Teóricamente, en efecto, no se puede, pero sí se puede «de facto». De hecho, la Constitución habla del derecho a la vida y hay aborto y eutanasia, habla de independencia del Poder Judicial y no existe, habla de imparcialidad de los organismos de control (Consejo de Estado y demás) y no existe, habla de la propiedad privada (y no existe, pues se incentiva la ocupación), habla de derechos de la infancia (pero se fomenta la pedofilia). Habla de igualdad ante la ley, pero establece aberrantes discriminaciones por sexo. Podría seguir así hasta pasado mañana. Por lo tanto, recomiendo al señor García Magán que no se fíe ni de la almohada donde apoya la cabeza. La Constitución es papel mojado. España no es una democracia sino una oligarquía de partidos. Montesquieu no le llamaría jamás democracia más que a dos naciones: los EEUU y Suiza; los demás países no tienen las condiciones exigidas por el filósofo francés. Hagan esta prueba: vean cuántos primeros ministros ingleses (desde Margaret Thatcher) han perdido el poder en unos comicios y cuántos han sido expulsados de él por sus propios partidos (patada en la retambufa mediante) y luego me lo cuentan.