La más triste renuncia

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Por Itxu Díaz

Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

La más triste renuncia

20 de febrero de 2025

Como cristiano, una de las cosas que más me entristecen es la renuncia de una parte importante de los colegios católicos a hacer gala de su condición. Como ya conocemos las excepciones, permíteme que me centre en la norma. Colegios de monjas, de frailes, de congregaciones que antaño resultaron un faro para el mundo occidental, que preservaron la cultura, las artes y el pensamiento moral que atesora nuestra civilización, que formaron a los hombres que levantaron la gran herencia cristiana de Europa, han dado la vuelta a sus principios como un calcetín, si no en el plano teórico, sí en el práctico.

Los alumnos reciben hoy mucha más instrucción sobre el apocalipsis climático que sobre el apocalipsis a secas, escuchan más a menudo la palabra «sostenibilidad» que la palabra «caridad», y el único infierno del que se les habla es el de los océanos trufados de tapones de plástico. Ni rezan ni saben rezar, olvidan los sacramentos el mismo día en que el colegio celebra su primera comunión, y el único mandamiento del que se les habla es el del amor al prójimo para la turra diaria sobre el multiculturalismo, que eso sí que no falta. Toman del Papa Francisco las tres cosas que no molestan a oídos del wokismo, y las elevan a dogma de fe, olvidando todo lo demás.

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La bioética que tuve la suerte de aprender en mis años escolares no aparece por ningún lugar cuando más necesaria es, no ya por los temarios, sino tampoco en la normal audacia que antaño tenían los maestros para dar pinceladas transversales sobre la interpretación cristiana de los diferentes problemas cotidianos, la educación sexual es la misma que podría darte cualquier ministerio de Igualdad de un gobierno comunista, y la lluvia fina relativista impregna cada rincón de la clase.

Si alguna vez reciben una charla de valores en sustitución de una hora de clase, no verán a un sacerdote, a un misionero, o a un converso con una historia fascinante, sino a un par de voluntarios de cualquiera de esas ONG que están bajo la permanente sombra de la sospecha, ya sea por ser altavoces de las plataformas abortistas, ya sea por su complicidad con las mafias del tráfico de personas. Será que la iglesia no tiene voluntarios católicos.

En Historia no falta el ejercicio de hacer a los alumnos golpearse el pecho por las guerras cristianas, la estúpida monserga sobre el presunto daño que hicimos en América, ni una palabra sobre llevarles el evangelio y la moral, y el islamismo y el cristianismo se venden como una historia de amor, convivencia y enriquecimiento mutuo que no ha existido en la vida real jamás de los jamases.

Y la ideología de género, que digan lo que digan es incompatible con la fe cristiana, lo invade todo. Reciben jornadas especiales donde activistas vienen a pintar al hombre como una bestia, utilizan veinte millones de pronombres al dirigirse a los alumnos durante las clases, adaptan las materias para encontrar machismo en donde nadie lo ve, o para incluir píldoras ideológicas sobre diversidad e igualdad en lo que sea, desde las matemáticas hasta dibujo técnico, y les obligan a leer libros infantiles que podía haber firmado la impostora de Judith Butler.

No hay misa en el centro escolar, es imposible confesarse salvo que lo hagas con la máquina que dispensa café, en no pocos de ellos la última religiosa murió hace años, y en los que permanecen personas consagradas, su vocación parece haber sido entrecomillada por la maldita plaga de la secularización.

No está claro si se avergüenzan de Dios, del cristianismo o si sencillamente están convencidos de que la fe es para ellos, no para los alumnos, como si se tratara de un tormento, de un castigo, y no de una salvación, de un bien que compartir con los que quieres, y con los que tienes a tu cargo.

En la decadencia general hay grados, porque si bien algunos son indistinguibles de esos institutos públicos en los que las cruces están prohibidas, en otros lo doctrinal se ha introducido en un pasapurés, para ofrecer al alumnado un batido fácilmente digerible por la modernidad, que toque lo mínimo posible al grueso formativo de las demás materias, que al parecer es lo único importante.

Muchos padres lavan su mala conciencia enviando a los niños a estos centros presuntamente católicos, pero en realidad serían los primeros en poner el grito en el cielo si esos colegios, aparte de parecerlo, lo fueran.

Quienes viven en grandes ciudades no son conscientes de esta situación, porque allí las opciones son múltiples, los movimientos religiosos más jóvenes han abierto también sus escuelas, y parece que se respira otro aire académico, a menudo ejemplarmente cristiano. Pero en las lejanas provincias, donde tan sólo quedan estos o aquellos —no quiero citar congregaciones por caridad—, es desolador comprobar que la desidia, la renuncia voluntaria a Dios, está entregando al mundo alumnos desprotegidos contra las ideologías perniciosas que amenazan su fe, su integridad moral, y su libertad. Ojalá una refundación. O una caída del caballo.

Comentarios
3 comentarios en “La más triste renuncia
  1. Aunque este retrato tiene mucho de cierto, no debemos olvidar varias cosas. Primero, que salvo cada vez más raras excepciones los colegios antes católicos ya no están regidos por comunidades de religiosos sino que están organizados de manera enteramente laica, con todo lo que ello comporta. Segundo, que ya no tienen donantes ricos que los mantengan, ahora necesitan dinero del Estado para subsistir. Tercero, que la mayoría de los padres que apuntan a sus hijos en estos colegios o no son católicos en absoluto o son católicos BBC (Bodas, Bautismos y Comuniones, para quienes no lo sepan), y lo más que aceptarán es una leve tintura religiosa. Cuarto, que resume todo lo anterior: los colegios católicos están luchando por sobrevivir en medio de un ambiente cada vez más hostil. Cabría pensar si, llegados a este punto, no sería mejor tirar la toalla y cerrar el colegio o convertirlo en público antes que seguir autoengañándose con lo de «colegio católico» (yo pienso así), pero comprendo que no es tan sencillo dar ese paso.

  2. Cierto, y viene de antiguo, aunque hoy se nota más. La renuncia a Dios de las escuelas supuestamente católicas es incluso anterior al Concilio Vaticano II. El postconcilio sirvió de excusa para una deserción generalizada de religiosos de ambos sexos. Los que quedaron, en vez de volver a Dios, se convirtieron al marxismo, y actualmente a la ideología woke. Y encima, gobiernan la Iglesia universal.

  3. Muy descriptivo de una realidad qye empezó hace 50 años. En descenso vamos. ¿Se tomaran cartas en el asunto? ¿Los superiores religiosos, los directores de colegios,..? ¿Les importa? En Barcelona tenemos les Escoles parroquials, habría que cerrar alguno. En uno de ellos se limitan a poner un cartel de respetar a las chicas; los viajes de fin de curso una orgía (tienen que ir los padres). ¿ Un cristiano , en conciencia, puede llevar sus hijos allí?

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