Con su claridad habitual.
¿A dónde lleva el camino?
Sínodo es la traducción exacta del sustantivo griego synodos. Resulta interesante recoger los elementos de los que se forma la palabra: syn, como adverbio significa “conjunto, todos juntos, al mismo tiempo”, y como preposición puede traducirse “con, por medio de”. El nombre synodos, indica reunión, asamblea, y también compañero de viaje. El syn se compone con hodos, “camino, ruta, guía” (es femenino en griego); de allí se forma también méthodos, método. Históricamente, en la antigüedad cristiana se llamó sínodo a la convocatoria, y la reunión de los obispos, según las provincias eclesiásticas, presidida cada una por el Metropolitano; los cuales se encuentran en asamblea para tratar asuntos de máxima importancia, definir doctrinas, y condenar y refutar herejías, advirtiendo la heterogeneidad de esos errores, en contradicción respecto de la didajé, cuyo fundamento se encuentra en los inicios apostólicos. Dos rasgos principales a tener en cuenta: los protagonistas son siempre obispos, sucesores de los Apóstoles de Jesús, y la duración es determinada en el tiempo, no se extiende excesivamente.
El nombre sínodo ha quedado para significar sólo aquellas reuniones señaladas, es decir, un uso exclusivamente teológico, eclesiástico. La historia de la Iglesia ofrece numerosos testimonios del intercambio entre sínodo, y concilio, nombre éste que procede del latín, como veremos en seguida.
Aristóteles afirmó justamente que el camino, como movimiento, se identifica por el fin; la meta es lo que permite reconocer la vía que lleva a ella, identificándola por el dónde ella conduce. Para poner un ejemplo banal, si uno desea ir a Mar del Plata, no tomará la ruta que nos lleva a Córdoba.
Concilium, es voz exquisitamente ciceroniana. Según Cicerón, la naturaleza nos concilia, nos une, primeramente, con los dioses, los padres, y la patria. Concilio equivale a junta, o congreso. La historia ha reservado concilium para designar la convocatoria universal en la Iglesia; los sínodos son más bien reuniones parciales, de un país, una región, un grupo de naciones. De suyo, concilio, y sínodo, son sinónimos. La referencia a Dios, y a los Padres obispos –es decir, a la Tradición- identifica a la Iglesia, y a sus concilios. Synodus o synhodos, transcripción latina del sustantivo griego es de uso clásico, y también se encuentra en los escritos de los Santos Padres de Occidente.
La referencia lingüística en la que me he detenido no es ociosa; nos acerca a la naturaleza de las realidades abordadas. El nombre es la cosa.
El sínodo propuesto por Roma tiene características novedosas, insólitas. Viene realizándose desde hace dos años, con una consulta extendida, a través de las diócesis, a toda la Iglesia. Toda es una exageración, imposible de concretar; la presunta democracia oculta la realidad: los resultados serán decididos por el Pontífice, difícilmente éste renuncie al manejo voluntario de las orientaciones que él desea. A esta altura del Pontificado, ya se sabe qué inclinaciones se registrarán en el Sínodo. Que parezca democracia; yo decido, ¿quién puede engañarse? El tiempo sinodal transcurre por varios años. Otro rasgo novedoso es la participación de laicos, y según la “perspectiva de género”, también, de mujeres. Es la primera vez que esto ocurre; los obispos no son los exclusivos protagonistas.
Se puede temer que este Sínodo universal sufra el contagio del Sínodo alemán, que huele a herejía. Roma calla, se puede sospechar que el silencio es su acuerdo. El alemán está obsesionado con dos temas principales: la comunión de los divorciados que han pasado a una segunda unión, y la reivindicación de una mayor inserción de los homosexuales en la comunión eclesial. No me refiero, ahora, a los muchos eclesiásticos que son homosexuales. También –ya es una cuestión histórica- la oposición a la encíclica de Pablo VI Humanae vitae. Según recuerda el diario “La Prensa”, de Buenos Aires, “Francisco hizo de la crisis climática uno de los pilares fundamentales de su liderazgo de una década”. Es muy probable que el Sínodo en curso de realización tome, también, este tema para insistir en él.
Es inquietante que algunos indicios permiten atisbar la benevolencia de Roma hacia la Agenda 2030, de las Naciones Unidas. Por el contrario, la Iglesia debería enunciar proféticamente la oposición de aquel programa a la antropología cristiana, y al orden natural. Me detengo en este asunto que es de máxima importancia. La Agenda 2030 es un proyecto mundialista de la Organización de las Naciones Unidas, y de los organismos asociados, que presionan a los Estados para que adopten políticas abortistas, y de “Educación Sexual Integral”. Los objetivos de esa Agenda están relacionados con la “perspectiva de género”; en realidad, se trata de una ideología, que es el fundamento educativo por excelencia. Existe una verdadera obsesión para adoptar la cuestión sexual como base de todas las discusiones, lo cual tiene repercusiones en la política demográfica, tal como se ha visto en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (Bucarest, 1974). En la edición de 1994 de la misma Conferencia, convocada en El Cairo, se solicitó a los Estados la aprobación del aborto legal, y medidas educativas de reducción de la natalidad. La solicitud se convierte, en realidad, en presiones difíciles de resistir.
El filósofo argentino Agustín Laje Arrigoni, en su libro “Generación idiota. Una crítica al adolescentrismo” expone que «la ideología de género se ha convertido, así, en un dogma escolar”. Este autor brinda una descripción de cómo contra la voluntad de las familias, y violentando sus derechos, creencias, y valores, se adoctrina a los niños en nombre de la Educación Sexual Integral. Los datos son indecorosos, repulsivos. Copio de las páginas 217-218 del libro mencionado: “Maestros bien adiestrados por el Estado se obsesionan con enseñarles a masturbarse, a utilizar juguetes sexuales, a disfrazarse de drag queen, a practicar sexo oral, a prepararse para mantener relaciones anales, a creer que la identidad sexual es una concepción abierta a infinitas posibilidades, a recurrir al aborto de distintas maneras si lo desean, a acceder a bloqueadores hormonales, y hormonas sintéticas si pretenden cambiar su sexo. A la vez que se les habla sobre los derechos de las mujeres, y se les alecciona contra el patriarcado opresor, se les insiste en que la biología no determina en ningún sentido su identidad”. Organizaciones internacionales como la UNESCO confeccionan manuales que se impondrán en los Estados.
El Papa y el Sínodo deberían denunciar proféticamente las desmesuras de la Agenda 2030. Su reacción sería una auténtica profecía, y el ejercicio apostólico de vigilar, y reconocer el mal que se encuentra en el programa globalista. Hay algo más elemental aún: descartar el concepto de pecado, lo cual sería un atentado contra la bondad de Dios, y la dignidad del hombre creado a su imagen. ¿A dónde lleva el camino sinodal? Lleva a la aprobación implícita del pecado, y a la tolerancia viciosa que simpatiza con él. El Catecismo de la Iglesia Católica es clarísimo respecto de las desviaciones que atentan contra el orden de la Verdad, y el Bien. El mundo necesita que el Oficio Apostólico se ejerza con solicitud: no ha de confundirse la meta, no ha de equivocarse el camino.
Hay otra interpretación, que reconoce en la equivocación del camino un componente de orden preternatural: la acechanza del Enemigo de Dios, de la Iglesia, del hombre. Es oportuno recordar el discernimiento que en medio del caos de los años setenta alcanzó inesperadamente Pablo VI: “Por alguna rendija el humo de Satanás se ha filtrado en la Iglesia de hoy”. Excluyo todo milenarismo; el fin se acerca analógicamente en diversos momentos históricos de la vida de la Iglesia. Las apariciones marianas del último siglo advierten contra la administración venenosa del mal, del pecado que arruina la obra de Dios. También el testimonio de los santos permite reconocer esa administración venenosa del mal. No somos nosotros quienes nos acercamos al fin de la Historia; es éste quien se acerca a nosotros, y así se cumple el principio que asegura motus in fine velocior, el movimiento se acelera al final. El progresismo del actual pontificado reaparece en medio de las ruinas que ha producido; y despliega, así, sus últimos recursos. Desde esta perspectiva se puede interpretar la vida de la Iglesia, en la cual igualmente se manifiesta la Providencia de Dios. Permanezcamos humildemente ante el Misterio de los insondables designios del Señor de la Historia.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, jueves 21 de septiembre de 2023.
Fiesta de San Mateo, Apóstol, y Evangelista. –
El principe de este mundo de parabienes,repugnantes desvios ante el Silencio de la Iglesia .
Donde estan los obispos ?.Solo el Emerito pareciera clamar en el desierto contra la satanizacion de la niñez……….
Gracias Monseñor Aguer.
Su mensaje es esclarecedor, esperazador y Fiel a Cristo.
Dios lo guarde.
Para leer, meditar, y hasta memorizar.