Reproduzco un artículo anterior de este blog, que tuvo muy buena acogida: Ciertamente es mejor rezar sabiendo lo que se dice, concentrado en cada palabra… pero eso no hace malo el rezar sin hacerlo. Lo que no quiere decir que lo otro no se deba practicar, y además muy a menudo. ¿Y cómo es esto? ¿Qué sentido tiene? Pues lo primero pensemos en una cosa: es muy fácil pretender atender a cada palabra, pero si quieres rezar dos horas de rosarios difícil será hacerlo sin que en algún momento se te vaya el santo al cielo, nunca mejor dicho. No por esto esas dos horas caen en balde. Cuando uno reza, aunque en ese momento no atienda a lo que dice, sabe perfectamente que está practicando un acto de unión con Dios; de la misma manera que cuando uno va a visitar a un pariente enfermo, aunque no hablen, el sólo hecho de la compañía es ya buena y significa un gesto de comunión y de amor para con el enfermo. Muchas veces hay más amor en una hora de silencio amoroso que en una charla entretenida. Además, la porfía en rezar sabiendo lo que se dice suele ir acompañada del hecho de preterir la oración memorizada en favor de la improvisada. Y esta última es buena, cómo no, pero la memorizada tiene la ventaja de servir de ejemplo para la improvisada y de mantener intacta la doctrina y el respeto a lo sagrado mediante generaciones. Gracias a ella sabemos que lo que debemos pedir a Dios es el pan nuestro de cada día y que nos libre del mal, y no tanto un chalet en la playa y ascender en el trabajo. O que es bueno que nos dirijamos a Dios como Nuestro Padre que está en los Cielos, y no como a un colega. Y es que es frecuente el trato tremendamente informal con el que se suelen dirigir los improvisadores a Dios. Presumen de decir cosas como «oye, Jesús, ¿qué pasa contigo?», cosa que les hace desfigurar la dignidad y autoridad del Altísimo, que no es igual ni mucho menos a nosotros. ¿Pero cómo amar a alguien que no es igual? Pues os aseguro que se puede amar desbordantemente a alguien (mejor dicho, Alguien) a pesar de que le tratemos como un Rey de Reyes (como lo que es). ¿Pero esto es posible? Absolutamente. El ejemplo lo tenemos en los santos. Conclusión: Es bueno rezar de las dos maneras. Santa Teresa lo hacía. Pero no olvidemos las plegarias tradicionales. Hoy, cuando más de capa caída están, en vez de ser apoyadas sufren un mayor desprecio. Lo que ya debe haceros pensar que algo de bueno deben tener.
En muchas ocasiones la mejor oración es estar en silencio ante el sagrario siendo conscientes de que se está ante el Altísimo. Es igual que cuando uno va a visitar a un enfermo en su cama, que no se está todo el tiempo hablando. En ocasiones se hace silencio prolongado y los dos saben que están el uno con el otro. Así también con Dios en la oración. Recuerden a aquél campesino de Ars cuando san Juan María le pregunta por su oración ante el sagrario y obtuvo esta respuesta: yo le miro y Él me mira.