Pedro José de Zarandía y Endara 1847-1851
Después de una larga sede vacante causada por el fallecimiento de Iglesias Lago en 1840, en España desde 1834 no se nombraba un obispo por lo que eran numerosísimas las diócesis sin pastor a causa de los fallecimientos de unos y las prisiones o destierros de otros, con la llegada de los moderados al poder se reanudaron las conversaciones con Roma y en 1846 se pudieron nombrar los obispos de La Habana y Puerto Rico y el arzobispo de Manila y a continuación los de las diócesis de la España europea.
Se salía de una trágica situación y dará cabal cuenta de ello las ordenaciones que tuvieron entonces lugar.
En 1848 se ordenaron los obispos de Córdoba, Sigüenza, Canarias, Osma, Cartagena, Mallorca, Valladolid, Lérida, Orense, Zamora, Teruel, Ávila, Almería, Cuenca, Segorbe, Jaén, Badajoz, Lugo, Santander, Coria, Tarazona, Oviedo, Jaca, León, Málaga, Vich, Calahorra y Tortosa, más uno nuevo para Puerto Rico pues el ordenado en 1846 había sido trasladado a Segovia. Treinta obispos en un año indican sobradamente de lo que se acababa de salir. Y al que ya lo era de Málaga se le promocionó a Toledo, al de Canarias a Sevilla y al de Jaca a Zaragoza.
En 1849 se ordena al obispo de Cuenca y se traslada al arzobispo de Santiago de Cuba a Burgos
Y en 1850 todavía se ordena a los obispos de Salamanca, Astorga, Mondoñedo, Lérida, Gerona, Teruel y arzobispo Abad de La Granja
El que le tocó a Orense era un navarro. Natural de Lesaca. Nacido el 23 de marzo de 1783[1]. “Realizó los estudios de humanidades en el colegio de San Antonio Abad de Madrid, regido por los escolapios y de allí pasó al seminario de Pamplona y posteriormente a las universidades de Huesca, Alcalá y Zaragoza donde se doctoró en leyes”[2].
Como patriota, y siendo ya presbítero, se ordenó en 1808, fue durante la Guerra de la Independencia hecho prisionero por los franceses que le trasladaron a Francia”[3]. No sería la última vez que Zarandía se viera en exilios y siempre por una causa justa.
“Tras la victoria española regresó alcanzando en 1815 una canonjía en Jaca donde residió hasta 1833”[4]. También sabemos, de esos años iniciales en el ministerio, canonjía jaquesa y examinador sinodal de aquella diócesis, por un libro que publica Zarandía en 1829: Colección de los Breves e Instrucciones de Nuestro Santo Padre el Papa Pío VI, relativos a la Revolución Francesa, desde el año 1790 hasta el de 1796, traducidos al español por el Dr. D. Pedro Zarandía, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Jaca y Examinador Sinodal de su Obispado, Imprenta de Polo y Monge. Zaragoza, 1829, del que González García nos dice que constaba de tres volúmenes y que cuando Zarandía llegó a Orense regaló al Cabildo un ejemplar[5].
De su modo de pensar creo que son definitorias sus palabras: “En este mismo siglo, llamado el de las luces a pesar de las densas y negras nubes que las ofuscan, la religión se ha regocijado y congratulado con sus fieles hijos, al contemplar las heroicas virtudes de los Obispos de la nación católica por excelencia, y el santo celo con que presentándose sin ser arredrados por el furor de los sediciosos novadores han combatido la impiedad y defendido los legítimos derechos del trono y del altar, preservado los rebaños encomendados a su pastoral vigilancia de las asechanzas armadas contra su fe ¡Cuántos ilustres ejemplos dados por el Episcopado español en las dos últimas épocas de aciaga memoria pudieran citarse”[6]. No parece dudoso donde estaban sus simpatías.
Del obispado altoaragonés pasa en 1833 también como canónigo al vecino obispado de Calahorra y La Calzada[7] donde permanecerá, al menos oficialmente pues volverá a ser perseguido y exiliado, hasta su elevación al episcopado superados los momentos más duros para la Iglesia que fue el gobierno despótico del general Espartero.
Llegaría a la diócesis gallega muy curtido por la persecución liberal que le había perseguido en la diócesis de Calahorra y La Calzada donde era provisor, vicario general y gobernador eclesiástico
El Católico nos narra los hechos que consistían en el traslado a Logroño del Tribunal Eclesiástico de Calahorra: “No podemos menos de tributar nuestro débil elogio al señor gobernador de la diócesis que con tanta entereza a la par que con el debido respeto ha sabido oponerse a una determinación contraria a los cánones de la Iglesia y que excedía la autoridad, no sólo de la Junta sino también la de que el mismo estaba revestid por su legítimo prelado[8]. Las contestaciones del Gobernador eclesiástico a la Junta son excelentes[9].
El Reparador nos refiere otro incidente en el que se vio metido el futuro obispo: “El 23 de junio (1842) se vio en la Audiencia de Burgos la causa formada al Sr. D. Pedro Zarandía, Doctoral y Gobernados Eclesiástico de las Iglesias de Calahorra y la Calzada, por unas exposiciones dirigidas al Gobierno en uso de su derecho y cumplimiento de su deber; ha dicho la verdad, se ha defendido bien, ha probado su justicia e inculpabilidad, y… ha sido condenado a un año de destierro a diez leguas de la diócesis de Calahorra, costas, apercibimientos, etc.”[10].
La misma revista abunda en la información:
“Según nos dicen de Santo Domingo de la Calzada, el ministerio ha mandado cesar al Sr. D. Pedro Zarandía, Doctoral de la Santa Iglesia de Calahorra, en el gobierno de las dos diócesis unidas, que desempeñaba dignamente por nombramiento del prelado en razón de hallarse este desterrado; y que el cabildo proceda a una nueva elección”[11].
Es de señalar el mérito y el riesgo de estas revistas que en los difíciles tiempos de la Regencia de Espartero sostenían valientemente la causa de la Iglesia informando de muchos de los desmanes que contra ella cometía el Gobierno.
Había tenido Zarandía un buen maestro en la persona de su obispo en Calahorra y La Calzada, el oratoriano Pablo García Abella que en 1848 fue promovido al arzobispado de Valencia, premio merecidísimo a su valentía en la defensa de los derechos de la Iglesia que le situó entre los más egregios prelados de una época complicadísima y en la que fueron bastantes los verdaderamente sobresalientes. Entre los más estaba sin duda el obispo que fue de nuestro personaje, al que veremos confinado en Segovia, desterrado en Mallorca y ejemplo en todo momento de dignidad episcopal.
Mejoradas notablemente las relaciones con la Santa Sede, se aproximaba la firma del Concordato de 1851, vio también Zarandía, a fines de 1847, recompensada la persecución sufrida al ser propuesto para la diócesis de Orense el 17 de octubre de ese año[12] y preconizado el 17 de diciembre siguiente[13]. Hemos hablado, al tratar de Bedoya, de su inexistente episcopado pero es preciso recordar como introducción al pontificado de Pedro Zarandía, si quiera someramente, la situación de la diócesis. Seguimos a Miguel Ángel González, referencia siempre segura en todo lo que a la Iglesia de Orense se refiere.
“Tras los años de estar al frente de la diócesis, como vicario capitular de una larga sede vacante, el deán don Juan Manuel Bedoya (…) y tras el fallido intento de nombrar para Orense a Costa y Borrás, que acepta el obispado de Lérida, es nombrado obispo de Orense, Pedro Zarandía y Endara”[14], que fue ordenado en la catedral de Pamplona el 19 de marzo de 1848 por el obispo de aquella diócesis Severo Andriani asistido por los ya arzobispos electos de Valencia y Zaragoza, García Abella y Gómez de las Rivas[15]. Seguro que con gran alegría del que había sido su obispo al participar en la ordenación episcopal de su fidelísimo vicario general.
Creo que da sobrada muestra de lo que fueron aquellos días de numerosísimas ordenaciones episcopales referir que ese 19 de marzo de 1848 fueron ordenados nada menos que cinco obispos: en San Antonio Abad de Madrid, por Brunelli, el obispo de Lérida Costa Borrás, otra figura extraordinaria de nuestro episcopado, en la catedral de Pamplona y por su obispo Andriani, los obispos de Orense y Zamora, Zarandía e Irigoyen y en las Salesas de Madrid por el Patriarca Posada, los de Teruel y Ávila, Lao y Gómez Santisteban.
Poco pudo hacer Zarandía en los tres años de pontificado pero a él se debe la publicación de Boletín eclesiástico de la diócesis cuyo primer número apareció el 25 de enero de 1851[16]. La mejora que ello supuso en la comunicación del obispo con su clero respecto del sistema anterior, la vereda, fue extraordinaria y el ahorro de horas de trabajo también. La imprenta sustituyó a los copistas que a mano escribían las circulares y pastorales de los obispos y esas copias, en elevado número, tenían un camino asignado de párroco a párroco, de forma que al llegarle a uno, la leía, si era celoso, la copiaba, y hacía llegar el texto recibido a la parroquia siguiente de la lista. De los inicios del Boletín y sus antecedentes nos da cumplida cuenta Miguel Ángel González en «Los comienzos del Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Orense y una desconocida publicación precedente», impresa en Memoria Ecclesiae, XXXIII, de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España (2009, pp. 339-361). Según González, «el obispo, por supuesto, respalda la iniciativa pero aparentemente poco se debió a su interés», «Aunque no es poco que no haya obstaculizado la feliz iniciativa» (p. 342)
Será uno de los firmantes de la carta colectiva que el episcopado español el 1 de enero de 1849 escribe a Pío IX que se había refugiado en Gaeta huyendo de la revolución que en Roma había acaudillado Mazzini[17].
Fue muy breve su paso por Orense pues en 1851 había sido ya trasladado a petición propia a la diócesis de Huesca donde fallecerá el 24 de marzo de 1861[18] . Nos parece muy acertada la opinión de González García: “Da la impresión de que aceptó esta sede con la voluntad de buscar un traslado Aunque en ningún momento se desentendió de sus altas responsabilidades y muy concretamente de la penosa siempre, pero más entonces, de realizar la visita pastoral”[19]. No hay más que pensar en los medios de locomoción de entonces y el estado deplorable de las vías de comunicación.
El obispo alegó que el clima de Orense no le prestaba a su salud y lo cambió por el más favorable… ¡de Huesca! Tan favorable que terminó llevándoselo de este mundo por una… pulmonía[20]. Creemos que bien puede decirse aquello de que sarna con gusto no pica.
“Debido a la brevedad de su estancia en Orense, apenas tres años, no han quedado especialmente memorias de su actividad, deduciéndose que fue hombre celoso y deseoso de cumplir sus obligaciones. Las relaciones con el cabildo y clero fueron corteses sin especiales incidencias[21]. Seguramente debido a que la diócesis el largo tiempo que estuvo vacante no fue regida anticanónicamente por personas intrusas en la jurisdicción, la asunción del gobierno de la misma por su obispo pudo hacerse sin mayores estridencias. Y, lo normal, deja menos huella que lo extraordinario.
Fue celosísimo cumplidor de su deber de visita pues pese a su muy breve pontificado pudo concluirla sin duda por haberla comenzado nada más posesionarse de la diócesis y dedicar a ello muchos días de los escasos que permaneció en Orense[22].
“Tras conocer el estado del clero, restablece la obligatoriedad de las conferencias morales, de vestir eclesiásticamente con sotana, de cumplir las rúbricas litúrgicas y asentar con exactitud las partidas sacramentales” lo que permite adscribirle por su gobierno a los obispos de mentalidad tradicional que por otra parte había dejado sobradamente manifiesta en los años anteriores a su nombramiento orensano al tiempo que manifestaba su voluntad de iniciar “una segunda visita pastoral que por razones de su traslado no llegó a efectuar”[23]. Nos tememos que el anuncio fuera más bien con la boca chica pues llevaba tiempo gestionando que se lo llevaran de Orense.
De ese afán por dejar la diócesis, conseguido sin duda a fuerza de peticiones al Nuncio de Su Santidad, creemos que es suficiente prueba el que antes de que le llegaran las bulas, con lo que la diócesis formalmente todavía no quedaba vacante se apresuró a abandonarla marchando a Navarra y encomendando el gobierno de Orense a quien fue “su hombre de confianza durante su pontificado, el canónigo don Joaquín Cordón, canónigo cardenal, provisor y vicario general”[24].
Y algo debemos decir sobre el traslado que no respondió a las características habituales de los mismos, todavía vigentes en la actualidad. Cuando vacaba una diócesis o archidiócesis importante, entonces las “importantes” eran más bien escasas, se buscaba para cubrirla, más o menos, a un obispo de diócesis menor que se hubiera acreditado en ella. Pero Huesca no era superior a Orense, más bien algo inferior.
Ambos eran obispados eminentemente rurales, como casi todos los de España en la época, en los que las huertas, el ganado y los demás animales domésticos llegaban a las puertas mismas de la catedral. Todavía hace medio siglo en la Burgas se escaldaban los pollos.
Tres cuartos de siglo después del traslado de Zarandía a Huesca desde Orense, el Anuario Eclesiástico de 1923 daba a Orense 16.000 almas y a Huesca 12.500. No respondía el mismo a ningún ascenso pero tampoco encontramos motivo alguno de castigo en la conducta del obispo orensano. Todo hace suponer que ello se debió a insistencias reclamatorias del mismo obispo. De lo que seguramente habrá constancia en los archivos de la Nunciatura y en su destinatario Vaticano, entonces Romano.
Hacía más de un siglo, casi dos, que un obispo de Orense no había sido trasladado a otra sede. Zarandía, con el suyo tan escaso, inaugura otra época distinta. La repetirá su sucesor. Lastra que irá a Valladolid y luego a Sevilla, con cardenalato. Casi medio siglo después Ilundain, también a Sevilla, aunque sin estaciones de paso, y también cardenal. Después, ya a finales del siglo XX, Orense se convertirá en diócesis de aprendizaje para mayores destinos. Diéguez, en 1996, a Tuy-Vigo; Osoro, en 2002, a Oviedo y Quinteiro, en 2010, a Tuy-Vigo. Tres de ellos, Lastra, Ilundain y Osoro llegaron al cardenalato aunque todos ellos fuera de Orense. Su cardenal, el verdadero cardenal de Orense, es y seguirá siendo, creemos que para siempre, Don Pedro de Quevedo y Quintano, gloria inmarcesible de la iglesia y de aquel humilde obispado.
Gloria de su paso por la diócesis que, aunque quisiera vehementemente dejarla no le impedía dedicarse a ella con suma responsabilidad fue, ante aquella desgracia eclesial y cultural que supuso la Desamortización en la que la Iglesia española perdió a sus religiosos y todo lo que ellos suponían para la vida espiritual de la nación y España maravillas del arte, el salvador, en lo que cabía, pues mucho era ya irreparable, de dos joyas de Galicia aunque hoy sean triste recuerdo de un pasado glorioso. Pero que, pese a ello, ahí están para goce y pasmo estético y a algunos también espiritual.
“En abandono notable por la Desamortización, el obispo pidió, y ello denota también alguna de sus iniciativas pastorales, y obtuvo en 1851 del Gobierno el monasterio de Oseira para Instituto de Misiones y casa de corrección de eclesiásticos y el de San Esteban de Ribas de Sil para habitación del señor cura párroco, otros servicios de la Iglesia y escuela de niños”[25].
En 1850 falleció en avanzada edad Juan Manuel Bedoya con indudables servicios a la Iglesia de Orense en años muy difíciles que su liberalismo, indudable, contribuyó a hacer menos traumáticos. Ignoramos como la diócesis orensana y su obispo asumieron el fallecimiento de figura tan destacada en su historia reciente.
[1] Pazos: Op. cit., p. 537; Guitarte: Op. cit., p. 153; González García, Miguel Ángel: La diócesis...,p. 543
[2] Pazos: Op. cit., p. 537; González García: La diócesis…, p. 543
[3] Pazos: Op. cit., p. 537; González García: La diócesis…, p. 543
[4] Pazos: Op. cit., p. 537; González García: La diócesis…, p. 543
[5] González García: La diócesis…, p. 544
[6] Colección…, pp. VIII-IX
[7] Pazos: Op. cit., p. 537
[8] El Católico, 5/11/1849, III, p. 521
[9] El Católico, III, pp. 524-525
[10] El Reparador, IV, Madrid, 1842, p.96
[11] El Reparador o continuación de La Voz de la Religión, Época primera, Tomo II, Madrid 1842, p. 96
[12] Pazos: Op. cit. p. 538
[13] Pazos: Op. cit., p. 538
[14] González García: La diócesis…, p. 543; Pazos: Op. cit., p. 537
[15] Guitarte: Op. cit., p. 153
[16] Guzmán, J.: Orense, Diócesis de, en Diccionario de Historia Eclesiástica de España, III, CSIC, Madrid, 1973, p. 1833; González García: La diócesis…, p. 545
[17] La Cruz, 1878, I, p. 234
[18] Guitarte: Op. cit., p. 153; González García: La diócesis…, p. 544
[19] González García: La diócesis…, p. 543
[20] González García: La diócesis… p. 544
[21] González García: La diócesis…, p. 544
[22] González García: Op. cit., p. 544
[23] González García: Op. cit., p. 544
[24] González García: Op. cit., p. 543
[25] González García: Op. cit., p. 545
https://cadenaser.com/ser/2019/12/13/videos/1576218368_038110.html?prm=ep-ob
No tiene nada que ver pero bueno. ¿Qué opinan blogger y comentaristas?
Muchas gracias por su aportación a la historia de la Iglesia española contemporánea. Después de leer el artículo, me extraña lo de «en el gobierno de las dos diócesis unidas», al referirse la revista «El Reparador» a la diócesis de Calahorra y La Calzada, ya que nunca fueron dos diócesis diferentes, sino la misma, como bien sabe usted, con dos sedes. El intento del obispo Juan Pérez de Segovia de trasladar la sede diocesana desde Calahorra al florenciente burgo de La Calzada, hizo que esta iglesia alcanzase el rango de catedral; pero el intento no surtió el efecto deseado y Calahorra siguió como cabeza y madre. A partir de entonces la diócesis se llamará de «Calahorra y La Calzada», una de las más extensas de España hasta 1860, ya que abarcaba toda Alava, Vizcaya, parte de Guipúzcoa, y amplias zonas de las provincias de Soria, Navarra y Burgos. En 1956 perdió los territorios sorianos, navarros y burgaleses, pasando a formar parte de la misma las parroquias riojanas de Burgos y Alfaro, hasta ese momento de Tarazona.