| 03 septiembre, 2023
¿Quién privó a esas almas de Dios?
Todos los días los argentinos asistimos a múltiples asesinatos, muchos de ellos
en ocasión de robo; otros, ajustes de cuentas entre bandas, a veces planificados por
presos. Sin embargo, pocos compatriotas averiguan sus causas.
Hoy, sábado, un artículo de Héctor Guyot titulado “El veneno del odio como
insumo político”, señala algo evidente: “El país ofrece una realidad hostil, con un
gobierno ausente que, tras haber llevado a cabo su faena destructiva, dejó a la sociedad
en estado de abandono”.
En el mismo matutino, una carta de lectores se titula “La ley de la selva”; otra
titulada “Sentido común”, se refiere a un crimen perpetrado en Palermo, que muestra
“que la seguridad en esta ciudad, está muy mal organizada y pensada. Porque nadie con
sentido común dejaría a un gran parque público sin cámaras de vigilancia, policías con
perros, recorriéndolo”, e iluminación suficiente, agregamos. Y el lector continúa: “El
erario público porteño tiene recursos de sobra para ello. Solo falta la voluntad política”.
Y en la red del mismo diario, encontramos una pregunta y su contundente
respuesta: “¿Dónde están las organizaciones de derechos humanos? No veo ni siento la
solidaridad para esta familia destruida por una lacra fugitiva. Solo saben defender a los
delincuentes cuando asuelan esta sociedad” (Todo esto en La Nación, 2/9/2023).
Hace ya muchos años, un discípulo de Meinvielle y párroco de San Isidro
Labrador, el P. Antonio González, tronaba desde el altar comentando unos asesinatos en
una entidad bancaria y decía con referencia a los ladrones y a su ferocidad: a esos
hombres ¿quién los privó de Dios? ¿quién los privó en sus conciencias de los límites
morales?
Porque este es el gran tema. La modernidad ha inventado al hombre autónomo,
ese individuo que inventa su ley, que no tiene límites, que hace lo que quiere y no lo que
debe, que al fin al cabo repite el pecado de soberbia de Adán y Eva.
Ese hombre sin Dios ni límites, que se cree con derecho a todo, que se enfrenta
en la guerra de todos contra todos, que se droga porque tiene ganas, es un ladrón y
asesino, primero en potencia y después en acto.
Ante este caos, nuestros obispos convocan al diálogo y a instaurar la amistad
social. Pero no entienden, como una sarta de buenos botarates, que la amistad tiene
como presupuesto necesario la justicia, porque como afirma San Agustín: los reinos sin
justicia son grandes ladroneras y las bandas de piratas pequeños reinos.
Por eso en la Argentina de hoy, gran ladronera, lo primero que debemos
restaurar es la justicia, ardua y difícil tarea. Para ello, antes se debe asegurar el orden. Y
frutos del orden y de la justicia, serán la paz, la armonía, la concordia y la amistad
social.
Bernardino Montejano