Un cura que cree en lo que es

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Christian ViñaSacerdote de la archidiócesis de La Plata, Argentina

El argentino Christian Viña.

Una estampita, el primer regalo en años.

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Llamo a la evangelización que realizo en micros, trenes, y otros medios de transporte, mi “parroquia rodante”. El Señor, en su generosidad, allí arriba, me manda todo el tiempo hijos en busca de su Palabra; y, también, por supuesto, almas desoladas que aun con expresiones, y gestos desafiantes, gritan su pedido de auxilio, ante el vacío que las ahoga. Como sacerdote disfruto muchísimo de esos encuentros; que, por otra parte, me sirven sobremanera para comprobar cómo marcha nuestra saqueada sociedad. No es, por cierto, lo mismo, en una “hora pico”, en que trabajadores, y estudiantes van o regresan de sus ocupaciones; que en otros momentos más sosegados. Desde la algarabía propia de los niños, hasta el cansancio de los adultos, tras fatigantes jornadas, todo sirve para hacer un diagnóstico de cómo está la gente; poder servirla mejor, y enriquecer, desde allí, la pastoral.

Me conmueven, especialmente, los ojos apenas entreabiertos de obreros que, rendidos por la labor del día, aprovechan al menos unos minutos de incómodo sueño, para reponer fuerzas. Esas miradas son una síntesis de sus penurias; y, al mismo tiempo, una ventana abierta en búsqueda del Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78). Y del que el “astro rey”, ese que les alumbró la partida matutina es, tan solo, un levísimo reflejo…

Una sotana jamás pasa inadvertida. Y, claro está, se multiplican los pedidos al cura: desde la bendición de un hijo, o de algún objeto religioso; algún consejo; la solicitud para ir a visitar un enfermo, o bendecir una casa; y hasta alguna demanda de Confesión. En este último caso, por supuesto, descendemos en la primera parada; y allí, en plena vía pública, con la lógica reserva del sacramento, los penitentes son bañados con la misericordia de Dios. No faltan, tampoco, algunas críticas, o reproches hacia nosotros, los consagrados. Pero la predisposición a la escucha, y las propias circunstancias vehiculares hacen que, en la inmensa mayoría de los casos, todo se dé con el debido respeto. Y, también, claro está, aparece algún que otro hermano –especialmente, los fines de semana- que, excedido en alcohol, u otras yerbas, se desvive en elogios inmerecidos al pobre cura; y ¡sueñe con verlo como Papa! Gracias a Dios, ello solo quedará en su febril imaginación…

Llevo siempre, en mi pequeño maletín, la estola bicolor (blanca, para comuniones, y bendiciones; y morada, para confesiones, unciones de los enfermos, y responsos); el asperje, con agua bendita; la teca, para las hostias; el Ritual de los Sacramentos, los Santos Óleos; y rosarios, cruces y medallitas. Y, también, en el bolsillo de la camisa, distintas estampas. Entre ellas no faltan, jamás, la del Cristo, de Velázquez, con la inscripción “Esto hice yo por ti. ¿Qué haces tú por mí?”, y en su reverso, la oración “Alma de Cristo”; y “Brevísimas reflexiones bíblicas para los momentos de angustia”, con las correspondientes citas. Luego de besarlas, se las obsequio a los fieles que, en la enorme mayoría de los casos, no pueden ocultar su impacto ante el Señor yacente en la Cruz; o con claras señales de agobio, en su rostro, ante el sufrimiento.

Hace unos días, el viaje estuvo más movido que de costumbre. Y mientras se multiplicaban los pedidos, un muchacho, con inconfundible cara de agobio, me seguía con la mirada; para implorarme que tuviera un momento para él. Atendidos los que me habían abordado en los primeros momentos, pude llegar no sin dificultad, por estar el micro repleto, hasta el joven. Faltaban pocas cuadras para mi descenso; y procuré, entonces, escucharlo todo lo que pude, y consolarlo como corresponde. Poco antes de mi arribo a destino, como hago siempre, tomé una estampa (salió, providencialmente, “Brevísimas reflexiones bíblicas para los momentos de angustia”) y, luego de besarla, se la obsequié. Pegó un grito de angustia, y se puso a llorar como un niño. Y, mientras me abrazaba, me dijo: “Padre, esta estampa es el primer regalo que recibo en años…”

Quise que mi silencio fuera su bálsamo. Debía bajarme; le dejé mis señas, y los horarios en que podría encontrarme, y como despedida le dije: Estoy a tus órdenes para lo que necesites, hijo. Jesús es nuestro único Consuelo

          En el par de cuadras que restaban hasta mi destino recé una decena del Santo Rosario por su vida, e intenciones. Y, luego, ofrecí por él la Santa Misa. ¿Qué le habrá pasado, en su vida, para tener este presente lleno de soledades? ¿Por qué oscuros callejones el mundo, el demonio, y la carne –nuestros implacables enemigos-, cual verdaderos salteadores nocturnos, lo atacaron hasta dejarlo medio muerto, como al hombre de la parábola, al que socorriera el samaritano (cf. Lc 10, 25-37)? ¿Cuántos como él nos rodean todo el tiempo, sin que los reconozcamos? ¿Tendremos la sensibilidad para ser “políticamente incorrectos”; y, con actitudes generosas, ser para ellos parte de su esperanza?

          La Madre Teresa de Calcuta decía que nadie es tan pobre que no tenga, al menos, una sonrisa, para regalar. El regalo mayor de nuestras vidas, por supuesto, es Jesucristo. Y siempre serán valiosas las sonrisas para presentarlo, como corresponde, con el mejor envoltorio. El Señor, obsequio del Padre, por el Espíritu Santo, es el auténtico Perdón; o sea, el Don perfecto. El único regalo necesario.

          Espero, querido hijo, que el Señor vuelva a ponerte en mi camino. O en el de otros sacerdotes, y consagrados; que, por de pronto, te obsequiarán algo de su tiempo. Aguardo, mientras tanto, que por la comunión de los santos puedas experimentar toda la cercanía de la Iglesia militante, de la Iglesia purgante, y de la Iglesia Triunfante. Ya lo dijo el amado San Juan Pablo II: El hombre que sufre nos pertenece. Sí, tú has sido el mejor regalo de aquella tarde. ¡Gracias por mostrarme, una vez más, toda la Providencia de Dios!

+ Pater Christian Viña.

 

La Plata, martes 23 de mayo de 2023.

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