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En el Corazón de Cristo

Luis María Mendizábal, S.J. Monte Carmelo (Burgos 2010), 109 páginas
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Varios Padres de la Iglesia abundaron en la imagen de la Iglesia saliendo del Corazón traspasado de Cristo en la cruz. No obstante, en sentido estricto no puede hablarse de la devoción al Corazón de Jesús hasta los siglos XI y XII. Primero San Anselmo, después San Bernardo y San Buenaventura se refirieron al Corazón de Jesús como objeto particular de devoción. Particular relevancia en la promoción de esta devoción tiene Santa Margarita Mª de Alacoque, religiosa Salesa que entre 1673 y 1675 fue favorecida con una serie de revelaciones privadas de Nuestro Señor en Paray-le-Monial, Francia. Infinitos tesoros de gracia y misericordia tenían que manifestarse todavía al mundo. El Sagrado Corazón de Jesús le pidió que extendiera la consagración, el reconocimiento y la gratitud hacia su amor a la humanidad; y la reparación por la ingratitud de los pecadores, especialmente de las almas consagradas a Él. Pidió que el primer viernes después de la octava del Corpus Christi se dedicara una fiesta en honor de su Sagrado Corazón.

Las palabras de Jesucristo dirigidas a Santa Margarita, repitiendo cuanto había amado a los hombres y su lamento de no haber recibido de ellos más que infidelidades. Cómo nos había manifestado las más grandes pruebas de su caridad sin otra respuesta por nuestra parte que la frialdad, la ingratitud y los ultrajes. Cómo quería derramar incluso sobre sus hijos más indignos nuevas efusiones de su bondad y de su infinita misericordia, excitó un sentido de dolor y un incendio de amor en muchas almas, que, con todas sus energías, desafiando las burlas, los insultos y las persecuciones del mundo comenzaron a predicar por todas partes el amor de Jesús, el culto debido a su Corazón Santísimo.

Un soplo de vida nueva se propagó en la Iglesia y, de año en año, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se extendió por todas partes. En el siglo XVI, San Francisco de Sales impulsó la devoción al Sagrado Corazón en la Orden de la Visitación (Salesas) que él fundara. Jesuitas como San Francisco de Borja (tercer superior general de la Compañía de Jesús después de San Ignacio de Loyola), el apóstol de Alemania que frenara el protestantismo San Pedro Canisio, San Luís Gonzaga patrono de la juventud, etc., tuvieron una particular devoción al Corazón de Jesús. San Juan Eudes, en el siglo XVII, trabajó sin descanso para promover la devoción al Corazón de Cristo. Compuso una Misa y el oficio divino para su celebración litúrgica como antaño hiciera Santo Tomás de Aquino para la solemnidad del Corpus Christi.

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Aunque se remonte a la cuna del cristianismo, esta devoción había sido reservada por Dios, de una forma especial, cuando el mundo moderno en su creciente frialdad hacia Jesucristo necesitase reavivar su amor. Devoción de todos los tiempos, es la más sublime y provechosa de ellas ya que incluye y perfecciona a las demás; y es que no puede ser de otro modo porque el Corazón divino-humano de Cristo es el compendio, el centro de toda la religión católica y el fundamento de la Iglesia, porque refiere a toda la persona del Redentor. Es la devoción fundamental y central de la Iglesia Católica porque, del mismo modo que el amor de Jesús por nosotros es el compendio del dogma católico, así nuestro amor por Él es el compendio de la moral católica.

1º. Por su objeto: que es el mismo Corazón de Jesús, ardiendo de amor por los hombres y ultrajado por su cruel pecado de ingratitud.

2º. Por su fin: que es manifestar a Jesús amor por amor, como diría la misma Santa Mª María de Alacoque, su fin principal es «ganar almas para su amor». Es decir, a través de la devoción al Sagrado Corazón queremos «amar y hacer amar» a Jesús, como también dirá Santa Teresa de Lisieux en el Acto de ofrenda al amor misericordioso.

En este sentido, es mucho lo que la Iglesia debe al P. Mendizábal, pues fue uno de los nombres propios más importantes en la profundización de la espiritualidad del Corazón de Jesús después del Vaticano II. Fiel hijo de San Ignacio de Loyola y de San Claudio de la Colombiére fue un insigne apóstol de la devoción al Sagrado Corazón a través de innumerables tandas de Ejercicios Espirituales, retiros y conferencias tanto a sacerdotes como a religiosas de vida contemplativa y activa, seminaristas y seglares. El magisterio del P. Mendizábal fue eminentemente oral, fruto de su predicación, por ello su estilo es muy directo, vivo y ameno. La profundidad y sencillez de lo que enseña y contagia queda también patente en el resto de sus publicaciones. Puede que para algunos mi testimonio personal no les sirve de nada, pero se que a otras personas si que puede hacerles bien. Cuando comentas una obra literaria en la que no sólo conoces al autor, sino que te une a él, no sólo la amistad sino también una profunda admiración, veneración en este caso, además de la gratitud por su impagable ayuda; no puedes ocultarlo.

Le doy infinitas gracias a Dios Nuestro Señor por haberme concedido la gracia de poder haberme alimentado y formado con la palabra y el ejemplo del P. Mendizábal. Era un sacerdote santo y sabio, un hombre profundamente espiritual, humilde, cercano y con un gran sentido del humor. Conocí su estilo, su pensamiento, su espíritu y recibí uno de los mayores galardones de mi vida cuando él mismo me designo como «amigo». Asistí a tres tandas de Ejercicios Espirituales que él impartió en tres momentos decisivos en mi vida: Seminario, ordenación sacerdotal y primer año de ministerio. Durante los seis años en el Seminario de Toledo y los tres primeros de sacerdote fue mi confesor; hoy día sigo leyendo y releyendo sus obras y escucho sus conferencias grabadas sacando siempre mucho provecho espiritual de ellas. Por todo esto y, aunque lleno de pecados y miserias, con sano y santo orgullo puedo proclamarme discípulo suyo, aunque todo hay que decirlo, bastante defectuoso, por cierto.

En palabras del propio autor, esta era su obra preferida, la más querida de todas, la que refleja mejor su alma, la que mejor condensa el núcleo de su doctrina. En este librito, fruto de los apuntes de algunas de sus conferencias, el P. Mendizábal pretende presentar en un tono psicológico y vital el contenido de la devoción al Sagrado Corazón. No es un tratado teológico, sin embargo, entre líneas no puede dejar de advertirse la hondura teológica de quien fuera el jovencísimo profesor (31 años) de Teología Espiritual en la Universidad Gregoriana de Roma desde 1956 a 1966. Toda su vida apostólica de 65 años de sacerdocio no fue otra cosa que acrecentar la hondura y concreción de la síntesis teológica que fue capaz de elaborar y trasmitir contemplando el Corazón de Cristo. El Padre Mendizábal enseñaba que el Corazón del Redentor es la clave interpretativa de Jesús, a cuya luz se esclarece el misterio del corazón del ser humano y también, por lo tanto, de su vida espiritual.

Con un ejemplo ambientado en la postguerra, dejemos que el Padre Mendizábal nos explique, con suma sencillez y profundidad, qué es la consagración y la reparación al Corazón de Jesús: «Había una mujer, delegada comunista de su barrio. Vino un nuevo párroco que se interesaba mucho por los obreros y predicaba fervorosamente el Vía crucis cada viernes. Muchos se volvieron a acercar a la Iglesia y se convirtieron. Sólo aquella mujer no se dejaba ver nunca por la Iglesia. Pero un día, mientras estaba lavando cerca de la Iglesia, oyó las fervorosas palabras del párroco, fue tocada por la gracia y se convirtió. Después de algunas semanas, al párroco se le estropeó la máquina de escribir y pensó que se la podrían arreglar las hijas de aquella mujer, que trabajaban en una fábrica de máquinas de escribir. Llevó entonces la máquina a casa de la excomunista, que le dijo: “Con mucho gusto, pero tendrá que esperar a la próxima semana, porque mis hijas están muy ocupadas y ahora no tienen tiempo”».

«El párroco dejó la máquina y volvió a casa. No había pasado una hora cuando la excomunista volvió con su propia máquina de escribir y dándosela al párroco, le dijo sencillamente: “Padre, usted necesita una máquina. Mire, yo con esta he cometido muchos pecados; quisiera que desde ahora la santificase con sus manos sacerdotales”. Esto es poner en práctica las palabras de San Pablo: “Como ofrecisteis vuestros miembros a la impureza y a la iniquidad, así ahora ofreced vuestros miembros a la justicia para la santificación”[1]. Nosotros debeos hacer lo mismo; aunque hayamos cometido tantos pecados con el cuerpo, con los ojos, con las manos, con la imaginación… no importa. Tomemos cuerpo y alma, y ofrezcámoslos a Jesús a fin de que los santifique con sus manos, a fin de que escriba con nuestro cuerpo y alma el mensaje que desea dar a conocer al mundo, el anuncio de paz y amor»[2].

Este librito es una autentica «joya» imprescindible para cualquiera que desee profundizar en lo más nuclear de la espiritualidad del Corazón de Jesús que se encuentra en el Magisterio de la Iglesia, en palabras del autor: «para poner claramente de relieve los elementos esenciales propuestos en las encíclicas pontificias. Leyendo las encíclicas nos convenceremos de que la devoción al Corazón de Cristo es la quintaesencia de la religión, lo cual supone una vida entera»[3].

 

[1] Rm 6, 19.

[2] P. 62-63.

[3] P. 18-19.

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