UNA EPOPEYA MISIONERA

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Entrevista con el escritor argentino Marcelo Gullo | La Tribuna del País  Vasco | El gran periódico digital del País Vasco

UNA EPOPEYA MISIONERA

Hoy, gracias a un progreso notorio en las comunicaciones, en el centro de la llanura pampeana, puedo leer en “El Manifiesto” una noticia: que Feijóo enviará a la presidente mexicana, el libro de Marcelo Gullo “nada por lo que pedir perdón”. En defensa de la lengua castellana, debo aclarar que esa mala mujer, resentida e ingrata, es presidente y no presidenta.

En cuanto lo acabe, tras el control amable y eficaz de mi amigo Paco Pepe, será publicado en “La Cigüeña de la Torre”, en ese nido cálido y acogedor, que no discrimina a uno por la edad, ni por pertenecer al nacionalismo criollo, enemigo de simiescas imitaciones de temáticas foráneas.

No tengo a mano el libro de Terradas Soler, cuyo título es una neta afirmación de Pío XII: “Una epopeya misionera” que fue la realidad de la penetración hispana en nuestro continente americano.

Recuerdo algo que creo leí en Juan Zorrilla de San Martín, acerca del descubrimiento de América. En realidad Colón no buscaba este continente, sino encontrar el Oriente desde el Occidente, fue América la que se le presentó a las carabelas castellanas, diciéndoles “aquí estoy”. Pero como se pregunta el gran escritor oriental agradecido: ¿Quién despertó al abismo? España, solo España.

Aquí  tenemos el primer punto a considerar: la gratitud es un deber y muy importante, tanto que Tomás de Aquino al considerar las virtudes anexas a la justicia la ubica en el cuarto lugar en una progresión descendente, detrás de la religión, la piedad y la observancia. 

O sea que la gratitud es una virtud y la ingratitud un vicio, que aparece cuando se desconoce el beneficio, se lo critica o se devuelve mal por bien. Aquí ubicamos ya a la presidente mexicana: desconoce y critica el beneficio inmenso de la incorporación a lo que Francisco Elías de Tejada denominó la “Pequeña cristiandad hispánica”. Para decirlo con palabras de nuestro poeta Carlos Obligado en su poema “Patria”:

“Clame la patria contra el mundo acervo

en fe cristiana y verbo castellano,

tengo dos veces heredado el verbo.

Y no será por ventura en vano

que así atesore certitud divina

e incomparable patrimonio humano”.

“Certitud divina e incomparable patrimonio humano” dice el poeta. Respecto a la primera nadie puede negar el carácter misional de la colonización hispana; ya en los barcos junto al soldado venía el sacerdote, junto a la espada, venía la cruz. Pensar que hoy, en nuestras iglesias hay que oír cantar: “en mi barca no hay oro ni espadas”, obligados los fieles por algún cura ingrato e irresponsable, a entonar una canción inventada por un pedófilo consumado, no buscador de hombres, sino cazador de niños, de quienes abusaba.

Esa cruz presente gracias al fervor hispano desde California hasta Tierra del Fuego, hoy está amenazada, porque muchos, como la presidente mexicana pretenden desterrarla de los lugares públicos, de las sedes gubernamentales, los congresos y los tribunales, de las escuelas y las universidades, de las corporaciones profesionales, los cuarteles y los hospitales, de las rutas y caminos, de los accesos a los pueblos, de los cementerios, de los nombres de provincias, como entre nosotros Santa Fe, Santa Cruz. Y no pueden eliminar la Cruz de golpe, para borrar el cristianismo de la vida pública, para eliminar los jirones de Cristiandad que resisten, comienzan por eliminar a los santos y a Buenos Aires, le sacan el “santa María”, aquí donde estoy, a Azul le sacan el “san Serapio” y se quedan sin nombre San Luis y San Juan. 

Nos quedamos sin Patria. Ya lo pretendían los grandes cipayos del siglo XIX, como Sarmiento y Alberdi, cuando querían “cambiar los hombres, cambiar las cosas” y el último, al ofrecer la belleza morena de nuestras mujeres a esos hombres rubios, de ojos azules, amantes del progreso, el comercio y la navegación, que pretendía importar mientras enarbolaba como lema el cornudismo nacional.

Pero todavía hay resistencia y es un orgullo legítimo para los argentinos, que sea un libro de un compatriota, Marcelo Gullo el escogido para mandarle a una ingrata y resentida, castigo para un Méjico que reza a la Virgen de Guadalupe y que no olvida el admirable sacrificio de los cristeros, que fueron traicionados ya entonces por algunos obispos a fatídicos “arreglos”.

Pero también recibimos a través de España “un incomparable patrimonio humano” porque en las carabelas también viajaban lo mejor de Grecia y de Roma y así llegaron a esta tierra virgen Parménides y Heráclito, Platón y Aristóteles, Séneca y Quintiliano, Marcos Aurelio, Papiniano y Quinto Mucio Scévola, Cervantes y Lope de Vega, el Cid Campeador y el rey Pelayo.

Y una política colonizadora admirable que fue todo lo contrario a las factorías, penetró en el interior del territorio y en el nuestro es la fundación de ciudades como Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán, Santa Fe y en especial Asunción, hoy del Paraguay con ese gran caudillo, el hijo de la tierra, Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias y su nueva aristocracia, del arado para cultivar la tierra y de la piqueta para construir ciudades, que la espada custodiaba.

Y la fundación de escuelas y de la Universidad de Córdoba en tiempos hispanos. Y las misiones sobre todo las jesuíticas donde el genio de los indios cristianizados brilló en sus realizaciones artísticas y que cuando fueron traicionados por un rey perjuro, al mando de Sepé Tiarajú, el fundador de las libertades concretas riograndenses, enfrentaron en la desigual guerra guaranítica a los ejércitos, ahora coaligados, de Espeña y Portugal. Aquí la defensa de la tradición hispánica la encarnaron los indios, no los cortesanos que los traicionaron.

Estamos obligados a permanecer en el legado y acrecentarlo, como canta el poeta:

“Como el saber, el laborar profundo,

el arte pródigo en sustanciosas mieles,

la espada alerta por que el mundo es mundo,

y así serán eternos los laureles“.

Estancia San Joaquín, septiembre 29 de 2024.                          Bernardino Montejano

 

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