Pues sí que los buscó. Y los acogió. No en demérito de los pobres pero también con ellos. No voy a entrar en la conocida canción tan oída en nuestras iglesias. Cierto que tiene atisbos de lucha de clases aunque pienso que la inmensa mayoría de los que la cantan son ajenos a esa lucha. Y no pocos ricos o al menos con un buen pasar. están en los altares. Por ejemplo los Reyes santos. Por austera que pudiera ser su vida. Hace ya muchísimo tiempo que los Papas no son pobres. Ni en los Palacios Apostólicos ni hoy en Santa Marta se vive como viven los pobres. En mis tiempos juveniles los jesuitas ponían como paradigma a imitar al Marqués de Comillas, una de las mayores fortunas de España. Y creo que con razón. Creo que la carta que ha escrito y hecho pública Bernardino Montejano, un intelectual argentino y muy querido y admirado amigo, pone en su lugar no a los ricos, que hay muchísimos miserables Epulones, también pobres impresentables aunque esos pasen más desapercibidos, sino al pauperismo imperante y que suele ser más falso que Judas. Simple flatus vocis de no pocos que viven como ricos. Claro que hay casos de pobreza santísimos. El poverello de Asís, de familia muy acomodada, Teresa de Calcuta, Sor Ángela, Juan de Dios… El vende todo lo que tienes y sígueme es un maravilloso consejo evangélico que muchos han seguido llegando a inmarcesibles santidades. Otros también han llegado sin la venta. Abraham es nuestro Padre en la fe elegido por el mismo Dios. ¿Y quién era Abraham? Pues persona con hacienda y ganados que no era lo que tenían los pobres (Gen. 12, 5). Los pobres son el tesoro de la Iglesia pero no hagamos del pauperismo el ideal. Aunque benditos sean quienes dejan todo lo que tienen por seguir a Cristo y benditos también los que no tienen nada y nos llaman a socorrerles. El texto de Montejano creo que vale la pena leerse. Os lo transcribo: NO HAS BUSCADO NI A SABIOS NI A RICOS Buenos Aires, marzo 2 de 2016. Señor Párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Luján Pbro. Martín Bracht Presente. Ya hemos hablado personalmente acerca del tema, y Ud., sin ningún argumento, me dijo que la cantaba porque como no tenía buen oído, la podía entonar porque era “pegadiza”. Como el último feligrés de la Parroquia me apenó que el día 26 de febrero Ud. entonara el canto de “Pescador de hombres”, seguido de una feligresía que no tiene idea de su perverso contenido, con lo cual lo considero con dolor un irresponsable o un mentiroso, propagandista de los errores que paso a denunciar. En primer lugar, Reverendo, Cristo llama a todos los hombres, a los sabios y a los brutos, a los ricos y a los pobres; no efectúa esa discriminación injusta, propia de resentidos, que Ud. contribuye a difundir. Empecemos con los sabios. Mucho antes de su vida pública Jesús los busca, cuando sus padres ansiosos lo encuentran sentado en medio de los maestros y “todos los que lo oían estaban maravillados por su inteligencia y sus respuestas” (Lucas, I, 47). ¿Qué significa la parábola de los talentos? Quien recibe cinco y devuelve otras tantos, o sea en primer lugar más inteligencia, más dones, es llamado “siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te podré”. Lo mismo sucede con quien recibe dos y lo devuelve doblado. En cambio el que recibe la mitad de lo anterior, y lo entierra, al más bruto incapaz hasta de hacer un plazo fijo en un Banco y restituir lo recibido más sus intereses, el Señor lo llama “siervo inútil” y su destino son las “tinieblas de fuera” (Mateo, 25, 20, 21, 30). Cristo busca a un gran sabio como Gamaliel, nieto del famoso Hillel, quien durante décadas enseña en Jerusalén y de quien son aquéllas palabras célebres recogidas por los Hechos de los Apóstoles: “desistid de meteros con esos hombres; pues si proviene de hombres esa empresa o esa obra, se disolverá, pero si proviene de Dios, no podréis disolverla” (5, 38/39). Poco tiempo después ese sabio, hombre recto, maestro de San Pablo, buscado por Cristo, según algunos, abraza en forma secreta el cristianismo y muere nueve años después de Jesús. Vamos ahora con los ricos. No negará, Reverendo, que Cristo busca al joven rico, pues el episodio se encuentra en los tres sinópticos: “Ven y sígueme” (Mateo 19, 16/22) “solo quieres que yo te siga” canta “Pescador de hombres” pero este joven no está incluido. Según Marcos: “Jesús, fijando en él la mirada, lo amó y le dijo… ven y sígueme” (10, 17/22). Lucas relata el final del asunto: el rechazo a la convocatoria: “se puso muy triste, porque era muy rico” (18, 18/23). Continuemos con Mateo, o Leví, el de Alfeo, sentado en su despacho de cobrador de impuestos, a quien Jesús le dice: “Sígueme. Él se levantó y lo siguió” (Mateo, 9, 9; Marcos, 2/14). Lucas agrega algo interesante: “un publicano llamado Leví, le ofreció en su casa un gran banquete… y ante la pregunta de los hipócritas ¿por qué coméis con los publicanos y pecadores? Les responde Jesús: “No necesitan médicos los sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (5, 27, 29, 32). Los publicanos eran muy ricos, además de cipayos, porque participan en el cobro de los impuestos de los ocupantes, de los cuales se quedan con una parte y muchos de ellos incluso prepotentes y ladrones. Pero, también Jesús lo busca a Zaqueo, “jefe de los publicanos y rico”, y nos dice, refutando por anticipado la letra del cantito imbécil: “Hoy ha llegado también la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lucas, 19, 1/10). Busca al más rico, porque no discrimina en orden a la salvación. En el momento más triste, Jesús muerto, abandonado por casi todos los apóstoles, nos dice San Mateo: “Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Entonces, Pilato dio orden de que se lo entregaran” (27, 57/58). Como se reza en un Via Crucis, “José de Arimatea era rico, pero las riquezas no poseían a José de Arimatea”. Marcos agrega un juicio valorativo: José de Arimatea, miembro respetable del Sanedrín, que esperaba también el Reino de Dios, tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús” (15, 42/43). Juan agrega en su Evangelio: “fue también Nicodemo, aquél que anteriormente había ido a verlo de noche” (19, 39). Cabe agregar que éste también integra el Sanedrín en la Cámara de los Ancianos. O sea son dos hombres ricos, con cierto poder y nombradía, que no solo responden a la búsqueda de Cristo, sino que no la abandonan ni siquiera muerto. Ahora consideremos un error gravísimo en el cantito que Ud. promueve: “Tú, necesitas mis manos”; Dios no necesita mis manos, mis brazos, ni mi inteligencia. Le contesto con un texto de San Ireneo, que se encuentra en la Liturgia de las Horas, que Ud. leerá y meditará todos los días, correspondiente al sábado después de Ceniza: “Si nos mandó servirlo no es porque necesite de nuestros servicios, sino para que nosotros alcancemos así la salvación… Dios no necesita de nadie, el hombre en cambio, necesita de la comunión con Dios” (Contra las herejías”. Finalmente, “en mi barca no hay oro ni espadas”; Ud. sabe que a veces la espada abre el camino a la Cruz. Esto huele a indigenismo resentido. Le contesto con Pío XII, respecto al descubrimiento y colonización de nuestra América: “Era la hora de Dios, cuando en la cofa más alta de la nave campeaba siempre una cruz, y cuando junto al descubridor no faltaba nunca el misionero” (17/11/1955). Por todo esto le pido que no se haga el otario, que me conteste si tiene algún argumento y si no que retire el cantito n° 100 del Cancionero de la Parroquia. Si en un plazo razonable no tengo respuesta haré de esta una carta pública y se la enviaré a muchos. En ese “año de la misericordia”, más en plena Cuaresma, una de sus obras es enseñar al que no sabe. Reciba mis cordiales saludos Bernardino Montejano
No has buscado ni a sabios ni a ricos
| 12 marzo, 2016