| 02 septiembre, 2023
Del obelisco prisionero a la ciudad enrejada mientras los asesinatos se multiplican
El 27 de noviembre de 1986 el diario “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca me publicó
un artículo titulado El obelisco prisionero, porque al atravesar la Plaza de la República me
encontré con un espectáculo insólito: ese símbolo de nuestra ciudad aparecía rodeado de un
alto valladar, estaba prisionero.
Transcurridos más de treinta años las cosas hoy están peor y casi toda la ciudad se
encuentra enrejada, los vecinos con miedo, las calles en manos de patotas, drogadictos y
delincuentes, mientras las víctimas de robos y asesinatos se multiplican. Pero los responsables
del gobierno y la población en general no se preguntan por las causas que producen tan
deleznables efectos que dejan viudos y viudas, huérfanos por doquier, padres viejos sin el
sostén de hijos jóvenes asesinados.
Todo esto trae a mi memoria un discurso de Juan Donoso Cortés: “Señores, no hay
más que dos represiones posibles: una interior y otra exterior, la religiosa y la política. Estas
son de tal naturaleza que cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de la
represión está bajo y cuando el termómetro de la religión está bajo, el termómetro político, la
represión política está alta. Esa es ley de la humanidad, una ley de la historia” Obras
Completas, B.A.C, T. II, págs. 197/8).
Tal vez sea necesario ampliar los conceptos del pensador español y enmendar un poco
su terminología. Un hombre se puede comportar bien por motivaciones religiosas
en busca de una perfección que tiene su Arquetipo trascendente, transitando el camino trazado por la ley
divina positiva, expresada en las Sagradas Escrituras y procurando evitar los pecados que lo
apartan de Dios.
Un hombre sin el don de la fe se puede comportar bien por razones morales, no
religiosas. El camino es aquí trazado por la ley natural moral, cuyo testigo es la conciencia y
que lo mueve a hacer el bien y evitar el mal.
Un hombre sin fe y sin convicciones morales, se puede comportar bien por motivaciones sociales,
preocupado por las consecuencias que podrá acarrearle su inconducta
al ser conocida en los círculos de vida colectiva a los cuales pertenece.
Finalmente, un hombre ajeno a las motivaciones religiosas, morales y sociales,
desarraigado en esos órdenes, se puede comportar bien por razones jurídicas, por el temor a
la cárcel, a la multa o a otras penas.
Las motivaciones religiosas y morales son fundamentalmente interiores, Operan en el
ámbito de la convicción. Las motivaciones sociales y jurídicas son fundamentalmente
exteriores y operan en el ámbito de la represión que significa contener, refrenar. Según el
Diccionario de la RAE.
Entonces la idea de Donoso se podría precisar así: cuando en un pueblo el
termómetro de la convicción está alto, el termómetro de la represión está bajo y cuando el
termómetro de la convicción está bajo, el termómetro de la represión está alto.
Existe una jerarquía en las motivaciones. La calidad de la convicción es superior en
bondad y eficacia al mero refreno externo que se logra con la represión.
En el hombre medio, que no es un santo para elevar a los altares ni tampoco un
delincuente para encerrar en una cárcel, esas motivaciones influyen con diversa intensidad,
según sea mejor o peor. Y ese hombre para obrar bien tiene en cuenta el obedecer y agradar a
Dios, estar en paz con su conciencia, el marco social e incluso, a veces la amenaza jurídica.
En 1967 tuve la vivencia de la primacía de la motivación religiosa al visitar Ávila,
ciudad castellana marcada por la herencia de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. En ella, el
cumplimiento del precepto dominical llegaba al 82% (“ABC” 23/4/1967, p. 77).
La cárcel estaba cerrada, porque no se cometían delitos cuya pena fuera de prisión.
Bajo la protección simbólica de sus murallas de piedra, habitantes y huéspedes gozaban de una verdadera
libertad, en un clima de orden y paz, porque viva la convicción, era innecesaria la represión.
Pero cuando decae la convicción, cuando un pueblo se torna descreído y amoral,
cuando desaparecen los controles sociales en el anonimato de las grandes urbes, para lograr
un mínimo de seguridad debe aumentar la represión jurídica. A más delitos y contravenciones,
más policías y agentes de tránsito, mayores penas, más cárceles. Cuánto peores son los
hombres, más necesitan de la represión jurídica.
Sin embargo, en la Argentina actual cuando se multiplican los delitos y la inseguridad
crece en la calle, en el transporte, en el trabajo y en la casa, la respuesta gubernamental choca
con el sentido común. Se siguen agravando las causas al reducirse el espacio religioso en la
vida y al ser objeto los valores sagrados de burla y de mofa; al vaciar la moral de sus
contenidos; al aflojar los lazos sociales básicos en la familia y en la escuela haciéndose odiosa
la autoridad de padres y maestros.
Y así se llega al absurdo, consecuencia del gran desorden que crece cuando personas y
cosas no ocupan el lugar que les corresponde.
Y a la absurda solución: como no es posible mantener limpio el obelisco ni por
convicción ni por represión, el obelisco acaba prisionero y prisioneros los habitantes de la
ciudad y de los suburbios que no podrán salir de sus casas a pasear de noche para que no los
asalten, prisioneras las doncellas que no podrán circular con libertad para que no las violen,
prisioneros los hinchas de fútbol que no podrán concurrir a una cancha para no ser
patoteados, prisioneros los hombres de campo que deberán dormir un sueño ligero, con un
arma de fuego al lado y con su casa rodeada por numerosos perros.
Esta es la realidad de la Argentina actual sacudida por asaltos, robos y asesinatos
cotidianos. Delincuencia sin límites, porque alguno les robó a Dios de las almas a tantos
bandidos. Libertad para el mal, el delito, la droga; prisión para el hombre de bien. Una falsa
libertad que ya criticaba José de San Martín en carta a Tomás Guido del año 1834: “Maldita sea
esa libertad. No será el hijo de mi madre, el que vaya a gozar de los beneficios que ella
proporcione, hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen ‘tirano’ y
me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad”.
Bernardino Montejano
En el fondo todo esto no es más que una variación del cínico argumento de un tal Voltaire: que la religión es una ficción útil para someter y controlar a las masas. Promovamos la religión no porque sea verdadera sino porque es útil. Si promovemos la fe católica, promovamos una versión mutilada, de forma que no amenace el orden social (que es lo que se hizo aquí hasta 1975) y favorezca el orden público y la paz social. Favorezcamos los aspectos más vistosos y populares y metamos en un cajón los más incómodos. Y así todo. No, ese no es el camino. Ya se ha intentado y a la vista están los resultados.