Corría el año 421 a. de C. cuando Tucídides, tras la firma del tratado de paz que pondría fin en un primer momento a la guerra del Peloponeso, comenzó, según se cree, a escribir su obra Historia de la guerra del Peloponeso.
Los lacedemonios, gentilicio histórico de los habitantes de Esparta y único pueblo griego que poseía un ejército propio, tenían como costumbre pronunciarse sobre los asuntos públicos a través de aclamaciones, pero tras romperse la paz firmada en el Tratado de Nicias con los atenienses, se les pidió que se colocasen a un lado aquellos que consideraban el tratado como roto y al otro lado los que eran de opinión contraria. Ganando abrumadoramente los que lo daban por roto.
Esta medición estadística fue la que pocos meses después de su llegada utilizó nuestro arzobispo Osoro para conocer la opinión del clero secular sobre posibles candidatos para formar parte de las estructuras diocesanas que lo ayudasen en su gobierno, porque no olvidemos que el que tiene la responsabilidad de gobernar y gobernar buscando el bien, es Osoro; y si gobierna mal es un irresponsable. Los demás que participan en su gobierno, tienen la responsabilidad o la irresponsabilidad del gobernante pero por participación según el oficio que ostentan, pero ya de eso hablaremos algún día.
La sinodalidad que nos viene vendiendo Osoro en Madrid desde que llegó, viene siendo una farsa ya desde el comienzo debido a que en su medición estadística se olvidó tanto del clero regular como de los fieles laicos, no les pidió opinión. Nada, un error de bulto de alrededor de 2000 regulares y 4.500.000 laicos aproximadamente. Teniendo en cuenta que de los seculares, muchos, ni nos molestamos en contestarle; pues nada no se queden con las ganas y vayan ustedes solitos colocándose como ya se hacía en tiempos de Tucídides, por aclamación no lo hagan, que nadie les va a escuchar. Mejor pónganse a un lado o al otro de si quieren romper o no con este tratado sinodal de pandereta, de donde se coloquen son responsables ustedes mismos.
Por si les ayuda y como sugerencia yo estoy del lado de la comunión “como unión personal con la Trinidad y con los otros hombres, iniciada por la fe, y orientada a la plenitud escatológica en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra” (CDF).
He cometido una inexactitud, pido disculpas y me corrijo, no son alrededor de 2000 regulares sino 1999, he incluido sin darme cuenta al consultor universal, aunque la verdad yo no sé si pertenece a Madrid, Roma o quizá Chile habrá que preguntar al superior jerárquico que desconozco quién es; bueno es lo mismo uno más o uno menos lo que sí es seguro es que es regular.
Osoro, lo mismo pensó que Madrid se gobierna como Orense, Oviedo o Valencia; ¡no hombre, no!, haberse informado antes de decir que sí. ¡Le vino grande!, como dicen muchos, esas mediciones estadísticas que hizo valen para ver qué alcalde sale en Castañeda por ejemplo, pero para la diócesis más grande de España y una de las más grandes de Europa ¡no hombre, no!
Empezó mal el gobierno de la joya de la corona, no debió pedir ese sondeo y mucho menos para no hacerlo ni pinta de caso. Usted mismo se puso en evidencia, no vaya a decir que fue también culpa de Rouco, dejó meridianamente claro que no tenía ni idea de cómo se gobierna una diócesis como esta y que iba a tomar por el pito del sereno al clero secular de Madrid del que usted tiene desafección desde que llegó a la capital.
Madrid no se gobierna sondeando al clero, pobre Madre de Deu, Santa Eulalia y Santa María Madre si el peregrino entró con sondeos; a la Iglesia en Madrid y en donde sea, se la ama como Cristo amo a su Iglesia, “porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño” no con sondeos banales.
Osoro no puede gobernar como le dé la gana, debe hacerlo en conciencia buscando el bien de la Iglesia, y por si ese día faltó a clase o no estaba ni matriculado que también es posible, le traemos un buen maestro, San Juan Pablo II que decía: “la conciencia debe ser entendida como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora, sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia” (VS.32), pero de su actuar cada uno es responsable aunque no actúe en la recta conciencia sino en la mala conciencia autónoma.
No nos venga ahora, con lamentos que ya es muy tarde y nos tiene muy hartos, usted gobierna quizá con escasez del “acto de la inteligencia de la persona” pero es el único responsable de la situación por la que pasa nuestra querida archidiócesis.
Nos sondeo entonces, y ¿si sondeásemos hoy?
Creo que la cita de Veritatis Splendor está incompleta o sacada de contexto, porque las últimas palabras (con las cuales San Juan Pablo II quería condenar lo que entonces, y ahora, se llamaba «creatividad de la conciencia», es decir: que cada uno en conciencia podía decidir autónomamente en contra de los mandamientos universales) no se entienden bien tal y como aparecen citadas en el texto.
De hecho acabo de mirar la encíclica y corroboró: la cita completa y exacta para que tenga sentido es así: «Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora, sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia.” (VS.32). Esta manera de entender la conciencia (separada de la verdad y de la existencia de una moral objetiva válida para todos) es lo que el Papa quería condenar. Con la cita completa está todo más claro.