por La Cigüeña de la Torre | 28 agosto, 2017
Se cumplió hace tres días. El 25 de agosto.
Una de las figuras más egregias de la Iglesia universal en la segunda mitad del siglo XX y particularmente de la española.
Cuando todo parecía hundirse él hizo de Toledo un referente mundial. En especial de su seminario.
Cuando llegan estas fechas no falta un obispo que pasó por aquel centro que recuerda su figura y su obra. Desde el afecto y la gratitud.
Este año lo hace el obispo prelado de Moyobamba (Perú), Don Rafael Escudero López Brea, con un texto que vale la pena leer.
Desde mi cariño personal y mi admiración a aquella figura gigante de la Iglesia hispana me es muy grato recoger lo que dice ese hijo espiritual de Don Marcelo.
DON MARCELO Y EL SEMINARIO DE TOLEDO
Don Marcelo González Martín entró como arzobispo de Toledo el día 23 de
enero de 1972. Desde entonces regirá los destinos de la diócesis hasta el año 1995.
Durante los años posconciliares el descenso de las vocaciones, en la mayoría de
las diócesis españolas, era una triste realidad. Cuando llegó Don Marcelo a Toledo
habia 22 seminaristas mayores. Fueron años, vocacionalmente hablando, difíciles, que
se reflejaron en la escasez de ordenaciones. Los esfuerzos del nuevo
Arzobispo por restaurar la disciplina, la normativa, el espíritu de estudios serio, la
espiritualidad y el sentido de responsabilidad en el Seminario fueron difíciles, pero
decisivos.
Yo conocí personalmente a Don Marcelo cuando ingresé en el seminario menor
de Santo Tomas de Villanueva para realizar los estudios de bachillerato en el año 1979;
el año siguiente recibía de sus manos el sacramento de la Confirmación.
Cuando comencé los estudios filosóficos el año 1983, ya en el Seminario Mayor
de San Ildefonso, habìa101 seminaristas. Casi no cabíamos en el antiguo edificio y la
cosa se puso más seria cuando el año 1986 éramos 131. Recuerdo que, cuando
llegamos en septiembre para comenzar el curso, nos encontramos con las habitaciones
más grandes divididas en dos, para podernos albergar a todos. Eran los entrañables
nichos del “pasillo del olvido”. El año de mi ordenación sacerdotal, 1989, éramos 191,
sólo en el edifico de San Ildefonso.
Don Marcelo se refería al Seminario como el “Corazón de la diócesis”. Ésta había
sido su convicción desde siempre, de ahí que hubiese constituido el centro de sus
preocupaciones y desvelos desde el principio de su pontificado en Toledo.
No eran menos de elogio el celo y generosidad de que daba muestras el
cardenal Marcelo en su actitud de servicio a la Iglesia universal, abriendo las puertas de
su Seminario a un alto número de seminaristas provenientes de otras diócesis de
España, de América y de Guinea Ecuatorial.
Este incremento de vocaciones en la diócesis de Toledo se debió a que Don
Marcelo llevaba muy en lo hondo de su corazón la necesidad de sacerdotes para
Toledo, para España, para el mundo… Nos inculcaba que ser sacerdote suponía una
misión universal- “Os ordenáis para la Iglesia universal”, nos decía constantemente. “En
el seminario tiene que fraguarse el sacerdote como hombre de Dios entre los hombres,
capacitado por su sacerdocio indeleble para actuar in persona Christi, hombres en que
el Evangelio y Cristo vivo no sean una ideología abstracta o elitista; ni un mensaje
idealista y pragmático… Hombres perfectamente configurados y condicionados por una
1
experiencia arraigada en Cristo… Hombres suficientemente responsables y conscientes
de hacer a Cristo presente en medio de los hombres”
(Alocución 24 Octubre 1986, p.
139)
Gracias a Dios, la Archidiócesis de Toledo tuvo un gran crecimiento vocacional
en aquellos años de mi formación y ha formado y sigue formando en todos estos años
numerosos sacerdotes, fruto de que la formación que se imparte en el Seminario está
centrada en la vida sobrenatural; en él se cultiva todo lo que favorece el desarrollo de
las virtudes especificas y singulares del futuro sacerdote: la oración personal y litúrgica,
el silencio, la profunda piedad eucarística, el culto y la devoción a la Madre de los
sacerdotes, la obediencia amorosa a los pastores, la fraternidad sincera, la castidad y la
pureza de costumbres, el empeño de elevar el nivel de la formación académica, el
contacto con las parroquias y los movimientos eclesiales…
Es de justicia reconocer la inestimable contribución de don Marcelo al
renacimiento del seminario de Toledo. Doy gracias a Dios por permitir que mi
formación sacerdotal y los primeros seis años de Sacerdocio estuvieran bajo la
benefactora sombra de este gran cardenal.
¡Gracias, Don Marcelo, y bendícenos!
+ Rafael Escudero López-Brea
Obispo Prelado de Moyobamba
¿ Siempre nos quedará Toledo ? Por favor Francisco, no me lo toques. Toledo, no aceptes nunca el 303 de Amoris, una bomba que está destruyendo toda, absolutamente toda la moral católica, como nos lo asegura el gran filósofo Josef Seifert. ¡ Corrección ya, pero ya !