EL ESPÍRITU DE LA ESPERANZA

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EL ESPÍRITU DE LA ESPERANZA

El último libro de Byung-Chul Han se titula “El espíritu de la esperanza”, editado por Herder, Barcelona, 2024. 

  Comienza con un capitel de Gabriel Marcel: “La esperanza es un afán y un salto” (p.11) y hablando del miedo, escribe: “el problema no es el miedo a la pandemia, sino la pandemia del miedo” (p.16).

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Distingue con toda razón, la esperanza del optimismo, “porque no es lo mismo pensar con esperanza, que ser optimista.

 A diferencia de la esperanza, el optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación… está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien… Desconoce el futuro como campo abierto a las posibilidades. Nada lo sorprende. Le parece que tiene el futuro a su entera disposición… Nunca otea una lejanía indisponible”.

Luego, aparece el pesimismo, que en el fondo “no se diferencia tanto del optimismo, sino es su reflejo inverso… Está encerrado en la cárcel del tiempo y rechaza todo cambio. Ambos son testarudos. Carecen de imaginación para lo nuevo” (p.21).

Tal vez por eso el recordado dominico fray Domingo Renaudiere de Paulis, afirmaba que “el católico debe estar más allá del optimismo y del pesimismo”. Capellán en la guerra de Malvinas, no dudó, por haberlo tratado, que, si hubiera sido el jefe militar y el general Menéndez, un capellán, la guerra hubiera tenido otro resultado.

 Han cita a Marcel, para quien, la esperanza está trenzada en el tejido de una experiencia en curso, metida en una aventura no terminada, (p. 23).

Porque hoy se necesita una política de la esperanza que venza el clima y el régimen de miedo” (p. 32)

Como Han detesta al capitalismo, escribe que la palabra esperanza no pertenece al vocablo capitalista, porque quien tiene esperanza no consume, resiste a las tentaciones cotidianas del consumismo (p. 39).

La esperanza anhela la redención y participa del júbilo de Navidad, fiesta de esa gran alegría. que los ángeles anunciaran a los pastores (p. 64)

La esperanza cristiana no nos lleva a una pasividad inactiva, sino que “nos mueve a actuar inspirando nuestra imaginación y despertando una capacidad inventiva para abrirnos a lo nuevo” (p.68).

Han cita a San Pablo: quien, en su Epístola a los Romanos, nos recuerda que contra toda esperanza, Abraham creyó y tuvo esperanza (p. 76).

También señala un caso interesante: el de la construcción de la Muralla china que no protege de enemigos externos pero afianza la comunidad hacia adentro, la cohesión interior, o sea alimenta y fortifica el nomos, el “alma colectiva” ( p. 80), porque como decía Heráclito de Éfeso, “el pueblo debe luchar por el nomos como por sus murallas”, contra dos enemigos: el extranjero que pretende atravesar esas murallas, el que Maurras llamaba ,“extranjero del interior” quien pretende disolver ese nomos, porque una vez deshecho, las murallas exteriores se caen solas. 

Al hablar de experiencias actuales, se refiere a Vaclav Havel, un expresidente checo, tras el hundimiento del bloque del Este, para quien la esperanza es un estado anímico, espiritual (p. 85). 

En un capítulo titulado “Esperanza y conocimiento”. cita a Goethe, quien expresa una gran verdad: “Solo se conoce lo que se ama y cuanto más profundo y exhaustivo deba ser el conocimiento, tanto más fuerte e intenso debe ser el amor, e incluso la pasión” (p.94).

Inteligente en su búsqueda Han sigue a Platón a través de Heidegger, según los cuales, Eros le da alas e inspira el pensar: “Lo llamo Eros, el más antiguo de los dioses según Parménides. El aleteo de ese dios me toca siempre que, al pensar, doy un paso esencial me aventuro por caminos intransitados” (Heidegger, Martín,“Alma mía, cartas a su mujer 1915-1970”, Manantial, Buenos Aires 2008, p. 271). 

Cabe destacar que todavía hace poco más de quince años, para legítimo orgullo, nuestra ciudad porteña era capaz de editar estas cosas.

El pensador coreano, después de un paseo con citas de Pascal, san Agustín, Hegel, Platón, san Pablo y Lutero, nos habla del despertar, porque “El paradigma de recordar es despertar, que es cuando logramos recordar lo más inmediato, lo más banal, lo más obvio. Lo que hacía Proust con el experimento de correr los muebles por la mañana, estando aun medio dormido y eso que Bloch percibe como la oscuridad del instante vivido, es lo mismo que aquí debe asegurarse colectivamente en el nivel de los histórico. Existe un mundo de saber lo que fue, aunque todavía no seamos conscientes de ello y el proceso de hacernos conscientes de ese saber tiene la estructura del despertar” (págs. 102/3).

Soñar es un medio para conocer. Walter Benjamín “sumerge las cosas hasta un nivel onírico profundo para sonsacarles el lenguaje secreto de la esperanza”.

La postura básica de la esperanza es “estirarse hacia adelante y aguzar el oído para oír mejor… es un aleteo que nos porta” o lleva (p. 114).

“La esperanza tiene esencialmente una dimensión contemplativa y se distingue de lo que Bloch llama ‘optimismo militante’. La esperanza me infunde ánimo en medio de la desesperación más absoluta. Gracias a ella vuelvo a levantarme… La esperanza hace innecesarios los pronósticos. Quien tiene esperanza confía en lo imprevisible, cuenta que haya posibilidades contra toda probabilidad” (p. 115).

El último capítulo se titula “Esperanza como forma de vida” y comienza afirmando que ella se opone diametralmente a la angustia. “Ambas se pueden entender como eso que Heidegger denomina un existencial” (p. 117), porque son “estados de ánimo”.

El estado de ánimo nos abre las puertas del “aquí” en un nivel previo a la reflexión. 

El estado de ánimo básico que prevalece en la obra de Heidegger “Ser y tiempo” es la angustia.

Sin embargo, como apunta Han, existen otros estados de ánimo que abren y esclarecen la existencia humana y pone un buen ejemplo: “la alegría… en la cual el mundo se nos muestra totalmente distinto” (p. 119).

Y respecto a la angustia señala: “la existencia pierde su “hogar familiar”. Se desmorona el hogar de la existencia pública, el horizonte habitual de comprensión y de sentido” (p. 122).

A la existencia que se angustia se le niega la posibilidad de acceder a posibilidades que todavía no son y que son solo venideras (p. 126).

Critica a Heidegger quien desconoce otra forma de ser solícito que consiste en consagrarse al otro, con amor y afecto y recurre a Marcel, cuya formulación de la esperanza pensando en nosotros, no tiene cabida en el análisis d Heidegger (p. 128).

Y Han concluye su libro afirmando que “la esperanza espera más allá de la muerte, en el adelantarse hacia un nuevo nacimiento”. Ella no se rige por la muerte, sino por el nacimiento, no se rige por la ‘estancia en el mundo”, sino por la venida al mundo como nacimiento” (págs. 139/40). 

Buenos Aires, noviembre 1° de 2024.          Bernardino Montejano

 

 

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