UNA LUZ DESDE PROVENZA
En esta noche oscura, en la cual vivimos los católicos bajo una peculiar y caprichosa tiranía, cada vez que aparece una luz nos sentimos iluminados, confortados y acompañados. Esta vez viene de Provenza, región muy particular, plena de aromas y sabores, de bosques misteriosos y arroyos de agua cristalina, a la cual uno quiere cuando la recorre y la conoce.
Provenza es inolvidable y así la describe Louis Bertrand : “aparece como un jardín edénico. En la misma época en la cual nuestro Norte está sepultado bajo la nieve y sus árboles no son más que esqueletos descarnados por el hielo, el follaje de los olivos, las palmeras y los naranjos provenzales, dan la impresión de una perpetua primavera” (Les grands aspects du paysage francais, André Delpeuch, Paris, 1928, págs. 175/6).
Hoy nos enteramos de la existencia del obispo de Aix y Arles, diócesis que abarca tres cuartas partes de Bocas del Ródano, con excepción de Marsella, Christian Delarbre.
Este novel obispo, al cumplirse el primer año desde su designación episcopal, hace un balance muy jugoso y nos dice que “después de haber subido la montaña Santa Victoria, al pie de la Cruz de Provenza, contemplo ahora los vastos paisajes que se extienden hasta donde alcanza la vista, desde una perspectiva diferente a la del año pasado”.
Es una perspectiva que nace de una experiencia muy valiosa y rica, con muchos encuentros con sus feligreses “apegados a las tradiciones provenzales” y reconoce que le llamó la atención “la vivacidad de estas tradiciones, la antigüedad de ciertas formas culturales, la viva expresión de la religiosidad popular, la juventud de los participantes y la diversidad de orígenes”.
Este reverdecer de antiguas raíces, mueve al obispo para “animar a los seminaristas a recibir lecciones provenzales, a acompañar y promover diversas devociones donde la fe cristiana del pueblo se ha expresado durante generaciones”.
Convoca a la acogida a los católicos migrantes, a esos miembros de la familia de Dios. Ellos “traen los frutos lejanos de los misioneros que un día abandonaron nuestra tierra… y representan una parte significativa de las vocaciones sacerdotales de la diócesis”.
Reconoce que vivimos en un mundo de cambios y que esto es, en muchos sentidos “aterrador y desalentador”. Pero es el momento en el cual debemos acoger al Esperanza que viene del Señor, “es la Esperanza heroica de que hablaba Bernanos en el corazón de las tinieblas… es también la pequeña Esperanza de Péguy, sin la cual nuestra fe y nuestra caridad no serían nada”, porque la pequeña arrastra a sus dos hermanas mayores.
Señala que “la gran desgracia de esta sociedad moderna, su maldición, es que está organizada para prescindir de la esperanza y del amor; se imagina compensarlo con la tecnologíac, espera que sus economistas y sus legisladores le traigan la doble fórmula de justicia sin amor y de seguridad sin esperanza”.
Bernanos, Péguy… la tradición de lo mejor de la literatura cristiana del siglo XX se une con la maravillosa geografía provenzal y el obispo concluye con estas palabras: “la Cruz de Provenza en la cima de la Montaña Santa Victoria, dibuja entre el cielo y la tierra el signo de la Esperanza que nos llega Cristo vivo, de quien estoy feliz y orgulloso de ser llevado a servir entre vosotros”.
Un verdadero pontífice, hacedor de puentes que unen el tiempo con la eternidad. Que Dios lo proteja y la Virgen lo cuide.
Bernardino Montejano