| 09 octubre, 2023
PREMIOS NOBEL
Hace unos días, el escritor noruego Jon Fosse recibió el Premio Nobel de Literatura; el
distinguido con el galardón es un convertido al catolicismo, en un país en el cual los católicos
solo constituyen el 3% de la población.
Con tal motivo, el obispo de Oslo, Bernt Eidsvig lo felicitó con una carta en la cual
escribe: “Me alegra especialmente que Fosse sea católico y que esté dando testimonio de su
fe… Me alegra en nombre de toda la nación, especialmente de la comunidad católica en
Noruega”.
Fosse fue marxista y alcohólico durante una larga etapa de su vida; se convirtió a la fe
católica en el año 2012 y en un reportaje describió lo ocurrido: “Tomé el mando y cambié el
rumbo del barco”.
La razón predominó sobre los apetitos y la práctica de la sobriedad como virtud fue el
resultado; también entonces se casó y tiene seis hijos, el último nació en el 2019 y respecto al
haber sido padre ya sexagenario, comentó en la misma entrevista: “es lo mejor que me pudo
haber pasado. Estoy descubriendo que tener un bebé ahora es diferente que tenerlo en una
etapa anterior de la vida. Aunque, por supuesto, es mejor tener un padre joven”.
En la Argentina también tenemos un Premio Nobel católico y amigo del papa
Francisco: se llama Adolfo Pérez Esquivel, es nonagenario y a comienzos del 2022 sufrió una
descompensación en Mar del Plata. Francisco le envió una misiva el 3 de enero, entregada por
el obispo, monseñor Mestre, actual sucesor de Fernández en la Arquidiócesis de La Plata,
quien, con respecto al enfermo, lo describió como un hombre “comprometido con la paz, el
bien común y los derechos humanos”.
Esta inmediata y loable preocupación papal por la salud de este activista amigo,
contrasta con la indiferencia respecto con los actuales campos de concentración en nuestro
país, en los cuales se encuentran prisioneros y privados de todo derecho, verdaderos muertos
civiles, muchos militares, miembros de las fuerzas de seguridad, civiles partícipes del Proceso y
hasta sacerdotes, centenares de los cuales ya han muerto, muchos por falta de atención
médica. ¿Será que también en la Iglesia existen dos pesas y dos medidas?
Hace años, dos amigos Alberto Solanet y Gerardo Palacios Hardy, en nombre de la
Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, gestionaron una visita al papa argentino
para abogar por los presos, pidiendo que no fueran excluidos del derecho común. No
consiguieron otra cosa que les diera la mano y siguiera su camino presuroso mientras les decía
“ya nos estamos ocupando” y los derivaba a un monseñor Mamberti, quien tomó nota precisa
de los reclamos. Hasta hoy, nada.
¿Serán los sufrientes condenados muchos sin sentencia, recipiendarios de una prisión
perpetua?, criticada por otra parte, con severidad, por el papa Francisco como una pena de
muerte encubierta. ¿Será que por ser enemigos no merecen un trato justo, que para ellos rige
la acepción de personas, vicio opuesto a la justicia distributiva?
Pero esta indiferencia tiene excepciones y entre ellas quiero destacar a dos prelados,
monseñores Antonio Baseotto y Santiago Olivera. El primero, hoy obispo emérito, siempre se
destacó por su celo pastoral, primero en Añatuya, la diócesis más pobre de la Argentina y
después en las Fuerzas Armadas. Defensor de la vida, fue calumniado y perseguido con saña
por el matrimonio que detentó largos años el poder en la Argentina.
Pero aquí, merece destacarse la honestidad del segundo, Santiago Olivera, que viene
de otro sector del catolicismo, con poca simpatía a lo militar. Pero que, cuando llega a su
actual destino, mira con los dos ojos y comprende quienes son las víctimas y quienes los
victimarios; y hace lo que puede para socorrer a las primeras.
Quiero acabar con un testimonio personal. Un día visitaba a un preso ilustre, un héroe
viviente, el teniente coronel Emilio Nani en su casa, donde padecía detención domiciliaria y me
dijo: en este sillón donde usted está ahora, ayer estaba sentado monseñor Olivera. Honor
entonces a un auténtico pastor que se ocupa de sus ovejas.
Bernardino Montejano