SAN GREGORIO MAGNO al CLERO AGENTINO
Hoy, sábado XXVII del tiemo durante el año, la Liturgia de las horas nos regala una homilía de san Gregorio Magno, papa, que parece dirigida al clero argentino en general, abarcando a Francisco, papa, obispos y sacerdotes.
El comentario lo hago con un pie en el estribo porque mañana vuelvo a la Ciudad Apóstata de Buenos Aires, cuyo caos moral, generado por otro Macri, aumentado por Rodríguez Larrata y hasta ahora conservado por el primo de ese Macri, apesta: adiós a las salidas y puestas de sol, adiós a esos días diáfanos, adiós a los frutales floridos, adiós a las caminatas por los caminos rurales, adiós a las cenas sabrosas y llenas de recuerdos con Oscar Figueroa, Cacho Uriarte, el encargado, hijo de Varón, su antecesor, y el sabio Omar Esnal, días y noches tan plenas que me traen a la memoria la súplica de Lamartine al tiempo en su poesía Le Lac: “Oh tiempo sususpende tu vuelo y vosotras, horas propicias, suspended vuestra marcha”. En la biblioteca de san Joaquín se conservan las obras del poeta, herencia de mi abuelo, Francisco Linares, (Librería de Charles Gosselis, París 1832).
Comienza san Gregorio con señalar un problema que se repite a través de los siglos en la vida de la Iglesia: “si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, , faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas”.
Esto es seguido por una advertencia, que parte de una cita evangélica: “Rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies” Rogad también… para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio… porque el silencio del predicador perjudica siempre al pueblo, e incluso, algunas veces, al mismo predicador”.
En su grandeza humilde y ejemplar, este papa santo empieza por acusarse a sí mismo, cuando dice: “hay otra cosa en la vida de los pastores que me aflige de sobremanera, pero “empiezo por acusarme yo mismo, de que, aun sin desearlo, he caído en este defecto, arrastrado sin duda por el ambiente de este calamitoso tiempo en que vivimos”.
¡Tiempo calamitoso! Gregorio fue papa entre los años 590 y 604 y ya he comentado en este Blog su Regla pastoral acerca del hablar de los pastores. ¡Tiempo calamitoso como el nuestro! ¡Tiempos análogos, llenos de tentaciones extraordinarias, del demonio, el mundo y la carne. Por eso, las advertencias y las cautelas de este papa santo, multiplican su valor.
Así nos dice que “nos vemos como arrastrados a vivir de una manera mundana, buscando el honor del ministerio episcopal y abandonando, en cambio, las obligaciones de este ministerio… así, contemplamos plácidamente como los que están bajo nuestro cuidado, abandonan a Dios y nosotros no decimos nada; se hunden en el pecado y nosotros nada hacemos para darles la mano y sacarlos del abismo”. Denuncia extraordinaria de los pecados de omisión.
Y continúa la filípica: “¿cómo podríamos corregir a nuestros hermanos, nosotros, que descuidamos incluso nuestra propia vida? Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles”.
Acaba con palabras tremendas que parecen una fotografía en colores de nuestro alto clero: “Por eso dice muy bien la Iglesia, refiriéndose a sus miembros enfermos: Me pusieron a guardar sus viñas y mi viña, la mía, no la supe guardar. Elegidos como guardas de las viñas, no custodiamos ni tan solo nuestra propia viña, sino que, entregándonos a cosas ajenas a nuestro oficio, descuidamos los deberes de nuestro ministerio”.
¡Extraordinario documento! ¡Increíble y exacta descripción de la conducta concreta del alto clero argentino, empezando por Francisco y los obispos residenciales y siguiendo por los curas villeros, sacerdotes tercermundanos, curas trepadores siempre en carrera y clérigos burocratizados, entregados a cosas ajenas a su ministerio y descuidando la prédica del Reino de Dios y su justicia, que no es la justicia social mundanal, que parece ser la única que algunos conocen y aman!
¿Cuál es el espacio que ocupan las realidades estrictamente espirituales en la vida de estos obispos y clérigos mundanizados? ¿Qué lugar ocupa la Misa, la administración de los sacramentos, el estudio de las Sagradas Escrituras y del legado riquísimo de tradición, la oración cotidiana que incluye la Liturgia de las horas, la preparación de las homilías, siguiendo el consejo del viejo cura al joven recién ordenado: ‘fijate bien como enpiezas y como acabás, lo del medio lo más corto posible’, o sea en términos retóricos, prepará bien el exordio (como empezás) para despertar la atención del auditorio) y el epílogo, que es que deben los oyentes guardar en el armario de la memoria, para poder meditar después?
¿Cuál es el espacio que ocupa la politiquería, no como estudio de la polis, de su naturaleza y de sus fines, como lo hizo el P. Julio Meinvielle, sino como lugar de militancia y propaganda? ¿Cuál es el espacio que ocupa la presencia en lugares como villas, manifestaciones y piquetes? ¿Cuál es el espacio para “hacer lío” y promoverlo en ciertos países, no en otros de gobiernos zurdos?
Aquí está la razón de la decadencia de la Iglesia argentina y la fuga de feligreses hacia las sectas y en menor medida hacia los hermanos ortodoxos, porque en las cosas espirituales “el silencio del predicador, perjudica siempre al pueblo”. Aquí san Gregorio no se refiere a las otras cosas, respecto a las cuales y a veces con total incompetencia nuestros clérigos, desde el papa argentino, nunca se callan.
Estas son también las razones de los seminarios vacíos, porque ningún joven que se precie seguirá una vocación que requiere una total entrega, para luchar por la ecología, el medio ambiente,contra el cambio climático y otras ideologías en boga.
Esa entrega es lógica cuando el camino conduce a una seria, esforzada y plana vida religiosa, cuyo objetivo es predicar la Buena Nueva a todos por hombres que “Dios quiere que se salven y lleguen al conocimiento de a verdad”.
Estancia San Joaquín, San Serapio de Azul, octubre 5 de 2024. Bernardino Montejano