«No me importa que sectarios, republicanos y liberales nos combatan, insulten y coceen; es su papel; pero me llena el alma de desencanto y amargura, ver una hostilidad tan agresiva en los que fueron amigos nuestros o en instituciones por las que derramaríamos mil veces nuestra sangre.
Nosotros les decimos: Sois nuestros amigos, sois nuestros padres; queremos ser vuestra guardia de honor en los momentos de peligro. Mientras alentemos, la revolución no se atreverá a profanar la orla de vuestra vestidura, ni el atrio de nuestros templos.
Y nuestros amigos y nuestros padres responden a estas palabras vibrantes de abnegación, de ternura y sumisión filial, con otras que en nuestros oídos suenan a maldición gitana, o echándonos a palos como a perros.»
¡Cuántos han visto así pagados su amor y su entrega a la Iglesia!
El obispo Livieres, el de Arecibo, ahora monseñor Rey, los seguidores de monseñor Lefebvre, los amantes de la misa tradicional, Chaput, Cipriani, Aguer, Venecia, Turín…
¡Cómo a perros!
Pues nuestra fe aguanta todo. Incluso un siglo. Lo que haga falta en los designios de Dios. Pero lo dijimos entonces. Y lo seguimos diciendo hoy. Los palos no nos impiden ladrar.
Ni llamar hijos de puta a quienes se lo merezcan. Por supuesto que sin ninguna consideración peyorativa a sus señores madres. O a sus madres.
Magnífico.