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No hay cosa más hipócrita que el pacifismo (a propósito de Cataluña)

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¿Cuál es la definición de pacifismo? Ser agresor haciéndose pasar por víctima.

Como esta sentencia quizás cueste ser asumida por algunos, vamos a explicarla con un ejemplo:

Imaginen que quiero cometer un delito, tal y como atracar a alguien. Si lo hago a punta de pistola, pronto vendrá la policía, me detendrán, y el robo será evitado.

¿Cómo podría llevarlo a cabo de forma magistral? Pues sigan imaginando que en vez de sacar la pistola me acerco a un viandante, le digo que es mi derecho disponer de 500€ suyos (por ejemplo, porque creo en el reparto de capital), declaro como mío el dinero, declaro como ladrón al viandante, y le comunico que haré una acampada muy muy pacífica con mi banda de ladrones, todos los días delante de su casa, hasta que me suelte la guita.

El viandante no querrá, pero yo llevaré a cabo mi amenaza. Mi pacífica sentada le impedirá salir de casa, y entonces, él, con todas las de la ley, llamará a la policía. Cuando la policía me eche, entonces me revolcaré, lloraré, gritaré y diré que me han agredido. Si a esta hipocresía se suma que mis compinches insultan a los agentes, y sobre todo si les cae alguna piedra, entonces mejor que mejor. La tensión me beneficia.

Pongamos que tras este suceso el señor chantajeado vuelve a encontrarse con una nueva sentada. Vuelta a llamar a la policía, pero ahora mis amigos del exterior harán una campaña brutal de calumnias, diciendo que yo estaba tan tranquilo, quieto, sin hacer ningún mal, y que el denunciante y la policía han sido brutales por echarme a la fuerza.

El chantajeado, perplejo, dirá… «muy pacífico el ladrón, pero me quiere atracar, se salta la ley, me impide salir de casa… y resulta que ahora ni puedo llamar a la policía.»

Sigo con el plan, y ante mi propaganda la gente mirará al señor inocente con desprecio, en su propio trabajo le harán el vacío, los vecinos no le saludarán, y encima unos cuantos abogados querrán empapelarle.

Yo, mientras tanto, estoy dispuesto a subir la apuesta. Si la policía viene con porras, puedo añadir a la sentada a mi hijo pequeño o a mi anciana abuela, a ver si con suerte consigo que mis seres queridos resulten heridos.

El chantajeado ya no querrá llamar otra vez a la policía, aún sabiendo que es su derecho e incluso su deber. Terminará pagando los 500€, denostada su imagen, y el ladrón quedará como héroe en contra de toda lógica. Por supuesto el delincuente seguirá robando y agrediendo, a veces también a punta de pistola, pero de eso no se hablará. Y es que así es la gente, y eso lo sabe el ladrón: de entre los malos, los hay simpatizantes del crimen y traidores, y de entre los «buenos», bastantes poco inteligentes, sin personalidad y cobardes.

La verdad es que me cae mejor el simple ladrón que el hipócrita pacifista. Éste es un cínico y un canalla.

Lo que se merece ese pacifista es una marcha, también pacífica, del dinero de su cuenta corriente al de las arcas del Estado por vía de una multa. Aún más, debería estar rodeado por cuatro muros pacíficos, que no agreden a nadie porque hasta ahora los muros no pueden golpear por cuenta propia, y que además tengan el derecho a no ser derribados pues esto es un uso desproporcionado de la violencia, y ante la violencia nuestro rechazo y la solidaridad de otros muros pacíficos que se sumarían al cerco al preso, así como la muy pacífica protesta de la gente que debería poner en entredicho la imagen de ese cínico sinvergüenza.

Los terroristas, los revolucionarios y los pacifistas, suelen ser amigos entre sí. No sucede así con gobiernos moderados. Qué casualidad.

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