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Hermoso texto de un sacerdote argentino

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Se llama Christian Viña, es párroco de Cambaceres, archidiócesis de La Plata

Y el Corpus fue adorado por las gaviotas,

en Cambaceres…

         Uno de los más bellos himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas (Laudes del Domingo de la primera y tercera semana) es el de los tres jóvenes (Dn. 3, 52 – 88 . 56). Que, en el contexto del libro de Daniel, se presenta como acción de gracias elevada por Ananías, Azarías y Misael, condenados a morir en un horno de fuego ardiente; por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor, y que fueron milagrosamente preservados de las llamas.

         En forma de letanía, este pasaje del Antiguo Testamento, alaba a todas las cosas creadas, del Cielo y de la Tierra. No, claro está, por sí mismas; sino por su Divino Autor, que es su origen y destino. A su modo, cada una de las mismas, sirve al hombre; para que éste, usando rectamente de ellas, dé gloria a Dios.

         Aves del cielo, bendecid al Señor (Dn. 3, 80) es una de esas alabanzas.  Y, por cierto, todos de algún modo somos testigos de ello.  ¿Quién no se quedó conmovido escuchando el canto de los pájaros? ¿Quién no disfrutó de sus vuelos soberanos; dueños de una libertad que, en más de una ocasión, tanto echamos de menos?

         Este Domingo de Corpus Christi, esas aves del cielo, volvieron a bendecir al Señor con su canto, en Cambaceres. Estaba celebrando la Santa Misa en nuestra parroquia, Sagrado Corazón de Jesús, cuando en plena consagración, una bandada de gaviotas literalmente se posó sobre el techo de nuestro templo. Y, desde la fórmula, Tomen y coman… hasta la ostensión del Santísimo Sacramento, nos deleitó con una prolongada y rítmica alabanza. Lejos de distraerme en tal excelso momento, arrancado del tiempo y anclado en la eternidad, el canto de las aves me zambulló más hondamente en el sublime Misterio. ¡El Señor, nuevamente, tocaba mis fibras más profundas; cómo solo Él sabe hacerlo!

         Había pasado horas difíciles; llenas de tareas y obligaciones, y muy escasas –como suele ocurrir en estas misiones periféricas– de recursos humanos y materiales. La nada fácil conciliación de las responsabilidades diocesanas con las parroquiales; la preparación de las fiestas patronales (desde la procesión y la Misa central, hasta las compras del supermercado); y los vencimientos cada vez más frecuentes y onerosos de las boletas de luz, gas, teléfono, y los demás servicios, pusieron a prueba mi temple de párroco… Y de vicario, y de seminarista, y de jardinero, y de cocinero, y de todos los demás oficios que asume el cura que está solo, al frente de su parroquia…

         Una vez más, el Señor –en este caso, a través de las gaviotas- me recordó que solo Él es importante. Y que únicamente debemos buscar su Reino y su justicia; porque lo demás nos será dado por añadidura (Mt. 6, 33).

         Providencialmente, estaba terminando de releer el clásico e impar libro de Romano Guardini, El espíritu de la Liturgia. Y, en sus páginas finales, con la sobria grandeza que lo caracteriza, exaltaba la primacía del Logos sobre el Ethos. O sea, del Ser sobre el hacer. Algo más que nunca imprescindible en estos tiempos de tanta acción, y tan poca contemplación y adoración.

         Resonaba, asimismo, en mi alma aquella estrofa de Dios de los corazones, el Himno Oficial del Congreso Eucarístico Internacional, de Buenos Aires, de 1934: Pasearon el Corpus por nuestros solares los hombres que, luego, fundaron ciudades. Y abrieron los surcos para los trigales… (Espigas dan hostias, y leños altares). Y no podía ocurrir de otra manera: sin el Ser, todo hacer inevitablemente está destinado a la intrascendencia…

         Las gaviotas, por su naturaleza, claro está, jamás podrán ponerse de rodillas… Pero, en la fría y nublada mañana dominguera, volvieron a mostrarnos que esa postura ante el Señor es el único camino para que el hombre recupere su dignidad. Solo postrados ante el Santísimo; solo adorando, alabando y bendiciendo su Nombre, comenzaremos a reconquistar esta tierra argentina para Cristo.

         Si ellos callan (los apóstoles), gritarán las piedras, nos advirtió Jesús (Lc. 19, 40). Las gaviotas, una vez más, fueron la cura de nuestra mudez, y de nuestros medidos susurros. Sin cálculo de ninguna especie, ellas cantaron al Corpus. Ellas se reconocieron creaturas, y no creadoras…

+ Pater Christian Viña

 

Cambaceres, martes 25 de junio de 2019.

Comentarios
6 comentarios en “Hermoso texto de un sacerdote argentino
  1. He quedado profundamente conmovido por la lectura de este artículo, de un buen sacerdote, qué duda cabe. Que bueno es Jesús; Qué detalles de amor para con nosotros. Gracias, Señor, por haberte quedado con nosotros; Gracias, Jesús por haber inventado con tu sabiduría Divina, la Sagrada Eucarístía; Gracias por haberte encarnado en las entrañas purísimas de tu Santísima Madre; Gracias Jesús, porque te hemos conocido en el seno de la Santa Iglesia. Que no nos falte nunca el Pan del Cielo y sacerdotes que nos lo proporcionen. Bendito y alabado seas por siempre, Señor.

  2. LA OBRA DE DIOS

    Fray Luke VanBerkum OP
    26 de Junio de 2019

    El tiempo desemboca en la eternidad y acontece cada día.

    Con el año litúrgico la Iglesia marca el paso del tiempo, lo que hace que cada día tenga un significado propio, que trasciende el ciclo de las veinticuatro horas.
    Con la proclamación del Evangelio en la Misa diaria, los misterios de la vida de Cristo se nos hacen presentes y santifican nuestra vida.
    Sin embargo, la Iglesia extiende aún más su misión santificadora del tiempo mediante «la Liturgia de las Horas … Se trata de la oración diaria de la Iglesia, que marca las horas de cada día y santifica la jornada mediante la oración.»
    Los monjes tienen un nombre peculiar para la Liturgia de las Horas: El Opus Dei, o la Obra de Dios.
    En el Oficio Divino se realiza la exhortación de San Pablo:»Sine intermissione orate.» -Orad sin cesar-.(1 Tes. 5,17),
    Aquí radica el cimiento del ritmo de cada hora de la Iglesia. En su sabiduría, la Iglesia nos proporciona un camino para santificar cada hora de nuestra vida, de modo que sea posible que cada minuto del día se extienda a la eternidad de Dios a través de la oración.

    La Iglesia ha reconocido otra manera de buscar la santificación en el día a día de cada creyente.
    Y lo ha hecho reconociendo el especial carisma fundacional otorgado en 1928 a San Josemaría Escrivá, cuya fiesta celebramos hoy.
    Aunque se requiera la oración de la Liturgia de las Horas para los Sacerdotes, no parece que San Josemaría haya tomado el nombre del Opus Dei del Oficio Divino, para designar a su nueva fundación.
    No obstante, la similitud es evidente. San Josemaría deseaba que todos, sacerdotes, hombres y mujeres célibes, parejas casadas, participaran en la Obra, tal como San Josemaría llamó cariñosamente a su visión. Como contemplativos en medio del mundo, santificarían el trabajo ofreciéndolo a Dios. Los miembros de la Obra debían buscar la eternidad en el tiempo.
    A este respecto escribió: «Os aseguro, hijos e hijas míos, que cuando un cristiano lleva a cabo con amor la acción diaria más insignificante, ese acto se desborda en la trascendencia de Dios.
    Por esta razón os he dicho repetidamente, y he insistido una y otra vez en la idea de que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día.
    El cielo y la tierra parecen fusionarse en el horizonte, hijos e hijas míos. Pero donde realmente se encuentran es en vuestro corazón, cuando santificáis vuestra vida cotidiana.» (Conversaciones, 116).

    Con una santa presciencia, San Josemaría llamó a los laicos a la cumbre de su vocación cristiana y fundó un grupo que los apoyaría en su misión.
    El Concilio Vaticano II articularía años más tarde esta intuición, al decir que los laicos están situados en profesiones seculares para «trabajar en orden a la santificación del mundo desde dentro como levadura.» (Lumen Gentium 31).
    Nada es meramente temporal: Todo tiene un significado eterno. «En un laboratorio, en la sala de operaciones de un hospital, en los cuarteles, en un departamento de la universidad, en la fábrica, en el taller, en los campos, en el hogar de la familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.»
    No hay separación en la vida de un cristiano entre la fe y el trabajo. El trabajo debe ser el momento de la propia santificación y la de los compañeros.

    Sin embargo, antes de infundir en el orden temporal la luz y la gracia de Dios a través del trabajo, San Josemaría nos sugiere dos medios esenciales de ayuda: La oración y el sacrificio.
    «La acción no vale nada sin la oración: La oración crece en valor con el sacrificio» (Camino, 81). El trabajo santificado proviene de un alma contemplativa, un alma que habla a diario con Jesús en la plegaria silenciosa. Esta unión amorosa de amistad con el Crucificado, es fuente de sacrificios amorosos: “Ese chiste, ese comentario ingenioso sostenido en la punta de tu lengua; la sonrisa alegre para aquéllos que te molestan … hecho con perseverancia, es una sólida mortificación interior.» (Camino, 173).

    Transformado por la oración y el sacrificio, el cristiano es marcadamente diferente de todos los demás. Su vida se convierte en una luz brillante para aquéllos que viven en la oscuridad. Para el cristiano, cada momento del tiempo se convierte en un encuentro con Dios, un acontecimiento santificador.
    De una manera misteriosa y bella, mediante la gracia, participamos plenamente en el Opus Dei: La santificación de cada persona y del tiempo.

  3. El padre Cristian Viña es un gran sacerdote cuya vocación nació de adulto, cuando era un brillante periodista en los canales de TV de Rosario de la Santa Fe en Argentina. De pronto, lo dejó todo y respondió al llamado del Señor. Fue un gran auxiliar de otro gran obispo argentino Mons. AGUER , arzobispo de la Plata cuya renuncia fue aceleradamente aceptada por su compatriota el Papa Bergoglio. Con su espiritualidad el Padre Viña demuestra que está por encima del «discernimiento capcioso» o del «embrollo ecumenista» o del «fariseísmo rígido» o del «progresismo homófilo» o del «sinodalismo autodestructivo» . El está con el Señor, creador del universo y Dios de los ejército. Un ejemplo para imitar que nos infunde confianza en la bondad del Señor.

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