Un texto que lo hubiera escrito yo

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2 comentarios en “Un texto que lo hubiera escrito yo
  1. La del autor del texto es la típica postura de un liberal-conservador. Ciertamente, no fue su generación de sacerdotes la que se ha cargado el catolicismo, sino la anterior, nacida en las décadas de 1920 y 1930.
    En cuanto a Juan Pablo II, fue a la revolución modernista de la Iglesia lo que Napoleón Bonaparte a la Revolución Francesa, ahora que el corso se ha puesto de moda.

  2. Creo que debemos situar las cosas en su verdadera dimensión. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, amplios sectores de la Iglesia pretendían reeditar la alianza entre el trono y el altar dentro de las nuevas estructuras de reparto de poder, aunque ello conllevara un cambio doctrinal susceptible de mandar a hacer puñetas la tradición y las propias escrituras. Pío XII trató de atajar las nuevas orientaciones teológicas que, en realidad, no eran sino la adaptación de unas tesis modernistas que jamás habían desaparecido de la iglesia, pero sus intentos fueron saboteados por sus colaboradores y subordinados, siendo a este respecto particularmente insidiosa la labor del entonces sustituto de la Secretaría de Estado y futuro Pablo VI. Estos fueron los que, conjuntamente con los teólogos renovados, llevaron a término el Concilio Vaticano II, tras haber logrado (tal vez algún día conozcamos por qué medios y con qué presiones procedentes del ámbito político y financiero) varios pontificados a la altura de sus deseos. Aunque, eso sí, todo por supuesto desde las mejores intenciones, faltaría más. Podríamos decir que el desmadre eclesial arranca de la década de 1950; lo que sucedió en los años 60 y 70 fue su lógica continuación.

    Por lo que respecta a Juan Pablo II, era partidario encauzar el proceso en un sentido tradicional, pero apenas pasó de los buenos deseos. Entre otras cosas, porque su poder real era muy escaso. Mientras se daba baños de multitudes viajando por toda la redondez del planeta, los asuntos temporales quedaban enteramente en manos de la Curia. Incluyendo los nombramientos eclesiásticos, dependientes de sujetos tan siniestros como Casaroli o Silvestrini.

    Y en cuanto al papa Ratzinger, ojalá se hubiese limitado a sus libros y a sus escritos, y nunca hubiese salido de su cátedra.

    Aquí no se trata de culpar a ninguna generación. Pero tampoco pensemos que las cosas suceden de repente. La iglesia actual es el resultado de un proceso cuidadosamente calculado y ejecutado a lo largo del tiempo. Donde los intereses de la jerarquía eclesiástica se combinaron y complementaron con los procedentes del ámbito secular.

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