LADRAN SANCHO…

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Léon Bloy - ACANTILADO

LADRAN SANCHO…

Hoy el Quijote nos sirve para este artículo con su apotegma: “Ladran Sancho es señal que cabalgamos”. 

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Los caballeros son los jóvenes católicos franceses, quienes con libertad y convicción, se convierten atraídos por la Iglesia de siempre. Los perros aquí son los periodistas zurdos de “Libération” que expresan su preocupación: a ellos no los inquietan los avances musulmanes, como a los obispos alemanes quienes después de mucho tiempo de no abrir la boca en temas políticos, hoy se rasgan las vestiduras ante el avance de Alternativa para Alemania. Aquí los caballeros son los nacionalistas alemanes, que han dicho ¡basta! al contubernio social demócrata, liberal y verde con la complicidad de la democracia cristiana y los perros, quienes hoy los pastorean.

 Estos perros no ladraron a los comunistas, no cuestionaron la ideología de género, no advirtieron respecto a una invasión inmigratoria indiscriminada que amenaza cada vez más la identidad alemana, porque son apátridas, ciudadanos del mundo y adhieren al espíritu, a los experimentos y a las permisiones que ya destrozaron a la iglesia luterana.

Los jóvenes que hoy se bautizan en Francia, que a menudo “han sido conmovidos por la belleza de la liturgia o el silencio de una iglesia”, se incorporan a su Nación histórica, la de san Remigio y Clodoveo, la de Carlos Martel y sus francos, que en el año 732 vencieron a los invasores musulmanes en la batalla de Poitiers; la de Carlomagno, su Academia y su Escuela Palatina, la de san Gregorio de Tours, la de la Universidad de París y sus grandes teólogos venidos de otras geografías: Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura, Duns Scoto, la de san Luis y de santa Juana de Arco.

Esa Francia, que la Ilustración en lo teórico y la Revolución Francesa en lo práctico, buscaron destruir; así rodaron las cabezas de Antoine Laurant de Lavoisier, el gran químico y descubridor, porque esa barbarie no necesitaba sabios y la de André de Chénier, porque tampoco necesitaba poetas, ambos asesinados en 1794.

Esa demencia que llegó a entronizar a la diosa Razón en los altares de Notre Dame encarnada en una prostituta y a través de la guillotina mostró ferocidad y cuando esto no alcanzaba, a través de Carrier inventó las “deportaciones verticales”: los condenados morían en medio del río cuando se los cargaba en un buque que hundían con ellos adentro.

Hoy Macron, o “Micron” en palabras de Rinaldi, los apóstoles del laicismo, sean zurdos o no, aliados a los invasores musulmanes, son los herederos de esta barbarie contra la cual, en su momento, lucharon los campesinos de la Vendée y otros lugares de la Nación histórica. 

Es la Francia en la cual se apareció Nuestra Señora de la Virgen de la Salette, con sus advertencias tantas veces ignoradas.

 Por las dudas, a mis lectores les informo que soy muy escéptico en materia de apariciones, que no he peregrinado ni siquiera a San Nicolás, cuya Virgen, según un obispo ya fallecido, amigo mío, “era demasiado charlatana”.

Pero también les advierto que en este caso creo en ella, pues se encuentra oficialmente reconocida por la Iglesia católica, a la cual pertenezco, en la categoría de los pecadores.

Acerca del tema existe un libro de León Bloy “La que llora” (Mundo moderno, Buenos Aires, 1947), donde el autor aclara que los ángeles no lloran, pero su Reina, sí.

En el prólogo escrito en París, en febrero de 1907, o sea hace más de un siglo, pero sesenta años después de las apariciones, Bloy ya denuncia “a los predicadores educados tan largo tiempo y … formados en el desprecio de las advertencias de la Salette”.

Escribe que “el fondo del hombre es la Fe y la Obediencia y necesita Apóstoles y no conferencistas, Testigos y no demostradores”. Y agrega: “cuando Francia enlodada de la cabeza hasta los pies, haya sido purificada por los azotes de la Justicia divina, estará consumida, casi aniquilada y entonces Dios le dará un hombre libre para gobernarla”.

Concluye el prólogo protestando contra la prevaricación sacerdotal, el mercantilismo odioso y “la sacrílega perfidia de estos Caifás y estos Judas que destruyen el más bello reino del mundo”.

En el libro es interesante la descripción del gobierno político del tiempo de las apariciones: “esa monarquía sin gloria, nacida del pantano liberal de 1830 y predestinada a extinguirse en la cloaca económica de 1848” (p. 25).

El final de la obra no tiene deperdicio: “Muchas veces he pensado que la paciencia de Dios es la mejor prueba de cristianismo… Francia ya no quiere Rey, ni Reina, ni Dios, ni Eucaristía, ni Penitencia, ni Perdón, ni Paz, ni Guerra, ni Gloria, ni Belleza, ni cosa alguna que signifique la vida o la muerte. Ella quiere en su carácter de mentora y ejemplo de naciones, lo que nunca ha sido querido por ninguna decadencia: la completa estupidez en el movimiento artificial y automático. Eso se denomina deporte.

En el año 1864, dice el secreto, Lucifer y gran número de Demonios serán destacados del Infierno…

Sabido es que León XIII, tocado por esta predicción, ha querido que todos los sacerdotes católicos rezasen cada día, luego de su misa, arrodillados al pie del altar, esta oración, muy semejante a un exorcismo:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio.

Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas” (págs. 103/104).

Nos dice Bloy, que “La Salette es, por excelencia, el Lugar de las dolorosísimas lágrimas” (p. 16). Allí, la Madre de Dios llora amargamente sobre su pueblo y condena la profanación del domingo y la blasfemia (p.28).

También que “la realidad aparente es el fracaso de Dios sobre la tierra”, porque cada día nacen muchos hombres que jamás oirán hablar de la Iglesia ni de Dios, aun en el mundo tenido por cristiano” (p. 33).

En nuestros días mucho se habla de los pecados de los sacerdotes, pero esto ya fue anunciado en La Salette cuando la Virgen denunció “su mala vida, sus irreverancias, su impiedad en celebrar los Santos Misterios, su amor al dinero. a los honores y a los placeres, que los han convertido en cloacas de impureza” (p.48).

Recemos por ellos para que se conviertan; recemos por los jóvenes que se convierten y son la esperanza de Francia.

Buenos Aires, septiembre 16 de 2024.         Bernardino Montejano

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