El 23 F “nos pilló a contrapié” (pg. 256). Me parecen poco convincentes las razones que da para explicar el inicial silencio de la Conferencia Episcopal. Cierto que el momento era inoportuno, Tarancón cesaba como presidente de la CEE y se había hecho ya la primera votación de sondeo para nombrarle sucesor. Pero que no hubiera presidente no impedía un pronunciamiento de la Asamblea Plenaria que estaba reunida. Aunque por otra parte tampoco era exigible una declaración inmediata cuando el Congreso todavía estaba ocupado. Al día siguiente por la mañana, ya con Díaz Merchán de Presidente se redactó una nota que se envió inmediatamente a los medios (pg. 256). “Era ya tarde. Nunca nos perdonaron aquel retraso” (pg. 257). Pues no sé yo que tenían que perdonarles. Y además eso es ya agua pasadísima que nadie les echa en cara. Llevaba tres años de obispo de León, más bien sin pena ni gloria, alineado en la tendencia de obispos de Pablo VI, aunque a él le hubiera hecho obispo Juan Pablo II en los inicios de su pontificado dando por buenos los trámites anteriores, cuando en 1982 la gran mayoría instalada en la CEE le elige secretario general de la misma en tercera votación “con muy pocos votos de diferencia” sobre Rouco, entonces auxiliar de Suquía en Santiago (pg. 259). Y fue el gran colaborador de Díaz Merchán durante todo su periodo de presidencia que concluyó en 1987. De todo lo malo de ese mandato es directo responsable. Y de lo bueno si es que algo hubo. Se inauguraba con el primer Gobierno socialista de España y tanto el presidente como el vicepresidente, Alfonso Guerra, no eran para él unos desconocidos. Había tenido con ellos una muy buena relación en sus años taranconianos. Alguna reticencia respecto al nuncio Innocenti (pg. 260). Sebastián preparó los discursos de la visita del Papa, tarea en la que ya era experto, y sus propuestas fueron asumidas por el Pontífice casi literalmente salvo en el discurso de Segovia (pgs. 260-261). A continuación redacta unas páginas interesantes sobre la prelatura del Opus Dei con la que se muestra muy disconforme (pgs. 261-266). Postura que dice compartía “buena parte del Episcopado español” (pg. 261). “Dese la Conferencia Episcopal enviamos nuestros informes contrarios a esa transformación. No veíamos que el Opus Dei en su conjunto tuviera las notas que el derecho canónico atribuye a las Prelaturas Personales” (pg, 261). “Cuando en septiembre de 1982, desde la Santa Sede nos comunicaron que el santo Padre había decidido constituir al Opus Dei como Prelatura Personal, los obispos españoles reunidos en Asamblea estudiaron la cuestión y decidieron enviar a Roma al Presidente y al Secretario para que comunicasen personalmente al Santo Padre su disgusto; primero, por no haber sido consultados, y segundo, por considerar que el Opus Dei no reunía las cualidades que el Derecho canónico atribuye a las Prelaturas Personales” (pg. 262). Y con esa encomienda partieron al Vaticano Díaz Merchán y Sebastián (pg. 262). La comisión resultó fallida, aunque fueron amablemente acogidos, porque la decisión estaba tomada. Sebastián, sin embargo, no da su brazo a torcer : “Yo pienso que quedaría todo más claro si el Opus Dei, y otras posibles instituciones semejantes, fuera considerado simplemente una asociación pública de fieles, ordenada a ayudar a sus miembros a realizar la vocación a la santidad que tenemos todos los cristianos” (pg. 264). No soy yo quien para entrar en disquisiciones canónicas sobre la cuestión pero entusiasmo por el Opus Dei no me parece notar en Sebastián. Posiblemente tampoco en la mayoría que hbían instalado en la Conferencia Episcopal española. Y señala otra protesta episcopal a Roma por el procedimiento seguido muy favorable al Opus (pgs. 264-265). Sebastián remacha su postura ante el Opus con una declaración muy crítica: “Mis relaciones con el Opus Dei han sido un poco complicadas. Durante mis años de formación en Valls, en algunas ocasiones, sentí atractivo hacia la Obra. En los Claretianos me veía demasiado encerrado. Mi inclinación a los estudios y mis sueños apostólicos en la Universidad me hacían pensar que a lo mejor esa institución entonces tan prestigiosa, podía facilitarme más el desarrollo de mis aspiraciones que la Congregación Claretiana. Leí el libro Camino y algunas otras cosas de la Obra; eso me bastó para cambiar de opinión. Los veía clasistas y demasiado rígidos en sus ideas. Antiguos con trajes nuevos. Cuando llegó el Concilio mis diferencias se hicieron más profundas. Las gentes del Opus lo recibieron con bastantes reticencias. Se resistieron durante un tiempo a los nuevos usos litúrgicos. Seguían celebrando de espaldas al pueblo, se negaban a concelebrar por razones ingenuas, muchos de ellos no ocultaban sus simpatías hacia el viejo sistema del estado confesional. Es verdad que con su resistencia a los abusos que aparecían con frecuencia dieron seguridad a muchos fieles que se refugiaban en la Obra porque no estaban de acuerdo con las exageraciones de algunas parroquias o comunidades religiosas. Pero fueron más allá de lo justo. Por defender lo que ellos pensaban que era la sana ortodoxia, acusaron injustamente a muchas personas, incluso a algunos obispos, de desobediencias y abusos que no eran reales. La Nunciatura y las Congregaciones romanas recibían en aquellos tiempos abundantes cartas acusatorias, mucha de las cuales venían de miembros del Opus Dei. Prevenía a los fieles contra escritos y personas que intentaban servir a la Iglesia sinceramente. Mi libro Antropología y Teología de la fe cristiana, que era básicamente el curso sobre la fe que yo explicaba en la Pontificia, estuvo incluido en la lista negra del Opus, y era uno de los libros que sus miembros tenían prohibido leer. Con sus criterios restrictivos , el Opus Dei consiguió mantener en muchos ambientes las devociones y los gustos antiguos, pero eso mismo podían haberlo hecho sin cerrarse a las innovaciones sancionadas por la Iglesia y sin desacreditar a quienes queríamos servir fielmente a la Iglesia con menos miedos y con una sensibilidad más receptiva para las orientaciones del Concilio” (pgs. 265-266). Me parece uno de los párrafos más demoledores del Libro de Sebastián. Demoledores para él. Una vez más me ocurre que hablo sin adscripción a parte. No soy, ni he sido nunca, miembro del Opus Dei. No acudo a nada suyo salvo a confesarme alguna vez a San Miguel. Y ahora que hay más confesonarios hace años que no voy por allí. He tratado a poquísimos sacerdotes del Opus, de los que yo llamo pata negra, creo que me sobran los dedos de una mano, incluso alguno de ellos. Admiración por Don Joaquín Ferrer Arellano, entre los que conocí, y por ninguno más. Muchísíma por sacerdotes de la Santa Cruz donde encontré sacerdotes admirables, bastantes, y alguna oveja negra, poquísimas. He tratado a algunos supernumerarios y me parecieron, los que son mis amigos, católicos ejemplares. Numerarios a casi ninguno. Curioso que a alguien, como yo, a quien le guste tanto la pata negra en el jamón la haya conocido tan poco en el Opus. Pero eso no es nuevo en mí. Defiendo la misa tradicional con armas y dientes y no es a la que acudo. Deseo de todo corazón la incorporación plena a la Iglesia de los lefebvristas y jamás he acudido a una misa de las que celebran en Madrid. No estoy pues defendiendo “mi” Obra. Pero el párrafo lo encuentro impresentable. Ya hemos visto que el claretianismo de Sebastián era escasísimo pero ya lo de que pensara en el Opus como algo para facilitar más sus aspiraciones, a confesión de parte, resulta demasiado revelador. Y eso sin saber bien en que consistía, sólo algo que era prestigioso. Una vez que supo más de él le pareció inaceptable. Porque criticaba a los suyos y lo suyo. Lo de que no apreciaran su libro no tenía perdón. ¡Cómo osaban! De aquellos tiempos recuerdo el testimonio de un queridísimo amigo, docto profesor de los defenestrados en Salamanca por aquella ola que encumbró a Sebastián al rectorado y seguramente con intervención del mismo, que me aseguraba que las doctrinas que entonces enseñaba Sebastián eran objetivamente heréticas. Seguramente pensaban lo mismo los superiores del Opus Dei y por ello querían tener alejados a los suyos de esas doctrinas. Se ve que Sebastián todavía sangra por la herida. No soy quien para opinar sobre las tesis teológicas del claretiano. Ni asistí a sus clases ni leí el libro citado. Pero la opinión de mi amigo, y yo no soy como Sebastián y no tengo el menor problema en dar su nombre, Fray Victorino Rodríguez de la Orden de Predicadores, y las de las autoridades del Opus Dei, tal vez tuvieran algún fundamento. Seguramente el mismo Sebastián de dio cuenta de lo arriscado de su párrafo y lo quiso edulcorar con uno final: ”Yo siempre les he visto (a los del Opus) con verdadera estima por las muchas cosas buenas que sin duda han hecho y siguen haciendo; he tenido muy buenas relaciones con algunos de ellos, y traté de atenderles fraternamente mientras fui arzobispo de Pamplona. No sé si ellos tendrán la misma impresión” (pg. 266). Tras su párrafo anterior tal vez algunos no tengan una impresión favorable. El desencuentro con Calvo Sotelo (pg. 270), efímero y oscuro presidente del Gobierno hundido en unas elecciones tan demoledoras para él que acabaron para siempre con aquel tinglado artificial que fue la UCD, no tiene más importancia que la de demostrar, una vez más, que con quien Sebastián se encontraba bien reuniéndose era con Carrillo, González, Guerra… mientras que los problemas surgían con Antonio Oriol o Calvo Sotelo. Que serían lo que fueren pero de indudable catolicismo. El de los otros ni siquiera se les suponía. Una vez más Sebastián quedó encantado de la entrevista con Felipe González y Guerra para cerrar el viaje a España de Juan Pablo II: “Nos parecía que estábamos en el buen camino. No ha sido la Iglesia sino algunos grupos políticos quienes han vuelto a hacer problemática esta convivencia” (pg. 271). Pues un fracaso más de las ilusiones sebastiánicas. Llegamos a otra contrariedad de las ya bastantes sufridas por nuestro personaje. Ésta muy grave y de notables consecuencias en su vida. Pero quede ya para la siguiente entrada.
Lecturas LXXXV (X): Las Memorias del cardenal Sebastián
| 03 marzo, 2016
En la sociedad civil la diferencia entre una banda de ladrones organizada y la policía , radica en un matiz que es que la fuerza y la violencia son monopolio del Estado y solamente en el caso de que la violencia la ejerza el Estado la sociedad acepta que se ejerza .
La aplicación de una pena de prisión por parte de Estado es algo aceptado por todos para un delincuente, porque se hace con unas normas legales previamente conocidas por todos y tras un juicio .
Pero el secuestro por parte de una banda organizada con sus normas internas , no es aceptado por la sociedad.
LA violencia solamente la puede hacer el Estado. Con sus millones de trámites por supuesto : crear una ley por parte del Parlamento , publicarla en el BOE para conocimiento de todos , detener a una persona con todas las garantías y con asistencia letrada ,habeas corpus , un juicio realizado por jueces independientes que han sido nombrados conforme a unos procedimientos previstos por la Leyes , UN JUICIO CON TODO TIPO DE GARANTÍAS procesales , existencia de jueces que han superado una oposición a la que todo licenciado en derecho puede presentarse , aplicación de unas leyes por parte de jueces que no las han creado sino que se limitan a su mera aplicación, posibilidad de recusar a los jueces , juicio con abogado , posibilidad de recurrir la sentencia ante órganos judiciales de superior rango superior etc etc.
esto en la sociedad civil que se autodefine como democrática
En la Iglesia que no se defiene como democrática , el decir que un Obispo es nefasto , nocivo , malísimo , herético o encubridor de herejes o cómplice de herejes o de enemigos de la Religión , no es labor de un seglar que de repente ha tenido la «iluminción » de autoproclamarse juez y dictaminar quien es nocivo dentro de los Obispos.
El Vaticano tiene el monopolio de dictaminar si un Obispo es nefasto , nocivo o decretar que sus enseñanzas, o la de sus protegidos , conculcan o se enfrentan directamente al mensaje de Jesucristo .
Es el Vaticano con su autoridad suprema quien a la vista de la actuación de un Obispo le puede llamar la atención , obligar a dejar su diócesis dándole una diócesis inexistente o llevándolo al Vaticano a una labor burocrática como castigo implícito a su pésima gestión. Está todo previsto en el Derecho Canónico
Dicho de otra manera: la autoridad que usted dice que da el sentido común no es suficiente
más que para denunciar ante los órganos vaticanos la presunta actitud nociva o descarriada de un Obispo y será ese órgano superior el que dictamine si debe hacer algo o no.
El decir este obispo es hereje no es labor de un seglar que corrige al que yerra. Si ese seglar opina que un Obispo incurre en herejía debe ponerlo en conocimiento de la Nunciatura o del Vaticano o de la Conferencia Episcopal , exactamente igual que si yo supongo que un policía es un corrupto y cobra por mirar hacia otro lado cuando pasan drogas por delante de él , no puedo más que hacer una cosa : acudir a la Inspección General de Servicios del Ministerio del Interior para que verifiquen si existe lo que yo denuncio y procedan en consecuencia. No debo hacer nada más. Dar buen consejo al que lo necesita se lo puedo dar a mi primo si me cuenta que odia a su mujer o que está pensando en matar a su suegra con una dosis de matarratas o que duda si Dios existe porque ve guerras y sufrimiento de inocentes . A mi primo sí que debo decirle que Dios es Padre y le ayudará a superar sus ideas y que lea el Evangelio del Hijo Pródigo y sepa que Dios le va a dar fuerza para superar sus dudas y sus ideas descarriadas. Yo no puedo darle consejos al Obispo …. Puedo, si veo algo espantoso a mis ojos, ponerlo en conocimiento del Vaticano.
Nos gustaría invitar a nuestro círculo de espiritualidad de Podemos al cardenal Sebastián. Creo que podría darnos una charla formativa sobre métodos discretos para desactivar a la carcundia católica que resultaría muy interesante. ¿Alguien sabe a quién habría que dirigirse, cómo llegar hasta él?
He leído las memorias de Sebastián y, con todo respeto, tengo que decir que el bloger hace una lectura parcial: se fija en los aspectos que para él resultan censurables (y tiene todo el derecho a hacerlo), pero pasa por alto muchos otros aspectos de la vida del cardenal, sin duda muy importantes. Por ejemplo: las negociaciones con el Gobierno Socialista de Felipe González entre 1982 y 1987, que permitieron una relativamente buena situación a la Iglesia, que luego el zapaterismo trató de dinamitar y consiguió dinamitar en parte y que hoy siguen pretendiéndolo el PSOE actual y Podemos.
Sr. de la Cigoña: haga el favor de pasarse de nuevo por la entrada «Los abusos en un colegio de maristas» (ya en la página 5), que nuestro obsesionado «amigo» ya ha pasado directamente a las amenazas. Puede borrar este mensaje después, si quiere -por no estropear las entradas del blog con estas cosas-. Muchas gracias de nuevo.
Resulta sorprendente que, siendo Juan Pablo II tan poco afín al «taranconismo», permitiese que durante su primer viaje a España preparase casi todos sus discursos D. Fernando Sebastián, que era mano derecha del Cardenal Tarancón junto con Martín Patino.
En el hundimiento de la facultad de teología de la Pontificia con Setién, Sebastián, Pagoda y alguno más tuvo mucho que ver la escasa entidad teológica de los tres mencionados, que quisieron suplir sus carencias objetivas con sucios movimientos de política eclesiástica. Fueron unos momentos vergonzosos para la historia de la Iglesia en España. A Sebastián le había zurrado la badana el teólogo dominico de Valencia Antonio Sanchís. Es una polémica que no creo que mencione el ahora cardenal. Ahí nació la inquina de Sebastián contra los dominicos. Con Setién aconteció algo parecido a< propósito de sus artículos en Lumen. Engañaron al Vaticano y lo pusieron de auxiliar de Argaya en San Sebastián. Argaya lloró lágrimas de sangre cuando se enteró de la connivencia doctrinal de Setién con ETA. Eran los famosos "estamos contra la violencia venga de donde venga" (es decir, la mendaz equiparación entre asesinos y policía). Son historias que no se cuentan, pero pueden rastrearse.
Qué guay este Sebastián, está lleno de odio y resentimiento, pero es taimado y trata de disimularlo con frases de terciopelo. Pero a veces se le notan los espumarajos.
Me encanta que los Papas confíen en gente tan resentida, porque ese resentimiento va erosionando y haciendo daño a las estructuras de esta iglesia podrida.
Una pena que este Sebastián sea ya tan vieja, porque en Podemos lo trataríamos de potenciar si fuese más joven.
Para leer las memorias de este señor, hay que estar preparado, como cuando se va a ver una película de terror, donde no se sabe quién es el asesino y cuándo acuchillará a la víctima.Aquí la víctima es la Iglesia y los verdugos son los que desobedecen abiertamente el magisterio.El polaco podía ser muy radical y lo fue en extremo en la «Ordinatio sacerdotalis»¿Qué parte de las expresiones «en modo alguno», «dictamen definitivo» y «todos los fieles» no entiende este purpurado tozudo?Mi opinión definitiva es que este caballero tiene dos defectos irreparables: es aragonés y es claretiano.Lo primero le hace ver negro lo blanco y, como dijo Cervantes, «no le harán creer otra cosa frailes descalzos».Lo segundo lo hace escorarse al lado siniestro, como Casaldáliga o Forcano (este último, uno de los señores más dañinos que le ha tocado padecer a la Iglesia).Mi único consuelo es saber que Sebastián es hoy un cero a la izquierda (con capelo, eso sí).
He oído que Yanes tiene a punto también sus memorias… Entre el incienso que se echa a sí mismo Sebastián y el que nos vendrá de Yanes aquí quedaremos entre tinieblas.