Si los simples fieles tiemblan ante los disparates teol´ógicos de Francisco, de orden dogmático –respuesta sobre fe y sacramentos al cónyuge protestante que le preguntó si podía comulgar con su pareja católica–, de orden canónico –elevación de Lutero a defensor de la fe y, por tanto, hombre a imitar– y orden moral –relativismo moral en torno a la ética matrimonial, las famas dubbia–, sino que es frecuente en él oírle decir que actúa guiado por el Espiritu Santo. Uno cree que realmente se lo cree. Por eso mismo no tiene en cuenta asesor teológico alguno, sino que va a lo suyo, sin importarle cuán craso pueda ser el error. En un comienzo, Lombardi salía al paso, ahora ni siquiera admite correcciones.

Al desconocer el rigor teológico y dejarse guiar por su propia voluntad, no es de esperar que nombre al alemán como responsable máximo del dicasterio de la Fe. A él le sobre ese dicasterio. Da la impresión que la alergia que tiene al rigor doctrinal se extiende a quienes lo representan. El cree que es todo un hallazgo hablar de rigorismo, de indiestrismo, de misericordia, de la madre tierra y de la Pachamama fecundante, del discernimiento y del carrerismo. Creyendo, además, que son directrices del Espíritu Santo. Un juego peligroso que suele mezclar con el reconocimiento de su posibilidad de error.

Uno sí cree que es el Espiritu Santo el que guía a los cardenales y otros que han puesto el grito en el cielo