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Causas de la escasez de vocaciones

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José María Iraburu, Gratis date, 51 páginas

El enorme descubrimiento que cambió la historia de occidente no fue el de Colón en América, ni el descubrimiento de Núñez de Balboa del océano Pacífico, ni el de Legazpi y Urdaneta de las Filipinas; ni tan siquiera la ley de la gravedad de Newton. El gran descubrimiento de este milenio es, sin lugar a duda, el que recientemente ha realizado el cardenal Blázquez sobre la angustiosa escasez de vocaciones sacerdotales en España. Debido a las recientes declaraciones del arzobispo de Valladolid en la Conferencia Episcopal esta semana, he creído conveniente traer a colación este breve opúsculo dada la actualidad permanente del certero análisis de la situación que realiza. A modo de introducción a esta obra, recomiendo la lectura de los brillantes artículos de Francisco Javier Delgado en Infocatólica: Las vocaciones, una crisis que no se quiere resolver; y Luis Fernando Pérez, también en Infocatólica: ¿De dónde van a salir las vocaciones si apenas hay jóvenes católicos?

El padre José María Iraburu es doctor en Teología y durante treinta años fue profesor de Teología espiritual en la Facultad de Teología de Burgos, labor que simultaneó con el trabajo misionero en Hispanoamérica y con el de la predicación de Ejercicios Espirituales. Colaborador de Radio María, entre muchos otros ministerios se ha dedicado, con especial fecundidad, al de la pluma. Sus obras revelan cuatro características principales que honran al autor en alto grado:

  1. Su absoluta fidelidad a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia en una época en la que brillan por su ausencia.
  2. La sobresaliente formación filosófica, teológica e histórica que demuestra, una erudición fruto de largos años de estudio profundo y sistemático.
  3. Su valentía, dadas las espinosas cuestiones que aborda sin rendir pleitesía a la cronolatría o dictadura del tiempo presente, a la que la Iglesia lleva entregada, cada vez en mayor medida, durante los últimos cincuenta años.
  4. Su enorme talla como escritor, tanto en opúsculos breves, como este que reseñamos, como en extensas obras. Sin negar sus cualidades innatas, se percibe la notable capacidad de exposición del profesor que se documenta concienzudamente para transmitir a sus alumnos unos conocimientos que son vida.

La presente obra cobra una actualidad mayor debido a la drástica reducción de sacerdotes que desde el concilio Vaticano II (1962-1965) comenzó a producirse en occidente y cuyos efectos ya han hecho concienciarse a unos cuantos prelados de que la exportación de sacerdotes procedentes de Hispanoamérica y África no es más que un parche para tapar el clamoroso desastre que nos ha conducido hasta este callejón sin salida. La celebración de la «liturgia de la palabra» los domingos en ausencia de sacerdote por parte de diáconos permanentes, religiosas o simples fieles no hace sino ahondar en la destrucción de la Eucaristía, «centro y culmen de la vida cristiana» (Lumen Gentium 11) y por tanto de la Iglesia que es construida por ella y de ella vive (Ecclesia de Eucharistía 1). Santo Tomás enseña en la Suma Teológica que el sacerdote es para la Eucaristía (III, q. 82). Esto lleva a una serie de consideraciones, que los obispos se niegan sistemáticamente a hacerse, para no empezar a construir la casa por el tejado.

Un seminario se organiza en función del concepto de sacerdote que se tiene (sacramentología), al concepto de sacerdote se tiene previamente en función del concepto de Iglesia (eclesiología), al concepto de Iglesia le antecede la consideración que se tiene de Jesucristo (cristología), se tiene un concepto católico o protestante-modernista de Cristo, en gran parte, en función de la perspectiva con la que se abordan los evangelios (Sagrada Escritura) y, por último, todo se basa en la filosofía que se utilice como presupuesto: la tradicional filosofía perenne de Santo Tomás de Aquino recomendada sin cesar por el Magisterio de la Iglesia, también en el Vaticano II (Optatam totius 16) o filosofías modernas incompatibles con el cristianismo. Pues una cosa es bautizar la filosofía de un pagano, como hizo Santo Tomás con Aristóteles y otra muy distinta es intentar bautizar, fallidamente, a apóstatas como Kant, Hegel o Heidegger como hicieron Ranher, Chenú, De Lubac, Congar y compañía, en menor o mayor grado.

Iraburu comienza por demostrar como la mayor crisis de vocaciones que la Iglesia Católica ha sufrido en toda su historia es consecuencia de la heterodoxia y la heteropraxis que han venido propagándose con el débil o nulo esfuerzo de los obispos. Incluso en ocasiones con un silencio cómplice que no dejaba de ser un tácito apoyo. Las estadísticas de las vocaciones que aporta antes y después del Vaticano II deberían producir la humilde aceptación, ante la realidad de los hechos (contra facta non argumenta), de que «un árbol malo no puede producir frutos buenos» (Mt 7, 18). Probablemente…, cabe la posibilidad…, tal vez…, ¿no todo fuera tan desastroso en la Iglesia antes del Vaticano II? Sin embargo, «no hay mayor ciego que el que no quiere ver» y por mucho que se les llene la boca con «los signos de los tiempos» (Gaudium et spes  4) elevados a categoría teológica suprema; cuando éstos no se amoldan a los prejuicios de su ideología, simplemente los niegan o si ya resultan obvios, los denigran. Como dice Iraburu en el capítulo 5: «Prefieren seguir sus ideas que tener vocaciones».

Los afluentes del gran río, cargado hasta los topes de veneno, que ha hecho secarse semilleros de vocaciones legendarios como los de Pamplona, Vitoria, Cataluña y toda Castilla León, entre otros, son abundantes. Los que Iraburu analiza pormenorizadamente pueden resumirse en estos cuatro grandes bloques:

  1. Continuas falsificaciones y silencios doctrinales en la predicación y la catequesis.
  2. Abusos litúrgicos de todo tipo: misas inventadas, absoluciones colectivas, etc.
  3. Las dos anteriores se basan, en buena medida, en la primacía de los teólogos (por supuesto heterodoxos) sobre los obispos, al igual que ya ocurriera en el Vaticano II, cuestión de la que trataremos más detenidamente en otro artículo.
  4. En definitiva, la mundanización-secularización de la Iglesia que ha producido la mundanización-secularización de la liturgia y por extensión, la degradación del sacerdocio que está a su servicio. Si el sacerdote es un hombre más, carecen de sentido su vida y ministerio; es decir la gloria de Dios sustituida por valores humanos como la solidaridad, fraternidad, etc.; y la salvación de las almas descartada porque «todos vamos al cielo», también los ateos buenos.

Baste como botón de muestra el bodrio de cartel para la campaña del día del seminario que la Conferencia Episcopal perpetró este mes de marzo pasado. ¿Hay algún signo religioso? ¿Explica el significado del sacerdocio católico? Con un slogan distinto el mismo cartel valdría igual para convocar un mitin o un botellón.

Tampoco pueden pasarse por alto las causas económicas, con el hedonismo y consumismo desbordantes; las causas mediáticas, unos medios de comunicación virulentamente contrarios a la fe católica que es sometida a un ataque y burla continuos; o demográficas, el notorio envejecimiento de España; por no hablar de las políticas, con una Constitución agnóstica raíz jurídica de todos los males, y a la cual los obispos no dejan de aplaudir y reverenciar lacayunamente. El remedio que apunta el sabio teólogo navarro no es otro que el de la conversión intelectual y práctica por dos motivos: primero, por el deber que tenemos de tender continuamente hacia ella en el camino de la santificación personal (cf. Mc 1, 15); y segundo, por el rotundo fracaso que ha supuesto la decisión de obrar contra la Tradición católica en este campo, como en todos los demás, desde finales de los años sesenta. Lo cual significa volver al primado de la gracia santificante, al teocentrismo propio del Evangelio en lugar del antropocentrismo que lleva más de cincuenta años imponiéndosenos arbitrariamente desde la jerarquía.

Comentarios
5 comentarios en “Causas de la escasez de vocaciones
  1. La culpa no es de los padres que también son víctimas de esta Iglesia hortera, acomodaticia al mundo y a veces tan incoherente. Basta ver el ridículo que hace la Conferencia Episcopal día sí y día también.
    Cuando en el Concilio Vaticano II decidieron los Sres Cardenales y Obispos quitarse las obligaciones de penitencias, ayunos y oraciones, decían que era para poder dedicar más tiempo al anuncio del Evangelio, pero el resultado solo fue que se pusieron más gordos. Pues como eso, casi todo.
    También decidieron adaptar la Liturgia, hacerla moderna y claro, ignoraban que cuando te quieres poner a la moda estás arriesgándote a pasar de moda, justo lo que ocurre hoy día. Si vas con tu hijo adolescente a Misa, no se ríe cuando se lee la Biblia, se reza o se realizan los ritos sagrados, pero cuando aparecen las cancioncitas horteras (esas que les parecen modernas a las bisabuelas) sienten vergüenza ajena, además de horteras son de calidad malísima, ¿alguien elegiría esas canciones para su boda?. Luego llega la Comunión y el adolescente ve que el churrero y su dentista ayudan a repartir la Comunión como si fuesen gominolas. ¿De verdad ese adolescente va dejar el mundo para hacer el ridículo y para el «da igual» litúrgico?.
    La pregunta es: ¿Por qué los tradicionalistas tienen llenos sus seminarios? ¿no será que es porque están centrados en el camino de salvación y su Liturgia acerca mejor al hombre a lo Sagrado? puede que algo tenga que ver.
    Ningún joven con la cabeza amueblada va a renunciar al mundo para irse a una ONG que compite con otras por lo social, le basta con cambiar de organización y no tiene que renunciar a nada.
    Y todavía se oye a alguna lumbrera decir que hay que profundizar más en el Concilio Vaticano II, pues como sea así no va a quedar nadie. La Iglesia es la única organización que asciende a los gestores que la han destrozado.

    1. «…ignoraban que cuando te quieres poner a la moda estás arriesgándote a pasar de moda…La Iglesia es la única organización que asciende a los gestores que la han destrozado». ¡Genial!

  2. ¡Cómo va a haber vocaciones si los padres ni siquiera bautizan a los hijos! Con esa formación religiosa, pocas vocaciones va a haber, a no ser que se les aparezca el Espíritu Santo. En Burgos, una de las provincias más religiosas de España, del año 2000 al 2015 solamente se ha bautizado al 60% de los niños que han nacido.

  3. Muy acertado como siempre el P. Iraburu, ha dado en el clavo, a ver si se entera Blázquez y si por lo menos no se atreve a destacar las verdaderas causas que hable de otras cosas porque últimamente cada vez que habla sube el pan.

  4. Y monaguillos. ¡¡¡ Monaguillos !!! Que se muevan en torno al Altar, que se familiaricen con las cosas de Dios, que jueguen a hacer misas, que aprendan directamente de los sacerdotes, que crezcan en edad, gracia y sabiduría.

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