| 30 marzo, 2022
Estoy muy de acuerdo con el artículo de Fabra sobre el tema:
https://germinansgerminabit.blogspot.com/2022/03/el-fiasco-de-omella-arana-con-infancia.html
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Solo un ruego al autor desde una cierta autoridad que me da el haber sido quien puso el apodo de señor del gran poder al jesuita Arana que Fabra recoge en su escrito. Que utilice las minúsculas y corrija las mayúsculas porque Señor del Gran Poder solo hay uno y no es evidentemente el minúsculo Arana por mucho apoyo que tenga aunque da la impresión de que no le va a durar mucho.
Dejémosle en señor del gran poder porque con mayúsculas hasta sería sacrilegio.
Estupendo artículo de Fabra. Lo suyo sería una reparación para las víctimas: las verdaderas perjudicadas en este campo. A Omella le falta capacidad para gestionar la Iglesia: no hay más que ver los derroteros que ha tomado cada diócesis y asunto por los que pasa su mano. Ahora se sigue introduciendo en asuntos de Zaragoza y Mons. Escribano, siguiendo sus indicaciones, va diciendo que en septiembre dará un vuelco a la diócesis y que se no se tomen decisiones hasta ese tiempo por parte de Vicarios y Cabildo. Se anuncia el «gran advenimiento»… Que amiguicos que son Omella y Escribano y Arana. Gracias a Dios que las víctimas son laicos/as ya que así lucharán, que lo merecen, por sacar adelante la verdad porque la línea de la Iglesia es silenciar y la firme voluntad de no querer saber.
No sé qué juicio harán los historiadores de esta época en las relaciones Iglesia- Estado, pero los resultados del «buen rollito» de Omella con los jerifaltes socialistas no está dando los frutos esperados, nos está poniendo a los pies de los caballos, y está causando un destrozo a largo plazo cuyas consecuencias son muy difíciles de calcular. Por ejemplo, las de la nueva ley educativa. Pero claro, había que alejarse del tono y estilo de la época Rouco a cualquier precio…
Soy de la opinión que es mucho mejor que la Iglesia sea pobre y humillada a que esté a partir un piñón con el poder político-mediático-empresarial. Últimamente se ve un intento (no sólo en España) por parte de algunos influyentes jerarcas de la Iglesia a llevarse bien con el poder, suplicando que nos dejen sentarnos a su mesa, que nos perdonen la vida, que no nos llamen fachas.
Ridícula -y poco evangélica- estrategia.