Por motivos que no hacen al caso pero que tampoco son secretos en absoluto y si alguien tuviera interés fundado en conocerlos se los explicaría inmediatamente, para simples curiosidades tampoco estoy, acudí el pasado miércoles al funeral que por Miguel de Bernabé, sacerdote, se celebró en la parroquia de la Asunción de Pozuelo.
No conocí personalmente a ese sacerdote pese a que en los últimos años hubiéramos vivido en el mismo municipio. Con motivo de su fallecimiento escribí que ni sabía nada de su existencia. Una amable lectora me recordó que había elogiado en el Blog un libro suyo pero yo no guardaba recuerdo de ello. Sin duda por escribir tanto.
No quiero hablar ahora de Don Miguel, de quien seguiría pudiendo hablar poco aunque ya algo más, sino de su funeral. No fue multitudinario, algo más de cincuenta personas, pero a mi mujer y a mí, que éramos los ajenos al sacerdote, nos impactó.
El sacerdote, párroco de la Asunción, recién inaugurado, seguramente sabía de Don Miguel poco más que yo y por que se lo hubieran contado quienes les pidieron la misa. Supongo. La celebró dignísimamente y con una homilía muy buena y apropiada. Pero tampoco quiero hablar de eso.
Lo que nos llamó la atención fue la devoción, el recogimiento, la participación de ese pequeño grupo tan heterogéneo. En el que había mayores, medianos, jóvenes y niños. En la consagración si había reumáticos todos vencieron su reuma y la comunión masivamente en la boca.
Como habíamos queda a la salida con persona desconocida fuimos los primeros en salir de la misa para esperar en el atrio a esa persona. Y nos sorprendió, positivamente, los minutos de oración en acción de gracias, de todos los asistentes. Fenómeno insólito en todas las misas que frecuento donde parece que quienes a ella asisten les ponen un cohete para salir escopetados y no pocos, tal vez la mayoría, abriendo un móvil que, ya es mérito por su parte estuvo apagado treinta y cinco minutos. Eso sí que es ayuno y abstinencia.
En una pequeña charla de despedida, con niños incluidos, sorprendentemente todos simpáticos y educadísimos, mi mujer y yo llegamos a la conclusión de que Don Miguel de Bernabé, que santa gloria tenga, hizo una siembra admirable.
Pues que Dios se lo pague mayormente.