LA EDUCACIÓN CATÓLICA
Gracias a Infovaticana, me enteré de la existencia de otro gran prelado norteamericano, James Conley, obispo de Lincoln, Nebrasca, a quien espero lo dejen en paz y no sea objeto de la peculiar misercordia vaticana.
Como muchas veces, ante el desolador panorama moral que padece nuestro país, escuchamos quejas respecto al fracaso de la educación, al eclipse de los valores, etcétera, es bueno comentar la carta pastoral de Conley titulada “La alegría y maravilla de la educación católica”.
En ella, subraya que la educación católica debe orientar a los estudiantes hacia la verdad, la bondad y la belleza, atributos fundamentales del ser humano según la doctrina cristiana y recuerda, la larga tradición de las escuelas católicas en los Estados Unidos, desde la fundación, por los frailes franciscanos, de la primera de ellas, en 1606.
El obispo presentó los cinco pilares de la educación católica: estar inspirada en una visión sobrenatural, basarse en una antrología cristiana, estar animada por la comunión y la comunidad, tener un curriculum imbuido de una cosmovisión católica y estar sostenida por el testimonio del Evangelio.
El prelado relató como su conversión al catolicismo, fue impulsada por una educación en artes liberales que fomentaba el asombro y la apreciación de la verdad, la bondad y la belleza.
Abogó por una educación que no solo instruya, sino que también inspire y motive a los estudiantes a vivir plenamente su fe.
El obispo reconoció los desafíos que enfrentan las escuelas católicas hoy, incluyendo dificultades financieras, cambios demográficos y una cultura cada vez más secular. Dice que debemos enfrentarlas con creatividad y fidelidad a los principios fundamentales de nuestra fe: “nuestra historia nos dice que podemos hacerlo con docilidad al Espíritu Santo y confianza en la Providencia de Dios”.
Destacando la importancia de la comunidad, instó a una estrecha colaboración entre maestros, padres y fieles para fortalecer la misión educativa.
Enfatizó que las escuelas católicas deben ser vistas como apostolados comunitarios, apoyados por todos los fieles, porque “incluso aquellos sin hijos en edad escolar tienen un interés personal en la educación de la juventud, pues se trata de formar no solo buenos ciudadanos, sino también embajadores de Cristo”.
Me parece un documento clave, porque en la Argentina abundan las escuelas nominalmente católicas, que no tienen el menor interés en la formación integral de sus alumnos; incluso muchas utilizan un nombre religioso para atraer a una clientela y aumentar su matrícula y sus ingresos, en un ambiente sofístico, émulo de aquellos que en la Grecia clásica eran considerados como “mercaderes ambulantes de golosinas para el alma”.
Finalmente, el prelado norteamericano abogó por mantener las escuelas católicas accesibles a todas las familias, mediante la reducción de matrículas y la búsqueda de apoyo gubernamental para los programas de elección educativa. “Todos los cristianos tienen derecho a una educación cristiana y debemos asegurarnos de que no sea un privilegio reservado solo para los que puedan pagarla” concluyó, haciendo un llamado a la comunidad católica para continuar priorizando la educación de los jóvenes en la fe y la Verdad del Evangelio.
Ante esto quiero resaltar que el papa Francisco, en el año 2013, ha inventado una organización internacional católica de Derecho Pontificio, llamada Scholas Ocurrentes como un “proyecto social de bien público que busca vincular la tecnología, el arte y el deporte para fomentar la integración social, la cultura del encuentro y la paz”.
Esta organización católica, en la realidad de católica solo tiene el nombre porque todo lo postulado por el obispo de Lincoln le es ajeno. Los pilares señalados en la carta pastoral no existen en las Scholas.
Pero también, la nueva organización se encuentra divorciada de las realizaciones educativas de la Iglesia en su historia. Recordemos que ella fundó escuelas, colegios y universidades, fomentó la investigación y el cultivo de los estudios de las ciencias particulares, la filosofía y la teología, en busca de la verdad, el bien y la belleza y que todo progreso real en el ámbito educativo, debe abrevar en la tradición.
En el ámbito de la nueva iniciativa encontramos un gran ausente: Dios, que según lo enseñado por la Iglesia de siempre, es nuestro Dios, Uno y Trino. Cristo, que nos revela la paternidad divina, es otro gran ausente. Y no hablemos del Espíritu Santo, a quien debemos ser dóciles, según el obispo de Lincoln.
Esta omisión de Cristo, quien nos enseña “sin Mí, nada podéis hacer”, y que “quien no recoge conmigo desparrama”, augura un mal final para quienes llamándose cristianos, lo marginan.
Alguien que algún día deberá responder ante el Supremo juez, y a quien como poderoso, amenaza “poderosa inquisición” corre el riesgo de acabar en el círculo infernal más cercano a Satanás, que el de los enemigos de Dios. Es el reservado a los traidores, según Dante, máximo poeta de la Cristiandad.
Aprovecho la oportunidad para rendirle al florentino un homenaje, con palabras de Pablo VI, cuando elogió la síntesis dantesca: “Síntesis de humana sabiduría y de religiosa sinceridad; síntesis de elevada civilización literaria y artística y de sufrida autenticidad de oración y de búsqueda de Dios, síntesis de celo, de libertad y de amor a la Iglesia; amor, admitámoslo, a veces celoso e irritado, pero siempre fervoroso y profundo, radicado en el alma misma del pueblo, en las formas de vida ciudadana y en las expresiones de cultura”.
El pontífice insiste más adelante, que su síntesis “refleja admirablemente la mentalidad medieval, que nunca será demasiado conocida: la mentalidad digamos, de la unidad arquitectónica del mundo cósmico, de la sociedad civil y eclesiástica, de la historia, de la lengua, de la enseñanza, de la cultura; unidad, sintonía, armonía, de las facultades y de las energías de la persona humana, llamada a colaborar en aquella síntesis que se llama belleza, unidad que tiene su origen en Dios, punto focal de todo el universo, fuente de vida y de luz”.
Buenos Aires, septiembre 6 de 2024. Bernardino Montejano
Recomiendo el excelente libro que Indro Montanelli dedicó a Dante. A mí me encantó.