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La filosofía política de la Navidad (II)

Filosofía Política Navidad
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La caída del Imperio romano y el suicidio de la Europa apóstata

El proceso deletéreo arriba descrito, supone la subversión de todos y cada uno de los logros civilizatorios obtenidos por la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Traerlos a la memoria evidenciará, por analogía, el caos y gravedad única de la época actual, contraponiéndolos con la cosmovisión del cristianismo plasmada en la Navidad y que se ha materializado en una filosofía política que impregnó Occidente durante más de un milenio de Cristiandad.

De no haberse producido el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y la cristianización de Occidente, viviríamos en una verdadera jungla humana, con la que la situación actual tiene cada vez más similitudes. La cultura clásica grecolatina podía levantar monumentales construcciones como los acueductos, teatros y circos, compilar la sabiduría jurídica en el derecho romano y unir Europa con la lengua latina y un excepcional sistema viario de calzadas. No obstante, al mismo tiempo mantenía una institución tan inhumana como la esclavitud, desaparecida durante la Cristiandad medieval y resucitada durante la Ilustración. Disculpaba la mentalidad eugenésica con el abandono de los niños recién nacidos, y un antinatalismo u odio a la procreación en constante aumento, que acabaría conduciendo al hundimiento demográfico del Imperio. Dicho invierno demográfico facilitó sobremanera las invasiones bárbaras.

Ser hombre libre y sano en el Imperio romano podía implicar una vida más o menos cómoda y dichosa. Pero en Roma era rara la familia que tenía más de una hija y de las criaturas que lanzaban a las cloacas como hijos no deseados, la mayoría eran hembras. Por añadidura, cuando se declaraba una epidemia, como la peste antonina (165-180) en tiempos del emperador Marco Aurelio, los primeros en huir de las ciudades eran los médicos, mientras que los familiares de los contagiados se esforzaban en arrojarlos de sus propios hogares, abandonándolos en las cunetas para evitar que los contagiaran.

Fue la fuerza sobrenatural de la religión católica, única verdadera, la que cambió una sociedad en la que no había fútbol y subvenciones, pero sí pan y circo. Donde el estadista Quinto, hermano de Cicerón, llegó a escribir un manual electoral inigualable donde se explicaba cómo llegar a ser nominado candidato por el propio partido y cómo engañar a los votantes para ser elegido. Como puede comprobarse, los pecados son viejos, muy viejos, los sociatas y peperos, los comunistas y separatistas no han inventado la corrupción política institucionalizada, viene de lejos. En la actualidad solamente se ha perfeccionado, gracias al continuo lavado de cerebro efectuado en la población por los medios de manipulación de masas, financiados por el poder ideológico de los nacionalistas y la izquierda. Poder basado en la autoatribuida «superioridad moral» de dicha izquierda, asumida acríticamente por la mayor parte de la derecha y la misma Iglesia, que de esta forma ayudan a sustentar el relato dominante que se ha impuesto.

Gracias al nacimiento del Hijo de Dios en Belén y a la Iglesia que lo comunicó y expandió en el espacio y en el tiempo, la moral se convirtió en el sustento del Imperio y la mujer fue respetada y dignificada. Con el paso de los siglos, entre otros muchos elementos sobresalientes, la Iglesia Católica daría lugar a:

a- La salvación de la cultura clásica, y el nacimiento de la universidad, institución única que ha determinado la cosmovisión e historia posterior occidental.

b- La fundación de los hospitales y de la escuela, orientadas ambas al cuidado y la promoción de las clases populares.

c- El cultivo del arte en todas sus facetas, como el románico, gótico y barroco, propios del catolicismo, el gregoriano y la polifonía, todo al servicio de la venerable liturgia milenaria o rito tradicional. Así como el desarrollo científico y geográfico, y la doctrina del derecho de gentes, embrión del derecho natural.

Sin el nacimiento del Verbo encarnado y la Iglesia que Él fundó para perpetuar su misión redentora, Europa habría perecido a manos de los bárbaros paganos que procedían del norte y el este (hoy vienen del sur), o habría sido triturada por los secuaces de la secta de aquel camellero violento y pederasta llamado Mahoma. Y esto no es un simplismo impropio y descalificador, sino que está basado en la constatación de los documentos históricos de las propias fuentes mahometanas.

Con la fe revelada por Nuestro Señor Jesucristo nacido en Belén, las naciones católicas de Europa pudieron persistir pujantes, religiosa y culturalmente durante siglos, resistiendo una y otra vez a todas las amenazas:

a- Del Estado moderno, por medio del despotismo ilustrado y el absolutismo monárquico durante los siglos XVII-XIX, consecuencia política del nacionalismo promovido por la revolución protestante de Lutero, Calvino, Zuinglio y Enrique VIII. Protestantismo triunfante con la Paz de Westfalia en 1648 y teorizado políticamente por Hobbes, Spinoza y Kant.

b- Del totalitarismo comunista y nacional-socialista en el siglo XX, consecuencia política de toda la filosofía del derecho de matriz protestante de autores como Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger.

En La masa enfurecida, obra de notable interés, escribe Douglas Murray: «Vivimos en tiempos de locura colectiva. Tanto en lo público como en lo privado, tanto en el mundo digital como en el analógico, las personas se comportan de un modo cada vez más irracional, frenético, borreguil, en definitiva, desagradable. Las consecuencias pueden constatarse a diario, pero, por más que veamos los síntomas, no alcanzamos a descubrir las causas». Murray no acierta a ver el sentido último de la crisis civilizatoria actual, que no es otro que el derrumbamiento del orden moral que había gobernado Occidente.

La civilización cristiana, que comenzó en el siglo IV con la legalización del cristianismo por emperador Constantino en el Edicto de Milán (313), puede considerarse terminada. Esto no significa la desaparición del cristianismo, pero su irrelevancia por sustitución es un hecho. El paganismo contemporáneo es esencialmente «cosmoteísta» y la sacralización del cosmos ha suplantado definitivamente a cualquier otro tipo de sacralización. La teología posconciliar del cristianismo implícito (Rahner), como proyección de los valores antropológicos (Feurbach), ha desembocado en la «cosmolatría» ecologista-catastrofista (Laudato si y la adoración de la Pachamama).

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