Francisco, «sucesor de Cristo»

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Lo que le faltaba y lo que nos faltaba.

Estamos en manos de una basura intelectual, que en numerosos casos coincide también con otra moral, como no ha conocido nunca la Iglesia.

Lo leo en Carlos Esteban:

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https://infovaticana.com/2018/10/24/el-organo-oficial-de-la-santa-sede-online-llama-a-francisco-sucesor-de-cristo/

Un francisquismo tan desaforado y tan rupestre deja al divinizado con sus vergüenzas más manifiestas si cabe.

Francisco, Dios. Con lo que como tal puede hacer en la Iglesia y con la Iglesia lo que se le ocurra.  ¿Y qué hemos hecho con el sucedido? ¿Se ha muerto? ¿Del susto al ver quién iba a sucederle?  ¿La ha matado el sucesor? ¿Otra persona tal vez de la banda de este?¿Ricca, el Trucho, el Orondo, Encubrediaga, Macarra…? Triste Dios sucesor de otro Dios al que han matado quienes querían poner a otro en su lugar. Porque no serían Dios ni el uno ni el otro.

Una deposición más vaticana. ¿Cuántas más nos quedarán todavía por ver en esta abominación de la desolación? ¡Francisco sucesor de Cristo!

Comentarios
9 comentarios en “Francisco, «sucesor de Cristo»
  1. Abrid las puertas de par en par

    Fray Charles-Marie Rooney, OP
    22 de Octubre de 2018

    Hoy, hace cuarenta años, sonó un toque de atención desde la Sede del celebrante en la Plaza de San Pedro: “No tengáis miedo. ¡Abrid, abrid las puertas a Cristo! «Con esas palabras vibrantes, tan familiares ahora a miles de católicos de todo el mundo, el Papa San Juan Pablo II inició un pontificado que durante casi 27 años se adentraría en las profundidades del corazón humano, llamando a toda la humanidad a la grandeza que legítimamente le pertenece.
    Porque en el núcleo del mismo ser de San Juan Pablo, forjado por una vida de gran sufrimiento, había una profunda reverencia ante el drama cósmico de la condición humana y una confianza inquebrantable en Jesucristo, Quien es el Único Que sabe lo que hay en el hombre. (cf. Jn 2,25).

    Lo «qué» que hay «en el hombre» es, por supuesto, la imago Dei, la imagen de la Santísima Trinidad, grabada en el alma de tal manera, que sólo la unión total con el mismo Dios puede satisfacer al corazón humano.
    Y en la raíz de esta preciosa dignidad otorgada a la persona humana está el don de la libertad.
    La vida de cada hombre, la entendió Juan Pablo muy profundamente en sus años mozos, viviendo bajo la brutalidad del nazismo y del comunismo en Polonia, una vida que necesariamente se desarrolla en un contexto moral, porque el hombre es la única criatura que puede deliberar, elegir y actuar: Es el único ser que puede decir: » Puedo, pero no necesito. ”( La Persona en acción, 115).

    La gran historia de la libertad humana comenzó en el Jardín del Edén, donde una propuesta singular y serpentina reveló la cuestión que subyace en la raíz de cada elección humana: Confiar en Dios o confiar en el hombre.
    El trágico error de Eva y la aún más lamentable evasión de responsabilidad de Adán, revelan que el principal pecado de la pareja fue la desconfianza en Dios, una desconfianza que hemos heredado desde entonces, que se traduce en que el Señor en Su infinita perfección no bastaría para satisfacer los deseos del hombre, el hombre a quien formó del polvo y vio que era muy bueno. (cf. Gen 1,31 y 2, 7).

    Al rogar a todos los pueblos y naciones que no tengan miedo, San Juan Pablo apunta al corazón del asunto: Se trata de depositar una confianza radical en Dios y en Su Providencia, de «acoger a Cristo» en el corazón, de «abrir por completo» las puertas «del corazón al Señor” para aceptar Su poder salvador, «para que el hombre se dé cuenta de quién es y para quién ha sido hecho.
    Como se lee en una expresión favorita de Juan Pablo, tomada del Concilio Vaticano II: «Cristo, el último Adán, por la revelación del misterio del Padre y Su amor, revela plenamente el hombre al hombre y deja clara su vocación suprema.» (Gaudium et Spes, 22 ).

    Cuarenta años más tarde y en medio de un cambio cultural vertiginoso, esta «suprema vocación» del hombre perdura.
    Como en todas las épocas, «muy a menudo, hoy en día el hombre no sabe lo que hay dentro de él, en lo más profundo de su mente y de su corazón.
    Muy a menudo no está seguro del significado de su vida en este mundo. Le asalta la duda, una duda que se convierte en desesperación.”(homilía, 22 de Octubre de 1978).
    Inmerso en esa desesperación, el hombre no confía en «el Padre y en Su amor» y, en cambio, sucumbe a las tentaciones desordenadas que sofocan el anhelo de la vida divina, que arde profundamente en su interior.
    Luego intercambia su vocación celestial por los bienes perecederos de una vida fugaz, un lapso de setenta años u ochenta en los más fuertes (cf. Sal 90), rechazando el inefable don de la unión con Dios y resignándose a lo existencial, a la mediocridad en esta vida y a la muerte eterna en la siguiente.

    Una y otra vez, San Juan Pablo nos recordó que sólo Jesucristo, el verdadero paradigma de la humanidad, puede sacudirnos de este sueño espiritual e inflamar ese deseo ardiente de Dios con Su fuego ardiente.
    Es totalmente apropiado que esas palabras de marca registrada del montañero polaco convertido en Papa, se pronunciaran sin miedo alguno, pues son las palabras exactas del mismo Cristo en toda la extensión de los Santos Evangelios.
    Mientras que el miedo y la desesperación hacen que el hombre se acobarde ante la majestad divina, la gracia de Dios inspira confianza y esperanza auténticas, que lo sacan de sí mismo y le permiten reconocer que su cumplimiento no consiste en «tener más» sino en «ser más.” ( Redemptor Hominis, 16).

    De hecho, el Dios-Hombre que proclama, He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10), también se despojó de Sí mismo, tomando forma de siervo, y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz. (cf. Fil 2, 7-8).
    Si el Redentor del Hombre reveló la abundancia de la vida a través de un itinerario de obediencia, anonadándose a Sí mismo, seguramente el mismo hombre, «la única criatura en la tierra a la que Dios quiso, no puede encontrarse completamente a sí mismo si no es mediante un sincero don de sí.» ( GS24).
    Es precisamente en este autorregalo radical del retorno a Dios, este acto fundamental de amor, que Juan Pablo acuñaría como «la Ley del Regalo,» donde la humanidad descubre la verdadera libertad y la felicidad perdurables, que fluyen de la santidad.
    Cuando eso arraiga en la cultura, la sociedad se transfigura y nace la civilización del amor.

    Sería difícil proponer una figura del siglo XX que proclamara y viviera estas verdades de manera más profunda, pública y duradera que el Papa San Juan Pablo el Magno.
    Desde sus días lozanos de joven sacerdote, filósofo y deportista al aire libre, hasta sus años recios como papa de mediana edad, caminando hacia su lento y público martirio a manos del parkinson en el crepúsculo de su vida, San Juan Pablo gastó por Cristo hasta el último gramo de su ser.
    Amó hasta el final, (cf. Jn 13, 1) con el corazón tierno de un Pastor, la mente incisiva de un erudito y el celo gozoso de un apóstol. Tal es el carisma de su pontificado.

    En este día, el legendario Papa hace sonar su clarín, como quien llama a los Soldados con el toque de asamblea, -era su propio modus operandi- dirigiéndose a toda la humanidad.
    Y ahora, como entonces y siempre, merece una sola respuesta correcta: Sí, Santo Padre. Abriré las puertas de par en par a Cristo.

  2. Comenté el otro día que durante el primer milenio el Papa se llamaba Vicarius Petri. Fue el Papa San Gregorio VII quien en los dictatus Papae dijo que el Papa es Vicario de Cristo. De sucesor nada. Eso sería el colmo de la idolatría. Si hubiese dignidad, quien escribió eso debería estar cesado.
    Sin embargo en la baja Edad Media la mística Doctora Santa Catalina de Siena en sus cartas al Papa Gregorio XI le llamaba “el dulce Cristo en la tierra.” Pero salvando todas las analogías. Era un filial modus loquendi y además contaba con el asesoramiento de su Confesor, el Beato Raimundo de Capua, Maestro General de la Orden de Predicadores.

  3. eso de llamar desde el vaticano mismo a bergoglio sucesor de CRISTO es una forma descarada y hasta blasfema de querer divinizar o de endiosar a un tipejo mundano como bergoglio que de divino no tiene absolutamente nada.

  4. Pienso que está bastante claro lo de titular al padre Jorge como «sucesor de Cristo». A esta pandilla de canallas les ha traicionado el subconsciente y quizá habrán querido decir algo así como…ANTICRISTO ? El falso profeta precursor del Anticristo? Si; todo va estando bastante claro, menos para el que no quiere ver. El padre Bergoglio una catástrofe y una ruina para la Iglesia. Señor, salvanos, que perecemos.

  5. Si efectivamente fuera algo deliberado, estaría en en línea con la postura del Sr. Sosa y algunos obispos y supuestos teólogos, en el que el catolicismo no sería ni siquiera una religión de El Libro (la Biblia), como origen del cristianismo – especialmente protestantismo – el Islam y el judaísmo. Al ser un sucesor en lugar del representante, sería el cargo que tenía Nuestro Señor Jesucristo, San Pedro y los Papas, algo parecido al director de una empresa que al cambiar puede cambiar no solo el organigrama sino la orientación y los productos ofrecidos. Una organización así me interesa menos que El Corte Inglés, encima dirigido por un Sr. con escasa luces como el Sr. Sosa.

  6. Si no se arrepienten sinceramente, los que se burlan de Dios pagarán la factura completa con IVA y recargo eternos.

    Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat.

  7. Aquí hay muchos que deponen en sus varios sentidos: a Su Teutonismo Bavieresco lo depusieron con renuncia fingida; otros deponen, es decir, excretan un día sí y otro también sus heces encima de la Iglesia; unos terceros deponen ante los tribunales acusados de puteríos múltiples.Pocas veces un solo verbo dio para tanto.En medio de tanta deposición, el olor a podredumbre ya es fétido.¿Era eso el olor a oveja del que hablaba Su Pelotudez Bonaerense?

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