Alguno podrá pensar que ya aburre.
Advirtiendo una y otra vez contra lo que no faltará quien piense que son paranoias suyas.
El elogio de la humildad y la censura de la soberbia es palabra de Dios en la parábola del fariseo y el publicano. No niego que hoy pueda existir algún fariseo, más bien poco en sus cabales, porque todo cristiano se sabe publicano desde sus pecados y miserias. No conozco a nadie, y conozco a bastante gente, que desde la primera fila del templo no ya diga, sino ni siquiera piense lo perfecto que es frente a todos los demás. Aunque no tenga conciencia de haber invadido una nación causando miles de muertos ni de haber violado y asesinado a una niña.
Ya somos muy mayores para que nos cuenten mal la parábola, el bueno de la historia no es el pecador sino el pecador que humildemente reconoce su pecado. Frente al soberbio que se cree Dios, que es el único perfecto.
Y lo del confesor torturador de conciencias, que no niego haya existido algún caso en el pasado, también el del que se recreaba reclamando detalles eróticos, es otra de las fantasías francisquistas en días en los que no se confiesa casi nadie y en los que ese confesor que denuesta al confesante no pasa de una fantasía de Francisco. Claro que habrá algún confesor que incurra en sollicitatio ad turpis pero hacer de ello motivo constante de predicación sería como para hacérselo mirar. Pues con el torturador, más o menos.
El fariseo es el que quiere quedar bien ante los demás, el que no busca tanto hacer el bien como que la gente pienae que él/ella es bueno. Suelen querer agradar al mundo y hoy en día tienen más tendencia a hablar de los pobres, los marginados, la ecología etc.
Seguro que entre los lectores del Blog hay muchos curas y laicos que trabajan en Parroquias normales y corrientes, como la mía; a ellos quiero dirigirme ahora. ¿Qué les parece si yo en las homilías estoy continuamente hablando de un maestro que robaba en el comedor de la Escuela, tanto en las mercancías del almacén como en la cocina? Venga con la cantinela del «No hurtarás», un día tras otro. Aparte de aburrir, acontece algo más grave: La gente comienza a sentir que los pones de ladrones; comienza de la desconfianza que dinamita la alteridad y la paz de la parroquia. Si esa obsesión por el robo, se alternase con otros pecados capitales como la pereza, la ira o la envidia… ¡podría colar! ¿Por qué se le olvida a Bergoglio que los pecados capitales son siete…y los mandamientos diez…y las obras de misericordia 14? ¿Por qué no repasa en sus homilías el tratado De Trinitate, los artículos del Credo, o el tratado De Gratia de donde proviene toda la teología sacramental de un cristiano? Ponerle un altavoz a los palmeros con la obsesión sobre el sexto, y silenciar los fundamentos de la teología católica…¡No quiero ponerle adjetivo! Conviene recordar al gran teólogo converso Louis Bouyer: «Algunos teólogos de hoy son más sensibles a los focos de las cámaras de televisión que a los focos de la concupiscencia». La afirmación de Bouyer la vuelvo por el reverso: La fobias y filias ya aparecen en los libros de siquiatría, antes de inventarse la imprenta.
Con todo respeto sería útil aconsejarle «médico cúrate a ti mismo».
Pareciera haber una relación directa entre la «atenuación» de la figura del pecado y su gravedad, con la desvalorización del sacramento de la reconciliación reducido a una lavada de cara.
La tortura tendría que ser estar des-conciliado con Dios y el reconocimiento del pecado la reconciliación, la figura que destaca Cristo es la del pecador que quiere reconciliarse, la liberación de la tortura.
Acusar a los confesores en general que no torturen los coloca -a priori- en entredicho en su propia función, qué es un confesor que tortura ?, existe alguno, un caso concreto ? o se trata una vez más de una figura posible en lo teórico, un sayo tirado para ver si le cabe a alguien.
En lugar de explicar claramente de qué se trata la reconciliación y sobre todo de lo que no se trata y las situaciones el que fiel tiene derecho a oponerse, se hace lío.
En el derecho está previsto como delito Canon 1387 El sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de la misma, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión, prohibiciones o privaciones; y, en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical.
Cuántos casos hay en la realidad ?….
Charla que te charlarás…
Este hombre vive alejado de la realidad o tal vez petrificado en el mundo de sus años 60. No es precisamente lo que define al catolicismos de hoy la perfección sino el todo vale y hasta la zafiedad. En cuanto a los sacerdotes, cuando confiesan, no pueden ser ni duros ni blandos porque las confesiones son nimias, descafeinadas y sin fundamento alguno (salvo excepciones). A lo dicho. este discurso estaría muy bien para cuando el Papa Francisco ejercía como jesuíta en sus inicios y atemorizaban al personal o exigían alta perfección. Se lo tiene que hacer mirar. Emite en AM y todos estamos en FM o en otra onda.
Creo que acierta Vd. Francisco vive en los años 60 cuando esas palabras podrían tener alguna aplicación. Hoy se confiesan cuatro gatos.