Un episodio más de esta cadena sin fin que está acabando con la vida religiosa en España.
Las Siervas de María desarrollaron una labor caritativa extraordinaria atendiendo a enfermos en sus domicilios por la noche y permitiendo además un descanso a los familiares.
Era impresionante, hace medio siglo, ver a un grupo numeroso de religiosas, todas con su hábito, dejar al atardecer sus conventos para enseguida diluirse en múltiples direcciones para llegar cada una al domicilio del enfermo que cada una tenía asignada. Y al amanecer se repetía la escena al revés. De distintas direcciones iban llegando las religiosas que confluían en la puerta del convento tras pasar la noche atendiendo cada una a un enfermo. Velando su sueño, distrayendo su insomnio, dándoles la medicación en las horas indicadas, consolando sus angustias, rezando con ellos…
Con la crisis posconciliar el número de las que salían del convento cuando anochecía y regresaban al amanecer se fue reduciendo, hasta que llegó el día en el que las puertas de su casa se abrían para que saliera ya la única religiosa que pese a sus años todavía iba a cuidar a un enfermo. Hasta que se cerraron definitivamente pues ya no quedaba ninguna que pudiera ir a cuidar a un enfermo. Eran ya ellas quienes precisaban cuidados.
Ahora toca a Jaén despedirlas. Será un día triste para la ciudad.
Son unas religiosas excelentes, muy fieles al carisma de su santa fundadora, Madre María Soledad Torres Acosta, profundamente piadosas, inmensas en la caridad con los enfermos. Su convento de San Antonio, lleno cada mañana por ser la Misa más tempranera de Jaén capital (7,30). En Jaén vamos a echarlas mucho de menos. Que Dios les pague como sólo Él sabe y puede tanto bien como han realizado en estas tierras del Santo Reino. Allí donde vayan las acompañen las últimas palabras de su fundadora: «Hijas, que tengáis paz y unión».