Como es natural uno no es experto en los asuntos de la Iglesia argentina. Hablo por lo que leo o por lo que me dicen.
Muy queridos amigos de aquella nación hermana no eran precisamente entusiastas del arzobispo hoy in partibus debido a su rectorado en la UCA. Posiblemente hoy todavía empeorado por su sucesor. Los argentinos son verdaderamente notables incluso aquellos que no tienen ninguna notabilidad. Los más necios, que los hay, son de una habilidad más que notable incluso vendiendo ataúdes a los vivos. Que no es tarea fácil.
Mis amigos son de una brillantez extraordinaria, un bagaje cultural amplísimo, una historia más que notable en defensa de la religión y de la patria, y además todo con una simpatía desbordante que esa suele ser común a todos los argentinos.
Pues uno de ellos acaba de publicar un retrato del monseñor defenestrado, a petición propia o vayan ustedes a sabe por qué, que quiero dejar registrado en el Blog para mejor conocimiento del personaje pues siempre ilustran loas y críticas. Luego los lectores se quedarán con lo que quieran.
Pues aquí os dejo el traje a la medida que acaban de cortarle al ya in partibus, bien sé que ahora ya no se llaman así, que evidentemente no le sienta bien. Es muy posible que mucho más por defectos de la persona vestida que por impericia del sastre. ¿Quién puede dejar a un Quasimodo como un San Luis?
Una parte importante de la intelectualidad católica argentina no simpatiza con Zecca. Y da sus razones. Ahí las tenéis:
LA RENUNCIA DE UN LOBO DISFRAZADO DE CORDERO
UNA NOTICIA QUE NOS LLENA DE ALEGRÍA… es la renuncia anticipada el 22/6/2017 y su aceptación el 9/7/2017, por motivos de salud, de Mon Adolfo Zecca, arzobispo de Tucumán, un Mon que nunca fue señor.
Zecca Felder son sus apellidos completos (ver aviso fúnebre de María Elena Felder en La Nación del 7/6/2008). Su gestión como rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, no pudo ser peor, pues buscó eliminar la herencia de los Cursos de Cultura Católica, que fue la base de la misma[1].
Era un legado de aristocracia intelectual que un plebeyo como Zecca, que significa ácaro, garrapata, chinche, casa de cambio de moneda, no podía soportar. Es tal su insignificancia intelectual que no figura en la monumental Historia de la Filosofía en la Argentina 1600-2000, de Alberto Caturelli[2]; en cambio promovió y sostuvo la designación como emérito del obispo Juan Carlos Maccarone, el sacrílego sodomita, quien fuera decano de la Facultad de Teología e integrante de la Comisión Episcopal para la Pontificia Universidad Católica Argentina, Santa María de los Buenos Aires.
Además fue responsable de muchos entuertos como la invitación a Gianni Vattimo, quien niega la existencia de lo real, para dialogar con profesores y alumnos en el Auditorio Santa Cecilia, de invitar para el jubileo del año 2000 a un conocido delincuente, beneficiado por la prescripción de sus numerosas causas judiciales, al ex rector de la UBA Oscar Suberoff, de transformar en asiduo visitante de la UCA al Ministro Daniel Filmus, hombre ubicuo, cristinista consecuente, capaz de ocupar cualquier cargo y de ser derrotado en todas las elecciones, de invitar a un marxista confeso como Francisco Delich, y de llevar a los estudiantes, con la mediación del sacerdote Jorge Murias, a la Mezquita “Rey Fahd” invitándolos a realizar un aporte con el lugar de culto. ¡De culto a Alá! y no al único Dios verdadero, uno y trino, a quien debemos adorar.
También fue responsable de eliminar de la Universidad al Dr. Hugo Obiglio, fundador del Instituto de Bioética, donante de su biblioteca, a quien se le pidió la renuncia en forma descomedida; de eliminar de la dirección de “El Derecho”, sin haberlo recibido nunca y sin darle la menor explicación, al Dr. Jorge Mazzinghi, quien fuera vicerrector en los tiempos de Monseñor Derisi, de impedir que apareciera en un matutino una solicitado que manifestaba el repudio de numerosos profesores a la propuesta para su designación en la Corte Suprema de la desaparecida-aparecida Carmen Argibay, quien se manifestó como “atea militante” y partidaria de la despenalización del aborto, de conculcar el derecho de los profesores quienes proponían una terna para la designación de los decanos; de designar decano de la Facultad de Historia a un hombre “muy moderno”, que se presentaba con una mujer separada y con hijos, cuando la suya y sus hijos vivían en Rosario; de nombrar secretario académico a un individuo de veintisiete años de edad y tres de recibido, no en la UCA, ofendiendo a miles de graduados, serios, capaces y con experiencia. También es responsable del uso indebido de los bienes de la Universidad y del agujero negro de alrededor de veinte millones de dólares, presuntamente invertidos en la pirámide de Bernie Madoff.
Enemigo del trabajo, ocupante de un amplio y lujoso departamento de la calle Arroyo, habitué, no de la iglesia sino del bar del Socorro, ajeno a la realidad circundante, se comunicaba con realidades extrañas o lejanas, prendido a su celular.
Durante el penoso rectorado de Zecca, nunca consentimos sus entuertos y nos pasamos la vida protestando. Incluso en una oportunidad tuvimos que interrumpir una misa celebrada por uno de sus capellanes, porque no podíamos permitir la falsificación del Evangelio. Ese pobre sacerdote, después amancebado, era un infeliz, que en otro lugar tuvo una discusión con el Dr. Juan Manuel Medrano cuando se atrevió a proclamar que la Sagrada Familia no podía ser presentada como modelo de familia.
La UCA lo soportó una década -tampoco ganada en este caso- (1999/2009). En el año 2000 fuimos elegidos por los ex alumnos que celebraban sus 25 años de graduados para pronunciar un discurso. El 11 de noviembre era el acto y el día anterior recibimos la llamada de un directivo de la Facultad para que omitiéramos toda referencia a la actualidad de la UCA, a lo cual nos negamos, argumentando: represento a quienes me eligieron, no a la Facultad. En esa oportunidad, entre otras cosas, afirmamos:
“Ustedes han vuelto y en la perspectiva de los años han evaluado esta casa y la recuerdan como una gran familia, una familia sencilla, con una casa bastante precaria, con una pobreza digna, que compartíamos junto a cuantiosas riquezas espirituales.
Con un decano, el Dr. Santiago de Estrada, paseando por los pasillos, con un despacho abierto a todos, con una sala de espera siempre poblada por estudiantes.
Todos eran entonces personas: profesores, estudiantes, empleados, tenían nombre y apellidos y algún sobre nombre inventado o recogido por la tradición. Y el bar de Avelino Fernández era un lugar, no un no lugar como los shoppings.
No existían espacios vedados, a los que se accede con tarjeta, pero todos sabíamos cuál era nuestro lugar. La hermandad superaba a la jerarquía, pero era su presupuesto; así se evitaban el igualitarismo y la promiscuidad.
Reinaba el respeto y la autoridad se ejercía sin gritos ni prepotencias; no existían el muchachismo ni la adulación a los poderes culturales, políticos, económicos ni periodísticos. La política partidaria era ajena a los claustros, como corresponde a una universidad en serio, en la cual todos los temas deben tener cabida, pero desde una perspectiva rigurosamente académica.
Ustedes han vuelto, y después de cinco lustros han hecho una evaluación personalizada, idónea, responsable, de la casa en la que transcurrieron los años de su formación universitaria y de los profesores que les dejaron huellas indelebles en la vida humana y profesional.
Y se han encontrado con otra realidad. Parafraseando a Saint-Exupéry diremos que somos más ricos, disponemos de más bienes y, sin embargo, alguna cosa esencial nos falta: hemos perdido alguna parte de misteriosas prerrogativas. Debemos comparar, hacer el balance: ¿qué ha sucedido con la Facultad? Muchas cosas y no siempre buenas.
La Universidad y la Facultad han crecido en exceso. Los nombres han sido sustituidos por números. Nos hemos masificado. Hemos perdido identidad. Se ha resentido la jerarquía. Ha disminuido el respeto.
Los profesores, los ayudantes y los alumnos, muchas veces nos sentimos maltratados, perseguidos, humillados, recargados por exigencias inútiles y a veces absurdas. Es como si la gran familia se hubiese burocratizado y transformado en una oficina pública”[3].
Dedicamos una clase al tema de Maccarone y otra al de Argibay. Ambas se publicaron en España, una también en Mendoza[4].
Como Zecca, además de irresponsable es cobarde, nunca me citó a su despacho, sino que su crítica a nuestra repulsa se agotaba en comentarios en el bar de Avelino: “Montejano me detesta y habla mal de mí. Pero yo nunca le hice nada”. Se miraba al espejo: individualista y egoísta, pensaba que los demás éramos como él, indiferentes ante la destrucción todo ente colectivo; destruía la UCA y creía que eso en nada nos afectaba.
Su gestión en Tucumán no pudo ser peor; no movió un dedo para restaurar la cruz en la bandera, eliminada por el hebreo Alperovich.
El 27 de septiembre de 2013 firmó un convenio con el entonces secretario de Obras Públicas, y luego “revoleador” de bolsas con dinero, José López, hoy preso, para la entrega de quince millones pesos para “embellecer la catedral”. La contribución finalmente no se concretó, pero Mon Zecca destacó la “mucha generosidad y el cariño”, del hoy entre rejas. Esto clama al cielo en una Provincia de niños desnutridos, muertos de hambre.
La muerte dudosa del párroco de La Florida, Juan Viroche, probó con sangre el desinterés de Zecca por la observancia de sus deberes de obispo, que en sus raíces quiere decir “inspector”. Hacía cuatro meses que el sacerdote, asustado ante las amenazas, le había pedido su traslado; pero no pasó nada, porque era un obispo ausente, viajero incansable con escandalosas comitivas, glotón, sibarita[5].
Zecca se va como arzobispo emérito de Bolsena, se va para no volver nunca a Tucumán; todo por haber desertado del ejercicio de la autoridad y del cumplimiento de sus deberes pastorales. Como denunciaba la vecina de La Florida, Graciela González ante el penoso episodio del párroco: “La Iglesia tucumana parece estar sin cabeza y esto quedó demostrado en este caso, pero en la Provincia existen otros casos que no son escuchados y están solos en la pelea contra grupos de delincuentes que operan en Tucumán”.
El traslado a Bolsena es una humillación merecida; en el futuro Zecca será un muerto en vida.
Finalmente quedan en la UCA los secuaces del ex rector, los Limodio, Herrera y otros de menor monta, quienes hoy adulan al arzobispo Fernández con el mismo servilismo rastrero y abyecto. Ellos nos recuerdan la antigua sentencia de Bías, sabio de Grecia. Preguntado acerca de cuál era el peor de los animales, respondió: “de los salvajes, el tirano, de los domésticos, el adulón”.
Buenos Aires, junio 13 de 2017.
Dr. Bernardino Montejan
[1] En esos Cursos se destacaron Tomás Casares, Octavio Derisi, César Pico, Samuel Medrano, Ignacio Anzoátegui, Osvaldo Dondo, Miguel Ángel Etcheverrigaray, Juan Antonio Ballester Peña, Juan Antonio Spotorno, Guillermo Buitrago, Santiago de Estrada, Francisco Luis Bernárdez, fray Antonio Vallejo, Rafael Jijena Sánchez, Dimas Antuña, Leopoldo Marechal, Jacobo Fijman, José María de Estrada, Francisco Fornieles, Juan Oscar Ponferrada, Carlos A. Sáenz, Miguel Camino, Héctor Llambías, Jorge Mazzinghi y muchos más. Su austera revista se llamó “Ortodoxia”.
[2] En ella, sí figuran Julio Meinvielle, Leonardo Castellani, fray Mario Petit de Murat O.P., fray Alberto García Vieyra O.P., Domingo Basso O.P., Nimio de Anquín, Guido Soaje Ramos, Juan Alfredo Casaubon, Enrique Díaz Araujo, Carlos Saccheri, Mario Sacchi, Alfredo Sáenz S.J. y hasta Bernardino Montejano.
[3] La Universidad ayer, hoy y mañana, 2ª edición, folia universitaria, Guadajara, México, págs. 243/244.
[4] “El ateísmo militante” en Verbo, Speiro, Madrid, nª427/428, septiembre-octubre 2004 y en Diálogo, San Rafael, Mendoza, nª 38, 2005 y Ética pública y privada, en Verbo, Speiro, Madrid, nª 449/450, 2006.
[5] Por testimonio del Dr. Raúl Madrid conocemos el escándalo que produjo una estadía de Zecca en Santiago de Chile de una semana, en un hotel muy lujoso, con una nutrida comitiva.