SEGUNDA EPÍSTOLA DE SAN PABLO A TIMOTEO

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SEGUNDA EPÍSTOLA DE SAN PABLO A TIMOTEO

La Liturgia de las horas de ayer nos regala una carta de san Pablo a Timoteo, que pareciera escrita para nosotros que vivimos en el siglo XXI.

Al empezar, nos aconseja “evitar las discusiones inútiles y absurdas que no generan otra cosa que altercados”. Son los diálogos estériles, las discusiones políticas y parlamentarias, las disputas de café. O puros enfrentamientos improductivos como el de Milei y Francisco, uno en contra y otro a favor de la “justicia social”, sin el menor aporte a una síntesis constructiva como lo hubiera hecho santo Tomás planteando la cuestión, exponiendo las dificultades, invocando alguna autoridad en el tema, dando su repuesta y solucionando esas dificultades. 

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No soy Tomás de Aquino y ni siquiera tomista, en filosofía, sí en el plano ètico, pero lo hice un día en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires respecto a la pena de muerte, (publicada luego con el título “Una cuestión medieval en la Facultad de Derecho”, como apéndice en el “Curso de Derecho Natural”, octava edición, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2005, págs. 349/356).  

Debemos ser amables con todos, saber enseñar, ser pacientes en las pruebas e instruir a los contradictores; esto es difícil, pero con la ayuda de Dios, es posible.

Luego viene una descripción de los últimos días, que si no son los que vivimos, se parecen bastante. Los llama “tiempos difíciles; los hombres serán egoístas, amigos del dinero, fanfarrones, soberbios, maledicentes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin amor, sin miramientos, calumniadores, rebeldes a toda disciplina, crueles, enemigos de todo lo bueno, traidores, obstinados, infatuados, amigos del placer más que de Dios; tendrán cierta apariencia de religión, pero en realidad habrán renegado de su influjo y eficacia”. Y nos previene y advierte: “Guárdate de ellos”.

Por todo esto, ínsta a Timoteo a ser firme en la doctrina aprendida y en la misión confiada; “toda la Escritura está inspirada por Dios y es útil para instruir, para convencer, para corregir y para educar en la buena conducta”.

De aquellos de quienes nos debemos guardar, quiero remarcar a los egoístas, soberbios, ingratos, impíos, calumnidores, crueles, traidores, enemigos de lo bueno y aparentes religiosos.

La segunda lectura, es del sermón de San León Magno, papa, sobre las bienaventuranzas y allí, se rompe con la tajante y simplista división entre pobres y ricos, la que permite a grupos sacerdotales, llamarse “opción por los pobres”, todos buenos, para oponerse a los ricos, todos malos, y entrar en un juego dialéctico, ajeno al espíritu del Evangelio, afín con la lucha de clases.

Nos enseña san León, que “no puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que en su indigencia se familiarizan fácilmente con la mansedumbre, y en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia”.

Sin embargo, el papa santo introduce un matiz clave, en un tema que no es tan sencillo, cuando aclara que “no faltan tampoco ricos adornados con esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mayor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar las miserias de sus prójimos”.

También destaca que “poco importa las diferencias en los bienes terrenos, si hay igualdad en los bienes del espíritu”.Y pone el ejemplo de los apóstoles, que abrazando la pobreza se enriquecieron con bienes eternos. 

Y en especial el de Pedro,”cuando al subir al templo se encontró con aquél cojo que le pedía limosna, le dijo: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy: En nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, camina”. 

“¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza? No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud”. 

La Iglesia de siempre a través de su grandes teólogos, elaboró la doctrina de las virtudes que deben regir el mundo económico: la liberalidad y la magnificencia, virtudes naturales cuyo ejercicio con relación a los bienes materiales, es necesario para conservar una sana vida moral. Pero más allá de lo sano en el orden natural, que se exige a todos los hombres, el edificio es coronado por una de las tres virtudes telogales, la caridad.

Hoy la vida económica está regida por la avaricia, una de las enemigas de la liberalidad, ésta por defecto, la otra, la prodigalidad, por exceso en el dar. En el reino de la avaricia rige el dios mercado y tenebrosas tendencias globalistas, pretenden destruir a las naciones para rendir culto a un mundialismo sin rostro, enemigo del orden natural. Contra él debemos resistir para reconquistar.

En las lecturas de la Liturgia de las horas de hoy, san Pablo en la misma epístola, exhorta a Timoteo: “proclama la palabra, insiste con oportunidad o sin ella, persuade, reprende, exhorta, armado de toda paciencia y y doctrina. Porque vendrá un tiempo en el que los hombres no soportarán el saludable magisterio, sino que esclavos de sus caprichos y ávidos de novedades, se rodearán de una turbamulta de maestros; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”. 

Esto, ¿no es lo que sucede hoy?

En la segunda lectura, es san León Magno, quien, en su Sermón sobre las bienaventuranzas, comenta el texto evngélico: “Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados” y nos dice que el consuelo eterno prometido “nada tiene que ver con la tristeza de este mundo… La tristeza religiosa es la que llora los pecados propios o bien las faltas ajenas; esta tristeza no es la que se lamenta ante el castigo con que Dios nos amenaza, sino que se duele simplemente ante la iniquidad que los hombres cometen, pues sabe que es mucho más digno de compasión el que hace el mal que quien lo sufre, porque el inicuo, con su pecado se hace reo de castigo, en tanto el justo, con su paciencia, merece la gloria”.  

            Buenos Aires, septiembre 7 de 2024. Bernardino Montejano 

 

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