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Oración de Santa Teresa la Grande que parece escrita para hoy

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Como para rezarla todos los días:

Oración para pedir remedio a las necesidades de la Iglesia.

 

Por Santa Teresa de Jesús

 

Padre Santo, que estáis en los cielos, no sois Vos desagradecido, para que piense yo dejaréis de hacer lo que os suplicamos, a honra de vuestro Hijo.

 

No por nosotros, Señor, que no lo merecemos, sino por la sangre de vuestro Hijo y sus merecimientos, y de su Madre Gloriosa, y de tantos mártires y santos como han muerto por Vos.

 

¡Oh Padre Eterno! Mirad que no son de olvidar tantos azotes e injurias y tan gravísimos tormentos. Pues Criador mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras que lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo sea tenido en tan poco?

 

Estase ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo: quieren poner su Iglesia por el suelo: desechos los templos, perdidas tantas almas, los sacramentos quitados.

 

Pues, ¿qué es esto, mi Señor y mi Dios? O dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males, que no hay corazón que lo sufra, aun de los que somos ruines.

 

Suplícoos pues, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos, atajad este fuego, Señor; que si queréis, podéis; algún medio ha de haber, Señor mio; póngale vuestra Majestad. Habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la Cristiandad. Señor: dad ya luz a estas tinieblas. Ya Señor; ya Señor, haced que sosiegue este mar; no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y salvadnos, Señor mio, que perecemos.

 

Amén. (Santa Teresa de Jesús de Avila)

Comentarios
6 comentarios en “Oración de Santa Teresa la Grande que parece escrita para hoy
  1. Bendita eres al pie de la cruz

    Fray Christopher Daniel OP
    19 de Noviembre de 2020

    El Ave María es una de las oraciones más conocidas. Pero como ocurre con tantas preces, que nos son familiares, a menudo se nos escapa de los labios sin mucha reflexión consciente.
    Hace unos años, mientras buscaba métodos para enfocar mejor mis pensamientos durante el rezo del Rosario, se me ocurrió que en cada misterio se proclama diez veces que Jesús y Su Madre han sido bendecidos.
    Comencé a meditar sobre cómo fueron bendecidos específicamente en cada misterio de la vida de Cristo.

    Pero, no pasó mucho tiempo antes de que cayese en la cuenta de que ver la “bienaventuranza” en los Misterios Dolorosos iba a resultar un poco incómodo.
    ¿Cómo es bendecido Jesús cuando está clavado en la cruz? ¿Cómo es bendecida María cuando lo ve morir en la agonía?
    Y, descendiendo a una nota más personal: Cuando le pido a Dios que me bendiga a mí y a los que amo, ¿Es la cruz una posibilidad, que esté dispuesto a aceptar?
    Incluso los Misterios Gozosos no son inequívocamente dichosos. Por supuesto, todos conocemos el relato de que «no había lugar en la posada» en la Natividad de Nuestro Señor.
    Los dos últimos misterios gozosos también presentan peculiares retos. De hecho, los dos últimos misterios gozosos son también los dos primeros de los Siete Dolores de la Virgen María .

    ¿Qué significa decir que los momentos de dolor y sufrimiento también pueden ser un kairós u oportunidad de la gracia en el que atisbamos la bendición de Dios e intentamos gozar de ella?
    Tanto para Cristo como para nosotros, el dolor y el sufrimiento en sí mismos, no son una bendición.
    En sí mismo, el sufrimiento siempre es malo. Sin embargo, puede tener efectos saludables.
    En Su crucifixión Cristo obtiene la resurrección, para Sí y para nosotros ( ST III, q. 49). Él cumple con amorosa obediencia el designio divino sobre nuestra salvación.
    En mis momentos de dolor tengo la bendición de que se me brinda la oportunidad de crecer en la conformidad con Cristo, Que sufrió al identificarse con la humanidad caída, hasta tal punto, que podemos ser llamarnos miembros de Su Cuerpo.
    Con el Apóstol Pablo podemos decir: “Vivo yo, pero, no soy yo quien vive. Es Cristo Quien vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a Sí mismo por mí.”( Gálatas 2,20 ).

    Podríamos extender más la lógica y decir que en cierto sentido ya no soy yo quien sufre, sino que es Cristo Quien sufre en mí y conmigo.
    Advierte Caryll Houselander:“Si Cristo se forma en nuestra vida, significa que sufrirá en nosotros. O, mejor dicho, sufriremos en Él… Necesitamos decirnos a nosotros mismos mil veces al día: Cristo quiere hacer esto; Cristo quiere sufrir esto. Cuando nos resentimos de nuestras circunstancias o tratamos de ahorrarnos lo que deberíamos sufrir, estamos siendo como Pedro al intentar de disuadir a Nuestro Señor de la Pasión.” (76–77).

    En última instancia, podemos ser bendecidos en nuestro sufrimiento porque nuestro dolor puede ser una participación en la Pasión de Cristo.
    Esta participación nos acerca a la unión eterna con Él, pero también nos brinda ahora una oportunidad de unión con Él, precisamente en nuestra la debilidad y dolor, que Él comparte.
    Es esta unión, no el dolor y el sufrimiento, lo que es bendecido; y es el amor compartido con nosotros en esa unión, lo que contemplamos en el Rosario, y en el que queremos crecer por intercesión de Santa María, ahora y en la hora de nuestra muerte.

  2. Ladrones del purgatorio

    Fray Raphäel Arteaga OP
    18 de Noviembre de 2020

    Cada Noviembre la Santa Madre Iglesia insta a sus miembros a convertirse en devotos cleptómanos. Promover la santa cleptomanía puede parecer una extraña virtud, pero me gustaría sugerir que aplicar este concepto, referido a las benditas ánimas del purgatorio, puede ser una forma fructífera de crecer en la amistad con nuestros hermanos y hermanas difuntos.

    Las ánimas del purgatorio se encuentran en en una situación, que les permite que en cierto sentido, puedan ser robadas para el cielo.
    Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, «la muerte pone fin a la vida humana como tiempo abierto para aceptar o rechazar la gracia divina, manifestada en Cristo.»
    Más aún, las almas que mueren en «gracia y amistad con Dios,» pero que todavía están «imperfectamente purificadas,» pueden ser perdonadas en «una etapa venidera,» ( CIC 1030-1031), es decir, en un estado de purificación, antes de entrar en la bienaventuranza del cielo. (Mateo 12,31).

    Por recomendación de la Sagrada Escritura la Iglesia ora por estas almas.
    Judas Macabeo «ofreció un sacrificio expiatorio por los difuntos, para que fuesen liberados de sus pecados,» (2 Mac. 12,46), y el autor del Apocalipsis señala que «nada inmundo entrará» en el Reino de los Cielos,» sino tan sólo los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.”(Apocalipsis 21,27).
    Sin embargo, no sólo la Escritura extiende esta solemne responsabilidad a la Iglesia, ya que los Santos Padres también lo hacen.
    Hablando de los difuntos, San Juan Crisóstomo dice: “Ayudémoslos y hagamos memoria de ellos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, ¿Porqué dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les van a reportar algún consuelo? Dios se sirve de nuestras oraciones y sacrificios, ofrecidos en unión con el sacrificio de Cristo en la Cruz, para llevar a cabo algunos de los designios más profundos de Su Corazón, a saber, la salvación de las almas y la renovación de Su creación en Cristo, el Verbo Eterno del Padre.»

    Los grandes Santos de la Iglesia han prestado atención a esta llamada de diversas maneras. Pero el ejemplo de la vida de San Juan Macías pone de relieve el carácter sagrado de la responsabilidad que tienen los miembros vivos de la Iglesia al orar por los difuntos.
    San Juan Macías, Hermano Converso de la Orden de Predicadores, vivió en Lima, Perú, durante el siglo XVI. Tenía gran devoción al Rosario y desgranaba sus cuentas, rezando por las Benditas Ánimas del purgatorio. Tal era su amor al Rosario y a las Benditas Ánimas, que se le conoce como el «ladrón del purgatorio.»

    San Juan Macías, como respuesta al doble mandamiento de la caridad: Amar a Dios y al prójimo por encima de todo, se convirtió en el santo cleptómano de las almas, pues las robó celosamente del fuego purificador del purgatorio y las entregó a la luz bienaventurada del cielo.
    En una visión supo que su plegaria había rescatado del fuego del Purgatorio, un millón de almas.
    La caridad que Dios encendió en el corazón de San Juan Macías, reconoció la profunda importancia de la oración en los designios de la Providencia de Dios.

    Convertirse en un santo cleptómano, como San Juan Macías, dilata el corazón en misericordia hasta alcanzar aquellas Benditas Ánimas, que anhelan contemplar a Su amado Creador y Redentor.
    Se trata de una tarea sagrada y heroica, alimentada por la gracia de Dios. Cuando se hace con devoción y amor merece tesoros robados, que valen mucho más que lo que puede conseguir cualquier ladrón.

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