En vísperas de Todos los Santos. Historias emocionantes que he vivido.

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Por mi edad me tocan muchísimos funerales. Procuro asistir a todos los que me tocan para encomendar en ellos el alma del difunto a Dios y para expresar mi proximidad a las personas que han perdido a un ser muy querido. Creo que con mis años está excluido todo afán de lucro personal en mi presencia. Nada me pueden dar los familiares sino afecto que es lo verdaderamente importante. Como yo a ellos, Y mi ruego a Dios por el ser querido que se acaba de ir.

Este otoño ha sido pródigo en funerales y verdaderamente no normales. No eran por amigos, que he asistido ya a muchos, sino por personas con más vinculaciones, la de padres de queridísimos amigos de mis hijos. Con los que he tenido, salvo con uno, cordialísima amistad.

El primero fue con una mujer admirable por muchísimos conceptos, madre de un íntimo amigo del mayor de mis hijos, curiosamente el segundo funeral fue por el padre de otro amigo intimísimo de él, seguramente los dos mejores amigos que tiene desde la niñez, y en el que no me quedaba más remedio que estar. Y no por el remedio sino sobre todo por el afecto.

El de la madre del primero fue por alguien verdaderamente notable por su vida absolutamente evangélica. Aunque de casta le viniera al galgo. Ejemplar ella, su marido, su hermano Antonio, ya fallecido y queridísimo amigo también, sus dos hijos… De entrega total a salvar vidas del aborto y con excelentes resultados. Conocí y traté a su marido, con alta graduación militar, y ambos me parecieron un maravilloso ejemplo de  matrimonio cristiano, militante y por tanto presencialmente católico, que Dios bendijo especialmente porque su hija es religiosa y también notabilísima.

Mi segundo funeral de este otoño fue por persona que no conocí aunque muchísimo a uno de sus muchos hijos porque ha sido familia muy numerosa. Que ya es mérito en mi generación. Todas las referencias que tengo de él son de un caballero cristiano y español. Murió a muy escasos meses de fallecer su mujer. Como si no supiera ni quisiera vivir sin ella y deseara impaciente que Dios volviera a reunir en el cielo lo que había unido para siempre en la tierra. Externamente es mucho más visible el cariño de las mujeres por sus maridos que el de estos por ellas. Pero curiosamente creo que son más los hombres que no soportan la marcha de sus compañeras de toda una vida, con alegrías y dolores, que las viudas, pese a su dolor inmenso por la muerte del esposo. A mí me conmueve ese último y definitivo testimonio de amor y el deseo ciertísimo de volver a reunirse enseguida, ya por toda la eternidad, con su mujer en el cielo.

El tercero, anteayer, fue por la mujer de quien fue amigo queridísimo y hombre verdaderamente ejemplar en momentos y lugar dificilísimos con riesgo cierto de la propia vida. También a él le venía el valor de casta. No se le suponía, lo tenía más que acreditado. Hasta que el dolor por su Iglesia y por su España le rompió la vida. Hace ya años. Tengo por sus maravillosas hijas cariño cuasi paternal aunque vivamos lejos y apenas nos veamos. Una de ellas incluso es comentarista del Blog. En el funeral me mostraron todas que mi cariño es recíproco. Conocí allí, aunque sabía de su existencia, al único hijo varón, que también sabía de la mía. En la primera fila de la familia estaba una religiosa jovencísima de Santa María del Sagrado Corazón. Pienso que nieta de la fallecida.

Y esta mañana, ya me fue imposible acudir al tanatorio y a la misa que allí se celebró, dos de mis hijas sí estuvieron, me enteré del fallecimiento de la madre de otro amiguísimo de mis hijos, sacerdote él, al que profeso también enorme cariño. Traté bastante a sus padres que me parecían otro matrimonio ejemplar. Tal vez en ocasiones preocupados por ese hijo tan especial que tenían. Que a veces llegaba a casa con unos zapatos asquerosos, los de un pobre al que le había dado los suyos, o se encontraban en el hogar con un mendigo al que su hijo había llevado a cenar. No creo que haya hoy en todo el clero de España alguien más franciscano que este cura. O tal vez franciscano-riveriano.

Cierro la evocación de difuntos, Q.E.P.D., con una hermosa anécdota. El joven curilla nada más salir del Seminario fue enviado a un pueblecito de Toledo, Navahermosa, donde nada más llegar se hizo querer de todos porque a ese cura le quieren hasta los ateos. Al año de estar allí el arzobispo decidió el traslado on consternación de toda la localidad que se puso a recoger firmas para pedirle al pastor diocesano que no se lo llevara de allí. Habían reunido ya mil firmas o casi, y aquello lo iban a firmar todos, cuando el curilla se enteró e inmediatamente reclamó que cesara la recogida porque para él, lo que dijera su arzobispo, era palabra de Dios. Y se fue de Navahermosa estoy seguro de que con esa sonrisa que permanentemente alegra su cara. Entonces el pueblo decidió hacerle un regalo verdaderamente pintoresco y hasta es posible que inédito en los que se hacen a los sacerdotes. Y menos si son jovencísimos. Una tumba para que cuando muriera volviese al pueblo, y ya para siempre, que tanto le quería.  Tengo para mí que fue un regalo interesado. Veían un sacerdote santo. Ahora se nos va, o se lo llevan, pero cuando se muera, el santo con nosotros. Sus padres, que tenían otros hijos, decidieron adquirir para ellos una sepultura en ese pueblo para aguardar allí, junto a su curita, la resurrección de los muertos. Me parece hermoso. Quienes tenemos un hermano sacerdote jamás hemos sentido los menores celos por la especial predilección de nuestras madres por el hijo sacerdote. Nos pareció siempre lo más natural.

Cuatro funerales, aunque en el último no haya podido estar más que con el corazón y la oración, son no pocos en menos de dos meses. Y estuve en un quinto, por amistad con el hijo de la fallecida, pero sin mayores conocimientos sobre la persona por la que se oficiaba aunque seguro estoy que fue dama de notables virtudes. El hijo las ha heredado.

Dos consideraciones, o tres, muy breves como conclusión final. Todos los fallecidos eran de una posición social relevante. Ante tanta inmundicia ambiente quedan familias que viven católicamente. Con debilidades propias de la condición humana pero dando ejemplo, en no pocas ocasiones de modo más que notable, de coherencia católica.

Tres de esas familias tienen a alguien consagrado a Dios. Dos religiosas y un sacerdote. Algo tenía que haber en ellas para que Dios las bendijera así. Y la madre del curita toledano tiene además un hermano jesuita. Y ejemplar.

Y por último tengo que dar gracias a Dios, especialísimas, por haber puesto en mi camino tan buena gente. Que me ayuda a intentar superar mis muchas miserias. Han sido una bendición especialísima de Dios para conmigo.

Si queréis, queridísimos lectores, encomendadlas a Dios. Aunque estoy convencido de que poco o nada necesitan ya de Él porque les ha recibido ya con un abrazo amoroso. Pero si no lo necesitaran el Padre misericordioso las aplicará a quien pueda precisarlas. Porque creemos en la comunión de los Santos.

 

 

 

 

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