Esto, gracias a Dios, va tocando a su fin. Me quedan 90 páginas y las de su emeritaje pienso que van a dar para poco. Me he aburrido de la disección de un libro importante, pero tampoco capital, de un obispo capital pero tampoco tan importante. Y me da la impresión de que los lectores también se han aburrido. Otro fracaso del arzobispo, también a confesión de parte: “Al principio en la Diócesis no se colaboraba oficialmente con las Jornadas Mundiales de la Juventud. En 1997 fuimos con un grupo de jóvenes a las Jornadas de París. Fuimos también a las de Roma y a las de Colonia. Estas concentraciones, junto con otras iniciativas más locales, nos sirvieron para poner en marcha algunos grupos de jóvenes cristianos en unas cuantas parroquias. Intenté promover un movimiento juvenil bien coordinado, pero la idea no cuajó” (pg. 361). También hay que tener en cuenta, en su descargo, que estaba en una diócesis muy envenenada: “En aquellos momentos la doctrina de la Humanae vitae era rechazada por la mayoría de los sacerdotes” (pg. 364). Esa era la herencia de Cirarda. Que también se notaba en este otro texto: “Por aquellos años estaba bastante extendida en la Diócesis la práctica de las absoluciones colectivas sin confesión personal de los pecados. Desde el principio intenté corregir ese error. Los sacerdotes que la practicaban en sus parroquias estaban convencidos de su licitud y hasta de su interés pastoral. Como primera medida yo trate de hacerles ver, en primer lugar, que aquella práctica era contraria a las normas de la Iglesia. Y trataba también de hacerles comprender que era una celebración inválida, puesto que alteraba la composición del sacramento y además era perjudicial para los fieles pues les privaba de la atención personal para la clarificación de su conciencia y la consumación de su penitencia y de su arrepentimiento. En algunos sacerdotes encontré bastante resistencia. Por fin me decidí a dirigirme a los fieles haciéndoles ver que esa forma de celebrar el sacramento era ilícita e inválida. La buena información de los fieles era una buena medida para corregir la mala actuación de los sacerdotes renuentes. Creo que se corrigió bastante pero no del todo” (pgs. 365-366). La teoría está bien pero la praxis episcopal me parece muy deficiente. Ya lo habíamos visto con los curas nacionalistas y proetarras. Digo la buena doctrina pero no corrijo las desviaciones. Seguro que consiguió no poco en lo uno y en lo otro, pero sin ejercicio de su autoridad episcopal. Respecto a las absoluciones colectivas entra ahora en un suceso que me conozco muy bien por mi gran amistad con el sacerdote interpelado e innominado. No tengo el menor problema en decir su nombre: Don José Ignacio Dallo. “Esta cuestión (las absoluciones colectivas), en tiempos de Mons. Cirarda, había dado lugar a un conflicto grave entre un sacerdote que se sentía llamado a defender la integridad del sacramento de la penitencia y el obispo, a quien este sacerdote acusaba de condescender con los abusos que se daban en algunos puntos de la Diócesis. Yo también tuve que soportar algunas críticas de este sacerdote; hablé con él varias veces tratando de tranquilizarlo pero con poco éxito” (pg. 366). No me parece honesto el relato. Ya es extraño lo de “un sacerdote que se sentía llamado a defender la integridad del sacramento de la penitencia” porque a eso se deberían sentirse llamados todos los obispos y los sacerdotes. Aunque al llamamiento, Sebastián respondiera algo pero poquito. Esa defensa le costó a Dallo ser desposeído de la canonjía, a la que le llamó el mismo Cirarda, y por el mismo Cirarda, por defender lo que era obligatorio defender. Deposición, a mi parecer absolutamente injusta pero que era temporal. Dos arzobispos más, Sebastián y Pérez, la convirtieron en cadena perpetua. Creo que han sido tan injustos como Cirarda. Pero éste aún tenía el cabreo comprensible de la resistencia del sacerdote. En los otros la injusticia carece de motivos. Misericordia nula. Y justicia, tampoco Fracaso también en su pastoral vocacional: “En los catorce años que estuve en Navarra el número de los sacerdotes diocesanos descendió de 640 a 420” (pg. 367). “Ni en las parroquias ni en los colegios estamos siendo capaces de promover grupos de jóvenes que lleven una vida cristiana intensa” (pg. 369). ¿No tendrá el obispo alguna responsabilidad en ello? Fracaso También con los religiosos. Navarra pasó de ser u vivero de vocaciones a un erial. “El caso extremo de esta falta de comunicación (con el obispo) eran los colegios de la Iglesia llevados por religiosos” (pg, 375). “Actualmente no es raro encontrar colegios dirigidos por religiosos en los que la educación cristiana de los alumnos es bastante deficiente” (pg. 377). Y creo que exagera con lo de bastante. Porque es nula o contraproducente. “Reconozco con verdadero sentimiento que en Pamplona no me pude dedicar cuanto hubiera querido a la promoción de un laicado bien formado y con iniciativas apostólicas” (pg. 380). Quede para la próxima entrada lo que dedica, sobre todo, a Opus y kikos.
Lecturas LXXXV (XVII): Las Memorias del cardenal Sebastián
| 14 marzo, 2016
J: Se equivoca usted. Usted entra aquí no cuando le parezca oportuno sino cuando yo se lo permita. Y empiezo a cansarme de tanta permisión. Lo de los médicos es tan estúpido, sin perdón, en este Blog como lo sería lo de los obispos en un Blog de medicina. ¿No es capaz de darse cuenta de ello? Ya sabemos que se da cuenta de ello y que lo que quiere es tocar las narices. ¿Por qué no se las toca a su señora madre si se deja? Y ya ve usted el respeto que le muestro a ella que la llamo señora. Ella no tiene culpa alguna de que le haya salido un hijo tocapelotas como usted. Y algunos somos celosos de nuestras pelotas.
Gran parte del trabajo y de los frutos con jóvenes en Pamplona se deben al hoy ya Obispo de Vitoria. Creo que fue Sebastián quien le dio esa responsabilidad. También creo que debemos reconocer a este Obispo un trabajo razonable en Navarra dada la situación que heredó y la que dejó a su sucesor
Sr. Cigoña: soy de la valoración, positiva, que otros hacen del trabajo que nos ofrece; soy de los que gusta leer cada día su crónica sebastianera; soy de los que sufren – a veces – cuando lee sus resúmenes; soy testigo de excepción de la valoración humana de Mn. Sebastián cuando quise saludarle personalmente, hace ahora años, en una «javierada», la primera de su episcopado en Navarra; he seguido con interés su periodo pastoral en Navarra – navarro soy – viviendo en otra diócesis. Por todo esto – y mucho más – sigo con interés sus comentarios a las memorias de este miembro del episcopàdo español. Y le doy las gracias por facilitarme su lectura. juanestella.
No deje de ilustrarnos sobre lo que cuenta de su etapa de COMISARIO POPNTIFICIO DE LUMEN DEI, donde acusa a algunos obispos que se portaron de forma miserable pero, una vez más, nos hurta sus nombres.
Como otros, Don Francisco, dejo constancia de que yo no sólo no me he aburrido sino que espero cada entrada con interés.
Es muy interesante ver como, entre líneas y probablemente sin pretenderlo, su eminencia deja la crónica de como se sembró a conciencia el desastre que padecemos.
Como muy bien señala Aro, es sumamente ilustrativo que el autor parece ser consciente del daño causado pero no lamenta el mismo sino el no haber tenido más éxito aplicando las tesis que lo han provocado.
Me imagino que como la mayoría de los Obispos , Monseñor Sebastian no leerá los comentarios de Cigoña
El número de las visitas a este blog es siempre de los mismos señores que entran 40.000 veces para ver entre otras cosas los chismorreos de si sus amigos o ellos mismos suenan para ser nombrados algo
D. Marcelo no quiso escribir memorias, a pesar de que se lo indicaron varias veces.
Me las leí, las devoré en cuanto salieron. Los resúmenes que llevamos aquí, con la correspondiente valoración a modo de recensión, me permiten recordar y valorar, o mejor, complementar mi propia valoración.
¿Sabes Paco Pepe? Me han entrado ganas de volver a releer las Memorias de José María Cirarda… ver, comparar, completar…. hacerme una idea global.
Ojalá otros, verdaderamente grandes, como D. Marcelo o D. Angel Suquía, nos hubiesen dejado unas Memorias así.
D. Francisco:
No solo no me he aburrido sino que espero con avidez cada comentario, que me evita leer estas memorias. Creo que son interesantes no solo para la historias de la Iglesia, sino para la de nuestro país.
La impresión que he sacado de estas memorias, es que no se diferencia de otras en las que se maquilla el relato de los hechos. En este caso me parece que el autor se ha esforzado más de lo habitual en tratar de ser objetivo.
Me ha producida cierta tristeza, no los frecuentes errores, sino que le autor parece lamentar más el no haber tenido éxito que el haberse equivocado. Da la impresión de que existe escaso arrepentimiento, lo que resulta sorprendente en alguien que ha visto los resultados y que incluso tuvo actuaciones valientes e inteligentes en una diócesis arrasada.
Qué gran malvado es este Sebastián. Me encanta cómo tira la piedra y esconde la mano, cómo se hace el equidistante. Estoy a la espera de que venga a nuestros círculos de espiritualdiad. Creo que sus consejos serán impagables para derruir a los sectores más carcas de la iglesia española.
Balones fuera con justificaciones de excusatio non petita acusatioi manifesta.
El erial presente y más que erial campo invadido por hordas anticatólicas, se produce a resultas del vacío clerical e incluso anticatolicidad clerical como el propio Sebastián anota de la mayoría de clérigos navarros respecto a la Humnae Vtae.¡Tiempos de Osés y compañía, varios elevados al episcopado en tiempos benelliano-montinianos! Y ante la inoperatividad episcopal generalizada,salvo algún caso aislado, voluntaria o imperada desde Roma.
Que llega a los momentos presentes de marasmo católico por el prurito interconfesional-interreligioso dominante al que Francisco ha imprimido una aceleración de nave espacial descontrolada. La revolución hacia las estrellas o sea estrellarse, copilotada con Skorka en propia confesión skorkiana..
La víctima Dallo tiene escrito que Sebastián habló con el Rvd. dos únicas veces y contadas palabras casi por obligación para que no se diga. Eso fue todo, no para resolver la situación ni los malos entendidos ni dar muestras de equidad. No iba a llevarle la contraria a Cirarda y los cirardianos del clero que para algo ha de servir el corporativismo. Y no quiso, bien puede pensarse, porque reponer al Rvd Dallo hubiera sido poner en evidencia a toda la clerigalla que arruinó la vida sacramental y a los propios canónigos de la catedral que seguro sin Dallo se vieron descomprometidos de enfrentarse a la ruindad y la degradación sacramental. Situación que perdura con los dos obispos actuales más vicarios de toda condición a los que la justicia objetiva no les mueve a rectificar. Porque tampoco Roma estuvo ni está por la labor. ¡Nosotros o él! parece ser la consigna y el grito de guerra de los misericordiosos, implacables en asegurarse los puestos del poder «compartido» que no es lo mismo que la misión sacerdotal de santificación.
Pues sí,cierto, por mucho que vistan la mona: un fracaso en toda regla. Primero fracaso elemental humano de unas personalidades complicadas y rocambolescas. En consecuencia, fracaso pastoral y sacerdotal
O tal vez sea un éxito apoteósico porque lo que se quería y se pretende es la descartolización para protestantizarse y judaizarse con la disculpa y pretensión inútil del unionismo ecumenista globalizado?
Estas memorias son muy interesantes por el testimonioi que ofrece de estois tiempos calamitosos entre la clerec´ñia reaolmente disparatada y descatolizada, pero también por los agujeros que deja en poenumbra y porlo que puede leerse entre líneas.
Un tiempo de vergüenzas incinfesabkes y poor eso se cargaron e sacramentoi del la Confesión. ¡Los sacerdites que se hicieron solo pastores pero se armaron de estacas en lugar de cayado y zurrín.
Personalmente le agradezco mucho el esfuerzo que ha realizado con estos resúmenes. El personaje no es un cualquiera, aunque no sea figura mayor de la Iglesia, ni las diócesis gobernadas por él son de las más importantes, ni tampoco los cargos y ministerios ejercidos, pero precisamente por ello el conjunto es tan demostrativo de la evolución del conjunto de la Iglesia española en esas décadas que van desde 1950 hasta casi la actualidad. Y cuando se va viendo esa evolución, los desastres que uno tras otro se describen en primera persona, las causas de tanto daño que se van trasparentando, nos sobrecoge un sentimiento que es a la vez de tristeza y repulsa.
Ojalá la enseñanza de san Juan Pablo II y del gran Benedicto XVI hayan sido capaces de dar a nuestros obispos otra dimensión de las cosas y otras formas de abordar los problemas de la Iglesia, pero es muy de temer que los males sembrados tan a conciencia durante tantos años hayan arraigado firmemente en nuestra Iglesia.
Uno de los protagonistas de los excesos postconciliares de los años 60 y 70 se lamenta de las consecuencias de esos excesos en los 90. Se extraña Don Fernando de que haya sacerdotes que imparten la absolución colectiva, de que haya pocas vocaciones sacerdotales, de que la juventud no sintonice con la Iglesia… y tantas otras cosas. ¡Pero si durante años muchos obispos no prestaron atención a esos asuntos! Estaban más pendientes del politiqueo y de caerle bien a todo el mundo (no católico). No sé si su extrañeza es por ingenuidad o por ceguera. Los que no somos ingenuos ni ciegos lo veíamos venir hace mucho tiempo. Lo peor es que aún no hemos tocado fondo. Lo tocaremos cuando seamos una comunidad minoritaria, fervorosa, doctrinalmente recta, perseguida y… pobre.
Resulta sorprendente la confesión de parte de un obispo ligeramente penoso. Yo creo que su vanidad le ha impedido darse cuenta de lo que ha escrito, y que cuando lea sus comentarios, Sr De la Cigoña se va a arrepentir de haberlo escrito.
Para cagarla así y hacer tan poco no hacia falta haber estudiado tanto.