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Pues qué quieren que les diga. Salvo que haya leído muy mal el artículo.
Estoy firmemente convencido de la desigualdad de género, o mejor dicho de sexo. Desigualísimos. Afortunadamente. Y por eso a mí me atraen ellas y no ellos. Creo que tampoco tengo que entrar en los motivos de esa atracción. Aunque me parezcan evidentes.
Soy el primer convencido en la absoluta igualdad entre mujeres y hombres como hijos de Dios. Él no tiene preferencias. E hizo a la mujer por excelencia, concebida sin pecado por gracia especialísima suya, su Madre. Admiro a no pocas como seres admirables. Reconozco todos sus derechos, iguales por lo menos a los del varón e incluso con un plus que tienen más que merecido por su entrega generosa en tantísimas, su bondad, su delicadeza, su sacrificio, su trabajo…, cualidades en las que nos superan con creces. Al menos, muchas. Incluso hoy
Pero, con todo eso, somos afortunadamente distintos. Y en ello no hay el menor atisbo de machismo. Muchísimo de admiración por lo femenino.
Uno es ya muy mayor y me tocó una situación privilegiada. Producto del amor de las mujeres y no de exigencias mías aunque uno se dejara querer. Que era muy cómodo. Y reconozco que injusto por mi parte. Pero esos días eran así. A mí me tocaron. Tuve el cariño de mi madre y de dos tías mías con las que conviví y a las que consideré como otras madres. Una de ellas falleció en mi casa con casi cien años.
Mi mujer, era guapa, lo sigue siendo a sus años, inteligente, preparada, licenciada en Filología inglesa, profesora de Instituto por oposición, lograda a sus cuarenta años cuando los niños, cinco, ya no necesitaban su atención exclusiva, y mi compañera permanente en todo. Muchos de mis amigos, diría que prácticamente todos, y creo que tengo bastantes, la conocen y la quieren. Y no pocos más que a mí o por lo manos tanto. Cosa que me encanta.
Y la casa, los hijos y sobre todo yo descansábamos en ella. Que además llevaba su profesión en el Instituto queridísima de alumnos y compañeros. Aún hoy, jubilada hace ya unos cuantos años, la paran por la calle numerosos jóvenes para saludarla: teacher… Pozuelo, pese a sus cincuenta o sesenta mil habitantes sigue siendo bastante pueblo.
Uno, que es muy inútil para no pocas cosas, no se cocinar, planchar y casi ni poner en marcha el lavaplatos, que apenas he cambiado pañales y que no he sido quien enseñó a rezar a mis hijos, sería injustísimo si no le rindiera este homenaje de admiración. Que no es sólo mío. Ba, que así la llaman sus once nietos, es algo importantísimo y queridísimo en sus vidas. Mucho más que yo a quien también me quieren mucho. Y con toda justicia hacia ella.
Hoy, y me parece obligado, hay mucha más colaboración de los maridos en la marcha de una casa. Pero aún así ellas dan mucho más el callo. Fuera, por ahí nos andaremos, hay mujeres más brillantes que sus maridos profesionalmente y maridos que las superan. ¿En el hogar? Nos superan siempre salvo muy contadas excepciones.
Creo por tanto que es un error grave postular la igualdad de géneros, o de sexos. Porque gracias a Dios, y porque Él lo quiso, no somos iguales sino muy distintos. Todo mi reconocimiento en lo mucho que cabe de igualdad. Pero sin olvidar una fundamental diferencia. Unas son mujeres y otros hombres. Gracias a lo cual pervive la especie. Y si en ese igualitarismo desaparecieran esas virtudes tan femeninas y maravillosas del amor, la entrega, la generosidad, la delicadeza, el sacrificio, la pulcritud…, aunque no en todas reluzca y en las que los varones deberíamos esforzarnos por aumentarlas en nosotros, pienso que la sociedad habría perdido mucho.
Como vengo comprobando desde hace muchos años, y de ahí mi reticencias también a las clases de religión, mejor que los jóvenes no entren en grupos parroquiales, scouts, etc. El objetivo primordial de corromper a la juventud se hace patente también desde las filas de la Iglesia. Pero esto es lo que hay… y no tiene vuelta atrás.
¿Experiencia campamental? De ahí ya no he pasado. Porque cuando se prostituye el idioma el resto es cuesta abajo.