EL TANGUISTA DE CASTELLANI
Como tenemos un arzobispo que cierra una muy importante homilía con cita del zorzal criollo y nueva autoridad eclesiástica: Carlos Gardel, debo dedicarle otra nota al tema.
El P. Leonardo Castellani tiene un libro magnífico titulado “El nuevo gobierno de Sancho”, tan leído en la Argentina que, cuando una vez, el recordado ingeniero Cassagne, me invitó a disertar en el Banco de Boston acerca de Sancho Panza, hizo una advertencia: que sea según Cervantes y no según Castellani.
En el citado libro, Sancho como gobernador juzga a distintos personajes como el filósofo, el maestro, la muchacha moderna, el taita oficial de la historia, el hombre que decía la verdad y hasta el tanguista, a quien llevaron para comparecer a juicio.
Era un hombre joven, morocho, que venía armado de facón, revólver, bolas, lazo, trabuco, guitarra y acordeón y vestido de poncho, galerita y botines de tacón alto.
Al comenzar el interrogatorio Sancho se enteró que se le había fugado la percanta y muerto la madrecita buena, por lo cual el gobernador, le expresó sus condolencias.
Ante esto, le tanguista pudo expresar sus penas en su lenguaje tanguero:
¡Qué solo, madrecita, me siento en este mundo,
mi vida en este mundo se hunde en el dolor,
las noches son muy largas y el frío despiadado
va helando poco a poco mi pobre corazón!
Inquieto Sancho preguntó si había comido algo y tuvo inmediata respuesta:
No manyás ni pal laburo,
L la patinás indecente
porque existe tanta
gente que no tiene corazón…
Respuesta magnífica para García Cuerva, el obispo Carrara y los curas villeros. Viene luego el relato de un duelo criollo y su desenlace:
Y sin más juez que mi honor
después de un pujante duelo
dejé tendido en el suelo
mi propio hermano traidor.
Sancho se alarmó, preguntando: ¿quién le ha dado permiso de armas a este loco de atar? Y el aguacil le preguntó: ¿Su nombre y domicilio? ¿Quién es usted señor? Ufana llegó la respuesta:
Yo soy el alma que canta
el amor de su percanta,
soy la sangre del suburbio
cual los versos de Iván Diez,
soy la daga y el talero
y el bacán de más valía
Y del gran pueblo argentino
soy el mismo corazón.
Y relata quejumbroso y doliente todos sus males. Sancho le pide que se calme, porque a todos nos ha pasado algo de eso, pero no es cuestión de publicarlo y el hombre responde:
¡Gata! con un arañazo
pagás mi amor inconciente,
vos no pagás ni el balazo
que un hombre decente
te acaba de dar.
Y hoy cuando el llanto te ahoga
no es que estés arrepentida,
es el pensar que la herida
tu cuerpo de loca
te puede estropiar.
la sentencia fue rigurosa, que le corten la cabeza. Pero el tanguista sacó el facón, amenazó al gobernador de este modo retorciéndose todo dentro del chiripá:
Piantate de la cancha que hacés mala figura
con fouls y hans chingados te va a hacer sonar
te falta tenicismo, colgá los papirulos
de linesman hay un puesto, si es que querés jugar.
el juego no es p’a otarios, tenélo por consejo
hay que saber cortarse y ser buen shuteador
en el arco que cuida la dama de tus sueños
mi shot de enamorado acaba de hacer gol.
Se volvió a deliberar y uno argumentó que el tanguista era el alimento de la vida emocional del pueblo y que las gentes lo escuchaban en las plazas y el doctor Pedro Recio de Tirteafuera, recordó otros tiempos, en los cuales era común ser analfabetos y no escuchar tangos por radio, se cantaban coplas, glosas, décimas y romances, de esas que está recogiendo por el Norte Juan Alfonso Carrizo. “eran coplas religiosas, llenas de alta teología; o canciones psicológicas o morales, llenas de humilde sabiduría o cantares amorosos llenos de finezas. tan por lo alto, que hasta un cura podía cantarla aplicándolas al amor de Dios”. Pero ahora, todos somos alfabetos, aunque entre ellos abunden los analfabetos mentales, como escribe Ignacio Braulio Anzoátegui.
Después de muchas idas y vueltas se ll,egó a la sentencia definitiva, que dispone: “Ordeno y mando que a este cuitado se le hagan leer compulsoriamente cincuenta páginas del Quijote y aprender de memoria cincuenta coplas de don Carrizo”.
El condenado gritaba: “¡Perdón!, ¡Jamás!, ¡Eso no! ¡Prefiero los cincuenta bastonazos!”
“-Todo se andará, hijo mío -dijo Sancho. ¡Aó, Alférez! ¡Lléveme a este sujeto a una poltrona y que lea a Cervantes en voz alta; y a cada yerro, tropiezo, trabuque o tilde que no emboque, le encaja usted una patada en el sitio que más le duela, donde no haya hueso, ¡hasta acabar las cincuenta páginas!”
Esto es el tango según Castellani. Pero entre la elevación a una parte de la Liturgia de nuestro arzobispo y los denuestos del gran sacerdote argentino, entiendo que existe un término medio virtuoso al cual espero dedicarle la nota de mañana.
Buenos Aires, agosto 7 de 2024. Bernardino Montejano