Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!». Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
¿Qué significa «hablar con autoridad»? Hay quien dice que hablar con autoridad es hablar como aquél que es coherente con lo que dice. Bien, eso es cierto, pero no cabe duda de que cuando Jesús fue a Cafarnaún no todos le conocían ni sabrían si era coherente. Supongo que habría también fariseos buenos, como Nicodemo o Gamaliel, que podrían predicar siendo coherentes y no por ello causaban asombro. Entonces, cuando hablamos de autoridad, ¿de qué hablamos? Nos da pistas la siguiente frase que exclaman todos cuando Jesús echa el espíritu de un endemoniado: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!». No se trata por tanto, al menos exclusivamente, de la autoridad de quien es coherente, sino de la autoridad de quien ordena a los espíritus y estos le obedecen, de quien tiene PODER, de quien es ALGUIEN IMPORTANTE, del que habla como REY. Imaginemos que llega un sacerdote a una Iglesia y sentencia: «Yo, el padre Manolo, soy la verdad, el camino y la vida, y nadie irá a Dios sino por mi»;»yo, el padre Manolo, soy el pan vivo que ha bajado del cielo»; «yo, el padre Manolo, he venido a salvar lo que estaba perdido». Automáticamente todo el mundo pensaría que está loco. Habla con autoridad, como si fuese el alfa y el omega del mundo y del cielo. Pero si ese sacerdote ordena a un espíritu que salga, y éste obedece, y además cura a ciegos, a leprosos y… ¡resucita a muertos!… la cosa se pondría seria. O es el mayor hereje de la historia, o es algo muy grande. En el caso de que sucediese algo así no cabría duda de que el sacerdote sería un lunático. La cosa es que Jesús no lo era. Él hablaba como el Hijo de Dios porque lo es, y lo demostraba, entre otras cosas, con milagros. Por eso el Evangelio relaciona la predicación de Jesús y el asombro de los judíos con la expulsión de demonios y con el reconocimiento de que Él es el Santo de Dios, cosas que no estarían relacionadas si este pasaje se refiriese a la coherencia de vida. Y esa forma de hablar, esa forma de actuar, era la que asombraba a todos. ¿Renovaba lo antiguo porque lo antiguo es malo y lo nuevo es bueno? No. Renovaba lo imperfecto, independientemente de si era antiguo o nuevo, y lo hacía porque Él es Dios y tiene autoridad, y renovaba lo que a partir de ahora tenía que renovarse, porque con Jesús empieza un tiempo nuevo donde el cordero pascual ahora es él en la eucaristía, y donde todo lo que tenía que cumplirse y para lo que estaba destinado el Antiguo Pacto se había cumplido. San Juan Bautista, o cualquier apóstol sin la autoridad de Jesús, no hubieran podido hacerlo. No eran nadie. Pedro fue alguien porque Jesús quiso. La relación que los progresistas quieren establecer entre fariseismo y tradición es una mentira muy útil para ellos. Si la tradición fuese mala, San Pablo no haría apología de la custodia de la Fe ajena a novedades. Pero los progresistas atacan las tradiciones de la Iglesia, de las enseñanzas más verdaderas, y lo hacen inventándose un tablero de juego con el que siempre ganen, haciendo que todo lo nuevo sea bueno, y lo antiguo malo. Bajo esta perspectiva es fácil hacer creer que la moral de la Iglesia es antigua y por tanto desechable, pero la ideología de género es nueva y por tanto un avance. Pero la antigüedad o la novedad no son, per sé, ni malas ni buenas. El ejército islámico de ISIS es nuevo y sin embargo es malo. Los evangelios son antiguos y sin embargo buenos. ¿Son malas o buenas las cosas antiguas? Pues depende. El único problema es que en la Iglesia seguimos cosas como unos evangelios de hace 2000 años y una forma correcta de entenderlos, con lo que la tradición tendrá un papel esencial. No hacemos otra cosa que seguir, guardar y custodiar lo que se nos dio, y que no podemos cambiar. No tenemos autoridad por encima de quien sí la tiene. Y esto vale tanto para los fariseos respecto a Jesús y sus palabras, como para nosotros respecto a Jesús y sus palabras.