XI, Casti connubii, n. 25-26; CEC n. 2382-2385.

[40] León XIII, Humanun genus, n. 14

[41] Cf. Manuel Revuelta González, La exclaustración, Madrid 1976, 386; Vicente Cárcel Ortí, Breve historia de la Iglesia en España, Barcelona 2003, 281; José Manuel Cuenca Toribio, La Iglesia española ante la revolución liberal, Madrid 2011, 85.

[42] Cf. Víctor Manuel Arbeloa, La semana trágica de la Iglesia en España (8-14 octubre 1931), Madrid 2006, 345; La Iglesia que buscó la concordia (1931-1936), Madrid 2008, 68.

[43] León XIII, Humanum genus, n. 14.

[44] Cf. Ricardo de la Cierva, Masonería, satanismo y exorcismo, Madrid 2011, 81.

[45] Cf. René Martín, Diccionario de la mitología griega y romana, Madrid 1996, 369.

[46] Cf. Ricardo de la Cierva, Los rituales secretos de la masonería anticristiana, Toledo 2010, 269.

[47] Cf. Manuel Guerra, Diccionario enciclopédico de las sectas, Madrid 1998, 473.

[48] Cf. Ricardo de la Cierva, Los signos del Anticristo. Iglesia, masonería y política ante el tercer milenio, Toledo 1999, 183.

[49] Cf. Margerite Peters, Marion-ética. Los “expertos” de la ONU imponen su ley, Madrid 2011, 168.

[50] Cf. Gabriele Kuby, La revolución sexual global. La destrucción de la libertad en nombre de la libertad, Madrid 2017, 103 y 157; Alicia V. Rubio, Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres. Para entender cómo nos afecta la ideología de género, Madrid 2017, 161.

[51] Cf. Cristina Martín Jiménez, Los planes del Club Bildenberg para España, Madrid 2015, 243; Los amos del mundo están al acecho. Bildenberg y otros poderes ocultos, Madrid 2017, 40 y 174.

[52] Cf. Maurice Caillet, Yo fui masón, Madrid 2008, 165.

[53] Cf. Manuel Guerra, Diccionario enciclopédico de las sectas, Madrid 1998, 803.

[54] Ibíd., 805.

[55] Ibíd., 803.

[56] León XIII, Humanum genus, n. 17.

[57] Ibíd., 17.

[58] Ibíd., 17.

[59] Ibíd., 19.

[60] Cf. Antonio Millán Puelles, Léxico filosófico, Madrid 2002, 528.

[61] Cf. Francisco José Contreras, La fragilidad de la libertad, Madrid 2018, 357.

[62] Cf. Ricardo de la Cierva, La infiltración, Toledo 2008, 567.

[63] Cf. Ricardo de la Cierva, Las puertas del infierno, Toledo 1995, 225.

[64] Cf. Ralph Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber. Historia del concilio vaticano II, Madrid 1999, 192; José Antonio Ullate Fabo, El secreto masónico desvelado, Madrid 2007, 153.

[65] Cf. Ricardo de la Cierva, Misterios de la historia, Barcelona 1991, 51.

[66] Juan XXIII, Gaudet Mater Ecclesia, VI.2-VII. 3.

[67] Cf. Victorino Rodríguez, Temas clave de humanismo cristiano, Madrid 1984, 153; Brunero Gherardini, Vaticano II: Una explicación pendiente, Madrid 2011, 59.

[68] Cf. Romano Amerio, Iota Unum. Historia de las trasformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, Madrid 2003, 84.

[69] «Este término estuvo referido en los años 60 y 70 a la política de la Santa Sede hacia los países de la Europa oriental. Durante el pontificado de Pío XII, habría sido impensable por la abierta hostilidad recíproca entre la Iglesia y el comunismo». Vicente Cárcel Ortí, Persecuciones religiosas y mártires del siglo XX, Madrid 2001, 39.

[70] Cf. Ricardo de la Cierva, Las puertas del infierno. La historia de la Iglesia jamás contada, Toledo 1995, 597; Romano Amerio, Iota Unum. Historia de las transformaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, Madrid 2003, 247; Jean Comby, Para leer la historia de la Iglesia. desde los orígenes hasta el siglo XXI, Pamplona 2010, 417; Alberto Bárcena, Iglesia y masonería. Las dos ciudades, Madrid 2016, 157; Roberto De Mattei, Vaticano II. Una historia nunca escrita, Madrid 2018, 410.

[71] Cf. Manuel Guerra, El árbol masónico. Trastienda y escaparate del Nuevo Orden Mundial, Madrid 2017, 331.

[72] Cf. Luís Suárez, Franco. Los años decisivos 1931-1945, Barcelona 2011, 154.

[73] Cf. Manuel Guerra, La trama masónica, Barcelona 2006, 283.

[74] Cf. Alberto Bárcena, Iglesia y masonería. Las dos ciudades, Madrid 2016, 301.

[75] 27-11-1983.

[76] Cf. Manuel Guerra, El árbol masónico. Trastienda y escaparate del Nuevo Orden Mundial, Madrid 2017, 309.

[77] AAS 76, 1984, 300.

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